El famoso Don Forlán,
Caballero de la Blanca Cumbre, cayó en la trampa de su enemigo el hechicero
Gelión.
- Mucho tiempo he
tratado de capturarte – empezó a decirle – primero tomé prisionero a tu
pariente el Rey Tarsilio en una prisión en el fondo de un lago. Pudiste entrar
a la prisión y romper el sortilegio que mantenía al Rey en su celda. Fue una
gran proeza, puedo reconocerlo. Mi siguiente plan tampoco dio resultados: secuestré
a la hermosa Dama Estivia y la mantuve prisionera en un castillo que flotaba en
el cielo, guardada por dos gigantes. Contra todas mis previsiones, lograste
vencer a los gigantes y rescataste a la princesa. Solo después caí en la cuenta
de que mucha de tu gran fama me la debes a mí, pero hice aún otro intento. Hice
que el mejor de mis discípulos, el Caballero del Águila, te retara a una lucha
singular en su castillo de Etiopía. Jamás nadie había vencido a la magia de su
lanza ni al águila que usa como cabalgadura, pero tú lo hiciste, desafiando
todos mis pronósticos. Tu renombre creció en toda Europa como el más valiente
caballero y aquel que puede vencer la magia de los más poderosos hechiceros. Entonces
fue cuando descubrí que es la magia que nace de ti la que te hace invulnerable
a los hechizos. La manera de vencerte es por lo tanto despojarte de la magia.
Un simple papel que tú creíste era de la Dama Estivia te trajo aquí, a un viejo
molino sin hechizos ni conjuros. Nada tienen de mágicos los grilletes que hoy
te sujetan, y quienes te han vencido no son caballeros benditos ni protegidos
por sortilegios, sino simples mozos de cuadra, que a falta de espadas mágicas
tienen buenos garrotes. Y es así como he de vencerte, Caballero de la Blanca
Cumbre. Usaré de todo mi poder para enviarte a un lugar de donde no podrás
escapar, porque allí la magia no existe, donde no hay dragones, ni enanos que
surgen de la tierra, ni gigantes ni hechiceros. Tal vez después de todo tu
destino realmente es vencerme, pues en esta maldición consumiré todo mi poder y
ya no volveré a usar la magia, pero será también tu última victoria. Así que
adiós, Don Forlán.
El Caballero de
la Blanca Cumbre vio a su enemigo conjurar la maldición más extraña que sus
ojos hayan visto. La magia no se presentó como siempre, no hubo una voz
retumbante que la conjurara, sino una voz débil y cascada, con palabras que al
escucharlas no sonaban para nada mágicas. Tampoco vio las llamas que acompañan
a todo conjuro, ni siquiera hubo luz blanca, ni azul o roja.
Una oscuridad fue
la que surgió del hechizo. Una oscuridad que no parecía mágica, que se veía tan
simple como la oscuridad que precede a un sueño.
Forlán despertó al sonido del despertador y se alistó para
ir a la oficina. Solo antes de salir le comentó a su esposa, de manera casual,
que había vuelto a tener el sueño en el que era un famoso caballero andante,
vencedor de malignos hechiceros.