Hay canciones, películas, momentos que le afectan a uno, y se vuelven parte de la vida. Las razones dependen de cada uno, de sus gustos, de su preferencia, de lo que ha vivido y de lo que ha aprendido en esta escuela de la vida, pues uno nunca sabe cuándo la vida le va a regalar una enseñanza. Esa escena o esa canción le acompañará el resto de su existencia. Esta en especial ocurrió hace bastante tiempo, pero - trampas de la memoria - solo hoy, que escribo este post, me he dado cuenta de que hace ya veinte años que vi esta película, afortunadamente en su versión con audio original y subtítulos. Y es por eso que recuerdo siempre su título en alemán: "In weiter ferne, so Nah" En español, fue presentada con la muy cercana traducción de "Tan Lejos, Tan Cerca".
La película tuvo, según recuerdo, un breve paso por la cartelera limeña, por lo que tuve que esperar un tiempo para verla en el cine club de la Filmoteca de Lima. En ese tiempo yo estudiaba alemán y me había aficionado a ver los ciclos de cine que presentaba la Filmoteca cuando aun estaba en el Museo de Arte del Paseo Colón.
La película me marcó mucho. La idea de los ángeles de la guarda que nos vigilan y nos cuidan es una que conservo hasta hoy. Especialmente la escena en que uno de los ángeles, representado por Nastassia Kinski, acompaña a un joven suicida en sus últimos momentos. Hasta ahora no puedo ver esa escena sin emocionarme profundamente. Ahora que reviso por internet escenas de la película, descubro que el tiempo no ha menguado la emoción que sentí cuando la vi por primera vez.
Como dije antes, tuve la suerte de ver la película en su versión original con subtítulos, pues parte de los diálogos son en alemán y parte en inglés, disgresión necesaria para permitir la actuación de estrellas americanas como Peter Falk y Willem Dafoe. Y esta es una de las críticas que se hizo en su momento a este filme, acusándolo de ser un producto hecho para venderse en el mercado internacional. No me parece el caso, y aunque así fuera, ojalá todas las películas comerciales fueran como esta.
Otra de las cosas que me impresionó de la película fue la canción "Stay" de U2. La mejor canción que ha hecho este grupo, y otra de las razones por las que escribo esto. Cada vez que la escucho, recuerdo la película, y me vuelvo a emocionar. Para mi, canción y película son inseparables, sin contar con que el video fue dirigido también por Wim Wenders, el director de la película (La relación entre Wim Wenders y Bono, y en general con la música, da para varios posts).
Cuando vi la película por primera vez, todo encajó perfectamente: El idioma alemán, el tema de los ángeles, la música. Los ángeles cuidando de las personas, obligados a ser testigos silenciosos, sin poder hacer nada para evitar su sufrimiento, ya que los humanos han dejado de escucharlos, y preguntándose por que los hombres han perdido el contacto con los ángeles. Es por eso que Cassiel (Otto Sanders) decide convertirse en humano, encontrándose con las mismas limitaciones que antes lamentara en la humanidad. Es entonces cuando surge la pregunta fundamental de la película, de labios de Lou Reed: ¿Por qué no puedo ser bueno?
Y esta es otra de las cosas que me dejó la película: Lou Reed. Desde esa vez empecé a escuchar más música de él, supe que anteriormente había hecho u disco llamado precisamente "Berlin", y pasó a ser uno de mis autores preferidos. Pero siempre me quedó la pregunta que hiciera en el film: ¿Por qué no puedo ser bueno?
Esta pregunta es en realidad el motivo de estas líneas, como un homenaje a Lou Reed. ¿Por qué no puedo ser bueno? Como él mismo dice en otra escena, Si lo supiera, sin duda te lo diría.
¿Quieren saber lo que piensan los tontos? Aquí hay información de primera mano.
domingo, 27 de octubre de 2013
Tan lejos, tan cerca
miércoles, 23 de octubre de 2013
El reloj cucú
En las casas antiguas, o en aquellas que se
quieren dar algo de distinción antigua, están los relojes cucú, que marcan la
hora con el canto de un pequeño pájaro mecánico. Siempre me dio la impresión de
que estos son la versión light de los grandes relojes de pedestal, que parecían
una columna y marcaban hasta los cuartos de hora con campanadas. Hoy en día
estos han sido reemplazados por versiones chinas a pilas que marcan la hora con
una larguísima canción electrónica, o una voz femenina de acento chino
inocultable que te dice “Son las Cuatlo y cualto”. El chiste normalmente es
divertido por uno o dos días, después este sonido llega a convertirse en
insoportable y es desconectado de cualquier manera.
