La oruga se arrastraba penosamente entre las hojas del jardín, en busca de alimento, hojas tiernas y briznas de hierba. Lamentaba su suerte al ver a las moscas, abejas, libélulas y demás insectos voladores, envidiándolos y esperando el día en que ella también se convirtiera en una bella mariposa, admirada por todos los habitantes del jardín.
Desde que tenía conciencia, la oruga estaba
segura de su destino: volar entre las flores, elevarse del suelo, dar color a
su mundo. Pero mientras tanto estaba atada a la tierra tratando de trepar a los
altos tallos de las plantas en busca de hojas con qué alimentarse.
Es pesada la vida de una oruga, tan solo
dedicada a roer las flores de las plantas. Su único placer es mirar el sol en
lo alto del cielo, pensando en cómo será verlo de cerca cuando pueda volar.
Quizá entonces pueda acercarse tanto al sol que pueda en verdad sentir su calor
y ver el mundo desde la altura. Mientras tanto estaba a merced de otros
animales, de arañas traicioneras que se acercarían por detrás o la atraparían
en redes invisibles, de aves crueles que la llevarían por los aires hasta su
nido para ser alimento de hambrientos polluelos. Ya se tarda demasiado esta
vida, piensa, quiere que llegue pronto el momento en que arme un capullo para
salir a una nueva vida como mariposa. Entonces miraría con desprecio a los
gusanos, ciempiés y caracoles que se arrastran por el suelo, incapaces de
conocer el placer y el poder que da el vuelo.
Pero por ahora debe comer hojas hasta tener
alimento suficiente que le permita producir un capullo que lo proteja durante
ese tiempo de transformación que tanto se parece a una muerte, como tanto se
parece a una resurrección el salir triunfante en la primavera como una
mariposa.
Conforme avanza el verano, la oruga sigue comiendo
hojas y creciendo. Cada vez le es más difícil arrastrarse por los tallos, cada
vez es más difícil llegar a las mejores y más tiernas hojas, cada vez es más
difícil esconderse a tiempo de los pájaros que merodean el jardín. Al final,
apenas quedan ya fuerzas para subir al tallo más alto y empezar a construir su
capullo. La modorra es una barrera casi sólida que le impide hacer esa última
morada, ya casi no es consciente de sí al terminarlo y cerrarlo con ella
adentro. Tenía razón, esto se parece mucho a una muerte. Se pregunta si después
recordará algo de todo esto, mientras sueña con el momento triunfal en que
emergerá con los primeros días de la primavera, convertida en una espectacular
mariposa.