Ya es época de Halloween, que es otra de esas
fiestas importadas que, más allá de estar a favor o en contra, es algo de lo
que mucha gente habla. Y es época también de contar cuentos de miedo.
Lamentablemente, el cine y la televisión nos han atrofiado la imaginación, y
ahora la gente parece aceptar solamente cuentos que tengan zombies, vampiros y
cosas que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia. Sí, pues faltan
espantos peruanos que agregar al menú de Halloween. Y el Perú es un país donde
las criaturas terroríficas abundan, con el agregado de que todas ellas son
reales, no la imaginación de un europeo trasnochado.
A lo largo de mi trabajo
en las provincias del Perú he escuchado historias como para aterrar a los
paseantes durante varios Halloweens seguidos, modestia aparte. Historias del
antimonio, los espíritus de las huacas, los brujos y brujas, jarjachas,
duendes, fantasmas, sirenas, todas ellas he escuchado, con testimonios de
personas que lo han vivido en carne propia, de esas historias que comienzan
siempre con la frase “Yo no creía en esas cosas, pero…”. Esa es la diferencia
con las historias que nos llegan desde otros lugares. No creo que ningún
norteamericano vea como cierta la posibilidad de ser atacado por un zombie o se
resista a entrar en un bosque por temor a encontrar a un duende. En cambio ese
tipo de encuentros con criaturas de fantasmales son casi cosa de todos los días
por aquí. Voy a contar algunas de estas historias, las referidas al Muqui.
El Muqui es un duende de las minas, que vive en
el interior de los socavones. Es del tamaño de un niño pequeño y se le ve
vestido como minero, con casco, pico y linterna. En el trabajo en el que me
encuentro actualmente, donde se han cavado buena cantidad de túneles, varios de
los trabajadores dijeron haberlo visto en las noches. El Muqui hace perder el
camino a los trabajadores, quienes lo persiguen creyendo que los conducirá
hacia algún tesoro. Lo que ha pasado en realidad, es que el Muqui guiaba a los
trabajadores a un área oscura del túnel para que no pueda salir, o los llevaba
a una parte con poco oxígeno para que se asfixie. Este fue el caso de uno de
los trabajadores de la obra, quien vio la luz de la linterna que llevaba el
Muqui, y la siguió, confundiéndola con la de uno de sus compañeros. Como la luz
se adentraba cada vez más en los túneles, el trabajador creyó – y así lo dijo
después – que su compañero le estaba jugando una broma escondiéndose y
apareciendo la luz. Afortunadamente una
cuadrilla encontró al trabajador antes de que se perdiera definitivamente. Esta
cuadrilla fue la que encontró la causa de la casi desaparición del aquel
trabajador. Unas huellas pequeñas que no podían pertenecer al personal de la
obra, debido a su tamaño y a que solo una de las huellas era humana, la otra era
de un animal, tal como se dice del Muqui, que tiene patas de animal. En esta
obra, el caso era tan real que se dio la orden de que ningún trabajador
ingresara solo a los túneles, y se tomó la precaución adicional de repartir
caramelos a los obreros para que los dejaran en el túnel, pues al Muqui le
gustan mucho y así se le tiene contento para que no moleste a la gente.
El Muqui gusta también de llevarse las
herramientas de los trabajadores, especialmente aquellas de metal brillante. No
sé si en otros países se encuentra en los reportes de salida de herramientas
del almacén la anotación “reemplazo por robo del Muqui” pero eso era lo que
pasaba.
El tema de aplacar al Muqui con caramelos yo
ya lo había escuchado anteriormente en otra mina a varios cientos de kilómetros,
lo que descarta la posibilidad de una creencia local. En esta otra mina, me
contó la ingeniera de seguridad de la resistencia del personal a hacer trabajos
nocturnos por la presencia del Muqui. Los conductores de camiones, los pocos
que hacían tales trabajos, llevaban siempre una bolsa de caramelos y dejaban caer
unos cuantos en el camino cada cierto tramo. La ingeniera, que no creía en
estas cosas, pidió que se detenga esta costumbre, obteniendo una oposición
total, por el miedo a que el Muqui causara accidentes. Se decía que ya entonces
el Muqui había ocasionado un par de accidentes a los camiones antes de que los
choferes adoptaran esta práctica preventiva. Al día siguiente, la ingeniera
pidió a uno de los choferes que se detuviera en el lugar donde la noche
anterior arrojara los caramelos. No encontró ninguno. “El Muqui se los ha
llevado, pues”, era la explicación que le dieron los choferes.
Nosotros los ingenieros educados y
globalizados, supuestamente no creemos sino en aquello en lo que podemos
comprobar su existencia, hasta que encontramos este tipo de cosas que nos hacen
comprender que no todo se trata de números de niveles de productividad y
planeamiento de recursos. También hay cosas desconocidas de las que se cuentan
en las noches no para asustar a la gente, sino para prevenirla en caso de que
se encuentre uno con el Muqui en uno de los túneles.
Nuevamente, en esta historia no he inventado nada,
solo cuento lo que me han dicho testigos presenciales de los eventos. Mucha
gente que trabaja en las minas del Perú puede contar más de lo que yo pongo
aquí. En esta época de contar historias de miedo, yo cuento solo algunas de las
muchas que se pueden encontrar en el Perú.