Hoy he decidido volver al pasado, tal vez
tratar de recoger algunas de las cosas que dejé en el camino. Paso por mi sala
y enciendo el enorme televisor a colores, uno de los primeros que salieron en
el país, para ver los dibujos animados de los pitufos y Cool Mc Cool. Sobre el
televisor está la vieja consola de juegos Atari 2600, en donde jugaba al Pacman
y al Frogger, con gráficos que eran poco más que cuadrados redondeados y sonido
pobrísimo. Cuesta ahora creer que en ese tiempo eran lo más avanzado. Las ahora omnipresentes computadoras personales no existen todavía, al menos no en mi casa, y el único teclado que hay en mi casa es el de una máquina de escribir Olivetti en la que hago los deberes escolares.
Tengo
ahora en mi mano los viejos billetes de 50 mil soles y hasta los de 5 millones,
que me recuerdan el tiempo en que todos eran millonarios, y cuando los millones
no alcanzaban para comprar nada.
Puedo elegir entre poner una cinta en el Betamax que está conectado al televisor, o salir a la calle a buscar a los amigos con los que jugar fulbito con una pelota de plástico en el césped del pequeño parque a pocos metros de mi casa. Saldré a la calle, pasando los cercos hechos de matas de granadillas y cipreses, que después serán reemplazados por muros de ladrillo y rejas para evitar los robos.
En la calle veo pasar a los buses amarillos
que llevaban al centro de la ciudad, y me daban unos boletos de papel blanco
que coleccionaba en el forro de mis cuadernos de colegio. En ese tiempo recién
aparecían los niños que cantan en el bus pidiendo monedas. Al ser los primeros,
recibían muchas monedas de los viajeros, razón por la cual se multiplicaron tan
rápidamente que cuando nos dimos cuenta, ya era imposible hacer un viaje sin
que aparezcan dos y hasta tres veces en los pasillos cada vez más llenos.
La gente que circula por las calles lleva la
ropa de antaño, cuando la moda era realmente distintiva y se podía marcar un
corte con los tiempos de antes: Jeans estampados, desteñidos nevados, las
camisetas Lacoste amarillas primero, de otros colores después; collares
hawaianos para hacer juegos con camisas de flores de colores brillantes. Los
peinados parecían querer llegar al cielo y ocupar todo el espacio posible.
Tomamos gaseosas en lata de marcas extrañas,
con tal de que no fueran Coca-Cola ni Pepsi-Cola, en ese entonces enfrascadas
en una guerra que hacía que nos inviten un vaso en la calle para tratar de
adivinar cuál de las dos era. Estas gaseosas las compraba de camino al local de
video juegos donde jugaba al Street Fighter, Miss Pacman o Donkey Kong, que
trataba de evitar que Mario rescate a la princesa.
La música la pone el Walkman de Sony que viene
con unos audífonos forrados de espuma plástica y necesita cassettes que duran
30 minutos a cada lado, y que lleno con música que grabo directamente de la
radio FM: The Police, Duran Duran, B-52’s y otros más. La música pasaba de moda
muy rápidamente en ese entonces, las canciones de hace tres meses eran
reemplazadas por la nueva música, e incluso se podía ordenar las grabaciones
por meses, sin miedo a equivocarse. En la tienda de discos, parada obligada en
la ruta, compraba los enormes LPs de Queen, U2, y los primeros que conseguí de
The Beatles.
Mi caminata por el pasado me lleva ahora al
parque, aún sin los caminos de cemento que lo atraviesan, los árboles un poco
más pequeños y con niños que lo rodean sobre sus skateboards. Más allá, hacia
el oeste, puedo ver el sol al ocultarse, antes de que lo taparan los edificios
del centro comercial que existe hoy. Ya había olvidado cómo el atardecer tenía
de rojo las fachadas de las casas, sin tiendas ni avisos luminosos. Y una de
esas casas es la que reconozco ahora. Este es el recuerdo que quería recoger,
después de haberlo dejado en el camino. Me pregunto qué habrá sido de ti, que
pasó después de que te mudaste y tu antigua casa fue convertida en un local
comercial por los nuevos dueños.