Y estos, los relojes que marcan la hora con
algún sonido mecánico o eléctrico, han hallado siempre su lugar en la
tranquilidad de las casas, lejos del mundanal ruido, listos para arruinar las
siestas de la gente decente.
Hasta ahora, que tenemos un reloj cucú en nuestra
propia oficina.
En realidad, nadie pidió, que yo sepa, un reloj
en la oficina. Los relojes en la oficina deben ser silenciosos. Los jefes y
gerentes han sido enseñados en sus Universidades de Administración de Negocios
que los relojes de oficina deben ser discretos, con un tictac inaudible, para
no interrumpir la concentración de los trabajadores. Marcar las horas con un
dindón, canto o semejante tampoco es aconsejable, no sea que los trabajadores
se den cuenta de la hora que es y se les ocurra irse a sus casas a la hora de
salida.
Pero ahora tenemos un reloj cucú en la
oficina: Nadie lo pidió, como hemos dicho, pero allí está. La primera vez que
lo escuché, me pareció uno de los ruidos que suele escucharse en cualquier
oficina, así que no le presté mayor atención. A la hora siguiente, lo volví a
escuchar, y ya me pareció algo diferente, algo fuera de lugar en medio del
ruido de llamadas telefónicas, voces de mando ordenando que el trabajo se
termine lo antes posible y la ocasional visita de la señora que viene a
negociar dulces, chocolates y jugos. Fue entonces que me di a la tarea de
ubicar la fuente de aquella voz que marcaba cada hora, sin mucha precisión, en
verdad. El canto del cucú no tiene una exactitud inglesa ni mucho menos, pero
se acerca dentro de los 3 o 4 minutos de la hora exacta. Los de la oficina ya
hemos aprendido en estos días a bajar el volumen más o menos a la hora, hasta
escuchar a nuestro reloj cucú recitar la hora en la mañana, con su canto agrio
y rasposo:
- Pucha, ya son las diez, y no he avanzado nada…
Una hora después, minuto más, minuto menos, lo
escucharemos nuevamente con su canción:
- ¡Las once! Y yo sigo aquí…
Todos en la oficina seguimos trabajando, hasta
que llega la siguiente hora:
- Ya son las doce, vamos a almorzar, después
seguimos trabajando.
Y esta voz se convierte en una orden más
autorizada que la del jefe, que al vernos a todos saliendo tan disciplinadamente,
no le queda más que seguirnos hacia el almuerzo también.
A l regreso, el reloj cucú se convierte en una
cuenta regresiva hacia la hora de salida, y a cada hora cambia su canto hacia
algo así como:
- ¡Todavía faltan tres horas para la salida!
- ¡Dos horas!
- ¡Menos mal que ya solo falta una hora!
Curiosamente, estas alarmas horarias han
causado un efecto positivo en la productividad, pues la gente, al ver que falta
menos para la hora de salida, redoblan sus esfuerzos para acabar con el trabajo
del día, hasta que llega la última campanada:
- ¡Por fin! ¡Ya nos podemos ir!
Y el reloj cucú, que se ha convertido en el
guardián de las horas dentro de la oficina, ha ordenado a todos que se retiren
pacíficamente. Los jefes tienen que poner todo su empeño cuando quieren que
alguien se quede después de esa hora, ya que es muy difícil quedarse después de
que el reloj ha hablado y dicho su última palabra.
Y ese justamente es el problema. La gerencia aún
no decide si la presencia de un reloj cucú en nuestro lugar de trabajo es
beneficiosa o perjudicial para el logro de los objetivos de la empresa. Y debe
tomar una decisión radical cuanto antes, pues el ejemplo está cundiendo. Son ya
varios los que cada hora empiezan a hacerle coro al reloj cucú, marcando las
horas con su canto.
Mientras tanto, aquí seguimos esperando la
hora exacta para escuchar a nuestro reloj cucú.
jueves, 17 de octubre de 2013
La lección de Abu Navid
En aquellos tiempos en que Abu Navid El
Apócrifo no era aún muy conocido, antes de sus primeros viajes, no era raro
encontrarlo ejerciendo el oficio de tejedor al frente de su casa. Los
caminantes que lo conocían se detenían para conversar con él y obtener algo de
su sabiduría, que ya era conocida en el pueblo. En uno de esos días en que el
maestro Navid se encontraba ocupado en su labor, se le acercó un joven.
- Salve, maestro – Le saludó - He venido en
busca de tu consejo, pues se dice que eres el más sabio de este pueblo, y…
Navid le interrumpió rápidamente: - Tal vez sea conocido en este pueblo por mi
poca o mucha sabiduría, pero también me estoy haciendo conocido como un tejedor
que no entrega a tiempo sus encargos, y esta fama suele ser más duradera que la
otra. Vuelve, pues, mañana, y te daré la
lección que buscas.
