Había una vez, en un país al que no llamaré
por su nombre, en el que el presidente, que había llegado a tal puesto como
quien se saca la lotería, tenía la necesidad urgente de distraer al pueblo de
todos los problemas que habían causado el y su ilustre antecesor. No tuvo que
pensar mucho en una respuesta, en realidad. La solución se encuentra desde hace
muchos años en todos los manuales de populismo y libros de gobierno dictatorial
para dummies: Hay que culpar a los Estados Unidos. No importa que el país del
norte sea el principal comprador del único producto exportable del país, nadie
habrá quien defienda a esa fuente de todos los males mundiales, y si alguien se
opone, pues es un agente de la CIA, se le encarcela y asunto arreglado.
El problema es que no todo es tan fácil como
lo dice el manual del perfecto dictador. Normalmente el gobierno yanqui ante
las bravatas de nuestros países hace el mismo caso que a las moscas que
fastidian en verano, pero esta vez ensayó una tibia respuesta: impuso restricciones
a los diplomáticos del país en Gringolandia. Los tales diplomáticos vieron
cortados sus viajes con toda la familia, tuvieron problemas al sacar sus
dólares y el lucrativo negocio del contrabando en valija diplomática se vio
severamente restringido. El presidente consideró el caso de suma importancia
(más aún que las marchas y protestas que se multiplicaban en su propio país),
porque todos los familiares, compadres y ayayeros con cargo diplomático, que
eran la mayoría del gremio, amenazaron con convocar a un golpe de estado,
recordando al presidente que la lucha contra la pobreza que había prometido al
inicio de su gobierno se empieza y se termina por casa.
El dicho presidente,
que para golpes ya estaba curado desde aquel que lo llevó a él mismo al
gobierno, convocó a su gabinete para tratar la grave situación. Esta vez se ha
llegado a un límite intolerable, dijeron todos al unísono ¿Qué pasaría si los
Estados Unidos encontraban la forma de congelar las cuentas en dólares que
todos ellos tenían? La agresión debía responderse de manera contundente. ¿Denunciar
la agresión ante los organismos internacionales? Imposible, esos organismos
suelen estar llenos de países democráticos, y decir democráticos es lo mismo que
decir amigos de los Estados Unidos. ¿Cortarles nuestras exportaciones? No se
puede, son nuestra única fuente de ingreso. ¿Buscar otros países para hacer un
frente? Sería buena idea si los otros países no se rieran de nosotros. Además,
esos países cobran la amistad en petróleo, y con la reducción de producción por
las huelgas y mal mantenimiento, además del subsidio a ese otro país, ni
siquiera tenemos para el gasto, vean las colas en las gasolineras de la
capital. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Urgen medidas desesperadas, y la idea más
descabellada se acepta en este momento. La idea más descabellada es la del
ministro de guerra (otro de los compadres presidenciales), que propone la
guerra abierta con los yanquis go home. El presidente, que tiene la cualidad de
decidir tan rápidamente que los opositores lo calumnian diciendo que improvisa,
aprueba la idea sin más discusión. Los asesores buscan entonces la
justificación a la decisión: informan que será bueno para deshacerse de un poco
de gente, ya que el país está sobrepoblado, se podrá por fin probar los aviones
y tanques recién comprados de segunda mano a una de las ex repúblicas
soviéticas (a precio de nuevos, ya se sabe que los gobiernos nunca facturan
nada en barato), y se dará al pueblo algo de qué hablar para distraer de los
problemas cotidianos y se unirán en el objetivos común de destruir a los Estados
Unidos, que ese objetivo sí vale la pena, no como con el vecino del sur, con el
que siempre discutimos y nunca llegamos a nada.
Los preparativos para la guerra se hacen con
prontitud. Se convoca a las fuerzas armadas, bueno, casi armadas, porque las
armas no alcanzan para todos. Los soldados son entrenados de acuerdo a los
nuevos conceptos que permiten resultados en siete días convirtiendo a pacíficos
ciudadanos en terribles máquinas de matar. En realidad se perdió un día
enseñando a los soldados a decir correctamente “yankees go home”.
Los problemas que se encuentran son achacados
a sabotaje internos por agentes de la CIA, aunque no hay mucho que decir cuando
los uniformes militares comprados en China han llegados dos tallas más pequeños
y se rompen al primer roce. Las prácticas de las armas han sido un éxito,
solamente se cayeron tres aviones, dos de los tanques se malograron y otros
cinco se quedaron sin combustible en pleno desfile frente al presidente.
Como parte de los preparativos, también se
confiscan los pocos medios de comunicación de oposición que quedan, no se debe
malgastar tinta criticando al gobierno en estos momentos tan difíciles. Se confiscan
también almacenes y tiendas que venden productos del imperialismo yanqui, al
esfuerzo de la guerra se debe colaborar con productos nacionales.
Cuando llega el día del inicio de la invasión
sorpresa a los Estados Unidos, día anunciado por el presidente en cadena
nacional, el glorioso ejército hace cola en el aeropuerto, ya que no hay suficientes
aviones militares y deben tomar vuelos comerciales. Al pasar por el control, se
descubre que las mochilas de los soldados llevan en vez de armas y pertrechos,
arepas y tamales para los familiares que viven en Estados Unidos. Todos parten
felices de traer un buen resultado, despedidos por los familiares que insisten
en que los soldados aprovechen en visitar a los familiares expatriados. Las
arengas del propio presidente que está presente para despedir al ejército
invasor no son escuchadas por nadie, pero eso no importa, porque el mensaje
será repetido por las radios y televisoras estatales (es decir, todas) para que
nadie quede sin escucharlas y aún repetirlas de memoria en las escuelas.
Tras la primera semana de ofensiva, el
ministro de guerra informa al presidente de los desalentadores resultados.
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Compadre, quiero decir ciudadano presidente,
hemos tenido 3,659 bajas en los últimos días…
-
¿Qué cosa? ¿Han matado a todos esos tres mil
no sé cuántos soldados?
-
No, mi presidente, los 3,659 se han quedado a
vivir por allá de ilegales, con parientes o por su cuenta. Pero no se preocupe,
hemos logrado que regresen otros 1,387 soldados.
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Esos sí son patriotas, ¡Que los condecoren!
¡Que todos vean que han traído la victoria y que están contentos!
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Ya lo hicimos, mi presidente, y en verdad están
muy contentos porque han traído dólares que sus familiares les han dado para la
familia acá, y también han traído laptops, celulares, y playstations para
vender…
Esta es la historia de lo que en realidad ha
sucedido, verdad que inexplicablemente es silenciada por el gobierno, y que es
publicada aquí para que el pueblo sepa la verdad…