La noche era oscura, de esas que convierten a
la luz de los postes de la calle en apenas una sombra algo más clara que la oscuridad
del asfalto. No me extrañó lo tarde que sonó el timbre, pues muchos saben que
me quedo escribiendo líneas hasta altas horas de la noche, incluso pienso que
esas son la mejores horas para escribir.
Al abrir la puerta vi a un sujeto embozado en
una bufanda, y el rostro tapado con gafas y un enorme gorro. Supe que más que
el frío invernal, eran las ganas de permanecer en el anonimato era la razón del
exagerado atuendo, impresión confirmada más tarde cuando el desconocido buscó
el rincón más oscuro de mi recibidor para empezar a explicar su visita.
- Me han dicho que usted es escritor, y que no
se niega a encargos…
- Es cierto – respondí. No tenía nada que
ocultar, y no era la primera vez que me veía en la situación de hacer un
trabajo para un desconocido. - Tal vez
usted quiere una tesis, un trabajo universitario – Aventuré dando los encargos
más comunes.
- No, mi encargo es algo más… especial, algo
fuera de lo común para usted…
- Ah! - creí adivinar - un poema de amor, una carta
romántica – y quiere que nadie sepa que no la escribió usted.
- No trate de adivinar, por favor – me interrumpió
con algo que parecía una sonrisa, pero que traslucía una mirada de odio a
través de los gruesos anteojos. No daré más rodeos: quiero que escriba una nota
de suicidio.
Mi sorpresa se vio sin duda reflejada en mi
cara. No esperaba el encargo. Mirando atentamente lo poco que podía ver de su
rostro, vi odio. Odio al mundo, odio a sí mismo, odio a la vida. Pero de todas
maneras tenía que preguntar.
- ¿Una carta de suicidio para usted? Pero eso es
algo muy personal, y tendrá que darme más datos. - Entre mí pensaba que el
trabajo representaba un reto interesante y la posibilidad de un cuento. El
asunto me estaba gustando. No iba a perder mi tiempo tratando de disuadir a un
desconocido, no tengo esas reservas morales. Si quiere matarse le alabaré el
gusto, en realidad. Yo solo veía lo que podría sacar de la situación. Con unas
palabras más que le sacará tendría suficiente para una buena historia.
Pero el cliente no estaba dispuesto a alargar
el asunto. - No adelante conclusiones, por favor – respondió cortante – Una
carta de suicidio no es más personal que una carta de amor, que usted sin duda
ha hecho por encargo, y no necesita saber nada sobre el suicida. Baste decir
que es una persona insignificante, sin ambiciones ni logros, alguien a quien el
mundo no extrañará cuando no esté…
-
¿Tal vez una decepción amorosa? ¿Problemas
económicos? Debe darme al menos un pie para una justificación. – Estaba listo
para escuchar una historia que convertiría en un cuento que podría vender a
buen precio. Al fin y al cabo, en poco tiempo no quedaría nadie para reclamarme
la paternidad de la historia.
El tono de las respuestas del desconocido
mostraba a las claras la molestia que le causaba que yo tratara de deducir su
historia, presa de mi vena de escritor.
- Ya le dije, las razones se las dejo a usted,
no necesita saber nada de la persona. Solamente necesito una carta de suicidio
que sea convincente y que esté bien escrita, una carilla será suficiente. No
necesita saber más.
- Solo un detalle, por favor: ¿Cómo será el
suicidio? Eso es importante para la carta. No es lo mismo una muerte por veneno
que tirarse de un puente…
- ¡No necesita nada! Si tanto pregunta, le diré
que esta será la forma de la muerte… – Sacó levemente la mano del bolsillo para
dejarme ver el mango de un revólver.
- Está bien – le dije en tono tranquilizador, le
puedo hacer la carta, pero el encargo representa un problema: El pago, usted
comprenderá, deberá ser por adelantado, y en efectivo.
- No hay
problema en ello. Usted solo diga su precio y volveré en un par de horas con el
dinero, usted me dará la carta, y concluiremos nuestro negocio.
- ¿Solo un par de horas? Esto necesita un poco
más…
- Ya le dije, dos horas, usted ponga su precio y
no hablaremos más. - El desconocido se
levantó con dirección a la puerta.
- Está bien, acepto. Vuelva en dos horas y
tendrá su carta.
Una vez solo otra vez, me puse a escribir
febrilmente. La historia me había inspirado, basado en la expresión y en la
actitud de mi cliente escribí una historia de mala suerte, de odio contra el
mundo, de ganas de acabar con todo de una vez por todas. Estaba a punto de
imprimir la hoja cuando me asaltó la duda: La carta no podía ser impresa, tenía
que ser a mano, pues nadie se suicida dejando una carta impresa por
computadora. Una carta de suicidio debe ser escrita a mano para ser creíble. Y
además debe ser firmada. Entonces podría entregar la carta impresa para que mi cliente
la copie a mano. Pero no creía que tuviera la paciencia para copiarla, y
mientras más se dilata un suicidio mayor es el riesgo de que no se concrete.
Tenía aún unos minutos antes de que llegue, así que decidí escribir la carta a
mano.
Cuando terminé, unos minutos después del plazo, todavía no sonaba el
timbre. Las luces del alba ya empezaban a colarse por las ventanas y mis
sospechas de que el desconocido se habría arrepentido crecían. No me importaba.
Ya tenía una historia que contar. Lo que había propuesto por la carta, que no
era poco, y lo que obtendría por el cuento, un negocio redondo. Apenas empezó a
sonar la puerta ya estaba abriendo. Era el desconocido.
- Le esperaba, ya tengo lista su carta. ¿Tiene
el dinero?
- Aquí está – Me dijo mostrando un fajo de
billetes. Pero debo revisar la carta primero.
No tuve problema en mostrársela. El
desconocido la leyó atentamente. Parecía estar conforme.
– Me parece perfecta.
Incluso está manuscrita, eso es un magnífico detalle.
- Si, se la doy manuscrita, pero usted tendrá
que escribirla en otro papel y firmarla. Los investigadores de la policía deben
identificar su letra y su firma.
- No hará falta, está perfecta así…
- Pero si no la escribe usted, se sospechará de
un asesinato…
- Ha estado usted equivocado todo el tiempo,
amigo. Esto no es una novela policial, ni un cuento sobre un escritor buscando
tema para su próxima obra – Sacó el revólver completamente de su bolsillo –
Esto es una novela negra, y este fajo de billetes es lo que me pagaron por su
muerte, indicando que tenía que parecer un suicidio – dijo apuntando el arma a
mi cabeza.