Navid El Apócrifo continuó con su
trabajo sin dar oportunidad al joven para siquiera despedirse.
Al día siguiente, el joven regresó y encontró
a Abu Navid aun tejiendo la pieza del día anterior. Apenas levantó la mirada
para ver al joven, haciendo una seña para que guardara silencio y esperara. El
joven se sentó en el piso y esperó, tal como se le había indicado. Así pasó una
hora, y otra más. El joven, que había tratado de mantenerse paciente durante
ese tiempo, no pudo contenerse más y se levantó para hablar. Nuevamente, si
levantar la vista de su trabajo, Navid le indicó con un gesto que esperase. Así
pasó otra hora hasta que el maestro terminó al fin su trabajo. Casi al mismo
tiempo, llegó el mercader que había entregado el trabajo. Después de un rápido
examen de la prenda el mercader se retiró tras pagarle el precio acordado. Abu
Navid quedó solo con el joven.
- Estoy fatigado, ya puedes retirarte – Le dijo
al joven – Yo entraré a mi casa y comeré algo, luego descansaré un poco.
- Pero… ¿Y la lección que me prometiste? – dijo
el joven, sorprendido y molesto.
- Te acabo de dar una lección importante –
respondió el maestro – Si tienes un deber que realizar, no dejes que nada te
interrumpa, luego podrás disfrutar de los frutos de tu labor. Ahora, con tu
permiso, me retiraré a dormir – Dijo, levantándose y entrando en la casa.
viernes, 11 de octubre de 2013
Historias incompletas
Una mujer pasa por mi lado, llorando. Lleva con un andar
vacilante a un perro al que abraza como si fuera un niño. La razón por la que
está llorando, el porqué está llevando al perro en brazos y hacia dónde va es
un misterio para mí. Su historia es una que no podré contar, yo solo soy un
extraño, alguien que solo pasa casualmente por su lado.
En el lugar donde trabajo, dos de los empleados pasan
conversando ruidosamente poco antes de la hora de salida. Tal vez están
planeando el fin de semana en alguna fiesta o en un partido de fulbito. El caso
es que no puedo entender lo que hablan, porque los dos obreros están hablando
en quechua. Empiezo a imaginar que alguno de los dos ofrecerá una fiesta en su
casa por el nacimiento de su hijo, o tal vez van a celebrar la fiesta patronal
de su pueblo. Nuevamente soy un intruso en una historia que me es totalmente
ajena.
Una de las empleadas de la oficina ha pedido su baja en la
empresa. No ha dado razón para abandonar su trabajo, tal vez solo a su jefe
inmediato, quien la está dejando partir casi de un día para otro. Solo los
rumores dentro de su oficina tratan de dar alguna luz sobre el tema. Se habla
de su enamorado, quien la llamaba constantemente, de que ha conseguido un
puesto mejor en una empresa de la competencia, de un embarazo no deseado, en
fin, la cantidad de versiones da fe de que nadie en realidad sabe la razón de
este retiro. Hay una historia, sin duda, pero nadie la conoce, excepto su
protagonista.
Un día, de pronto, aparece un gato en mi casa. Se instala
silenciosamente en mi patio, como si fuera un conocido que llega de lejos y
pide un lugar donde descansar un momento en un viaje. Las preguntas por el
vecindario sobre si pertenece a alguien no arrojan resultado alguno. A falta de
un dueño, le doy alojamiento por unos días, lo alimento y le dejo quedarse unos
días. Tras haber repuesto fuerzas, el gato se va y no lo vuelvo a ver más. De
dónde vino, cómo llegó a mi casa y hacia dónde se fue, es un misterio que el
gato no puede contarme, y que aunque yo pudiera entenderlo, quizá no tendría
interés en compartirla conmigo.
sábado, 5 de octubre de 2013
Cambiando el cuento
La (no tan) Bella Durmiente
El príncipe, después de muchas peripecias
llegó a la habitación donde yacía la Bella Durmiente, dispuesto a darle un
beso y romper el encantamiento. La miró con detenimiento, pensando en todo el esfuerzo hecho para llegar,
pensando en la justicia de la fama de su hermosura. No la encontró tan bella.
“Que sea para otro príncipe” dijo antes de retirarse.
El
lobito bueno
Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos.
Y había también
un príncipe malo,
una bruja hermosa
y un pirata honrado.
Todas estas cosas
había una vez.
Cuando yo soñaba
un mundo al revés.
José Agustín Goytisolo
(Palabras para Julia y otras canciones, 1979)
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