Con ocasión de la muerte de Gabriel García Márquez,
tuve ganas de escribir algo, así que me puse a escribir hasta que se me pasara.
Y así escribiendo, me puse a pensar que el Gabo tuvo la suerte de morir
tranquilo en su cama, quizá recordando la soleada tarde en que empezó a garrapatear
páginas en blanco. Y digo que tuvo la suerte, porque muchos escritores han
muerto de manera difícil y notable. A manera de ejemplo, y para saciar mis
ansias de sabelotodo, me dispongo a citar cómo es que mueren los grandes
escritores de la historia:
Para empezar, el que es considerado el primer
novelista de la historia. Petronio vivió en la Roma imperial, bajo el reinado
de Nerón, en donde se desempeñaba con pompa y elegancia. Sus fiestas son
recordadas hasta hoy, y congregaban a lo mejorcito de la alta sociedad romana.
Durante sus ratos de ocio, que eran muchos, se daba a escribir, creando la
primera novela, que se llamó “Satiricón”. El problema es que vivir cerca de
Nerón implicaba muchos riesgos, y Petronio fue acusado de conspirar contra el
emperador. Decidió lo que era normal en esos casos y en esa época, y se suicidó
dejándose desangrar. Pero antes escribió una carta de despedida a Nerón,
diciéndole todo lo que pensaba de él. Elegante hasta el final, diría yo.
Cervantes, el primer gran novelista moderno,
murió de una manera apurada, enfermo de hidropesía, apenas a tiempo para dictar
el prólogo de “Los trabajos de Persiles y Segismunda” y poder mandarlo a la
imprenta.
Y si hablamos de Cervantes, hablemos también
de Shakespeare, muerto después de una borrachera épica, aunque algunos sostienen
– quizá para salvar el honor inglés – que fue envenenado.
La cuarta muerte corresponde a Voltaire, partidario
de la supremacía de la razón y enemigo del clero, quien al sentirse enfermo,
dejó encargado que no dejen entrar a sacerdote alguno aunque así lo pidiera. Y
eso fue exactamente lo que ocurrió. Murió de convulsiones, y en los estertores
de la muerte gritaba pidiendo la extremaunción, la que le fue negada de acuerdo
a sus propias instrucciones.
Las muertes de los escritores norteamericanos son
más conocidas por películas y por ser mencionadas en internet por quienes
quieren pasar por cultos. Pasemos revista: Edgar Allan Poe, que fue encontrado en
la calle tumbado y delirando antes de morir en el hospital a donde lo llevaron;
Virginia Woolf, se llena los bolsillos de piedras para hundirse lentamente en
el río; Hemingway, se suicida con su escopeta; Tennessee Williams, murió al
tratar de mezclar alcohol y barbitúricos, lo que no logró, pues murió atorado por
la tapa del frasco de pastillas. Y siguen casos.
Entre los autores peruanos, tenemos varias
muertes para escoger. La primera será la de José Santos Chocano, “El Poeta de
América”, quien se comparaba a sí mismo con Whitman. Aunque grande en su obra,
su vida estaba llena de egoísmos de todo tamaño, lo que lo hizo de enemigos. Dentro
de las rencillas políticas y literarias que eran el pan de cada día en Lima en
aquel tiempo, Tomás Elmore escribió una crítica a Chocano, quien la tomó tan
mal que lo asesinó en la propia entrada del diario donde trabajaba. Chocano usó
de todas sus influencias políticas para no ser fusilado (que era la pena en ese
tiempo), pero tuvo que irse a Chile, en donde se dedicó a la búsqueda de tesoros
enterrados, hasta que fue a su vez asesinado en un tranvía de Santiago.
El puesto de Chocano como superestrella de la intelectualidad
peruana fue ocupado poco después por Abraham Valdelomar, escritor que hubiera
tenido una influencia mayor a la que tuvo de no haber muerto tempranamente en
extrañas circunstancias. Se dice (aunque la versión es muy discutida) que cayó
en una letrina del segundo piso de una casona en Ayacucho, y que la caída le
provocó la muerte.
Si de morir joven se trata, se debe mencionar
al poeta Javier Heraud, quien se fue a la selva peruana queriendo iniciar una
revolución como la de Fidel Castro, y terminó arrestado por la policía tras una
discusión política, huyó y fue abatido a tiros en la huida.
¿Otras muertes de escritores peruanos? Mariano
Melgar, murió fusilado por insurgente; Manuel Scorza, murió en un accidente de
aviación junto con otras 180 personas; José María Arguedas, se suicidó en medio
de una depresión.
¿Quieren que siga? Ya es suficiente, creo yo. Con todo esto, a uno no le dan ya ganas de
convertirse en escritor. Aunque aún nos queda esperanza. El Gabo, como dijimos
al comienzo, murió en su cama tranquilamente, como corresponde a un Premio
Nobel decente.