A raíz de los últimos
acontecimientos, diversas asociaciones están promoviendo una marcha en favor de
la igualdad, a la que se espera que acudan miles de personas. Yo, como me
considero una persona igual a los demás, he decidido unirme, al tiempo que
trato de encontrar a tanta gente que en los días normales se desgañita diciendo
que es diferente al resto.
Cuando llego, me uno a
un grupo que parece animado, con pancartas y polos alusivos. “Hola, amigos,
vengo a unirme a su grupo, ahora que todos somos iguales” digo con mi mejor
sonrisa. Recibo una recepción glacial. Sólo uno del grupo se digna a
contestarme. “Lo siento, señor, todos aquí somos amigos, ¿Por qué no va a otro
grupo?”. “Pero si todos somos iguales, para eso es la marcha”. “Búscate tu
propia igualdad” escucho decir mientras todo el grupo se va por su lado.
No me dejo amilanar
por las circunstancias y veo a varios que todavía no tienen grupo. Una pareja
que se está tomando selfies con el fondo de las pancartas es mi próximo
objetivo. “Hola, ¿Nos tomamos fotos por la igualdad?”. La pareja parece un poco
más abierta y yo les ayudo con algunas fotos. De pronto se me ocurre llamar a
más participantes de la marcha para que las tomas salgan más interesantes.
Llamo a gente para que se nos una y viene una variedad de gente. Allí aparecen
otros problemas. La chica del selfie no quiere abrazarse con un cholito de
camiseta raída y tez morena. Acérquense, para que salgan todos en la foto.
Obligada, la chica del selfie le da un abrazo que trata de mantener la máxima
distancia posible entre ambos. Una vez hecha la fotografía, se acerca a mí y me
dice: “Hazme un favor, esta foto no la publiques”.
Ahora llega un grupito
con cámaras y equipos profesionales, tratando de reunir a la gente. El jefe, al
que reconozco porque en vez de hablar, grita, se me acerca diciendo “Usted,
amigo, ¿Qué opina del hashtag #TodosPorLaIgualdad?” “Yo no vine por ningún
hashtag, yo he venido por la igualdad”. El jefe no tiene tiempo de contestarme,
pues está tratando de juntar un grupo grande de gente que grite su lema. El
ajetreo se incrementa cuando llega otro equipo con pancartas de #SomosIguales y
yo quedo en medio de los dos grupos, donde la gente que trata de jalarme cada
cual para su respectivo lado se trenza en una batalla campal. De nada sirve que
yo grite por enésima vez que si es una marcha por la igualdad da lo mismo el
grupo con el que esté.
Al final, me veo en el
grupo uno de los hashtag y las justo cuando las cámaras empiezan a filmar,
irrumpe un grupo de homosexuales escandalosos con pelucas rubias y maquillajes
exagerados que atropellan a todos para colocarse en la primera fila. Encuentro
al de la camiseta raída que ha encontrado a un par de amigos tan pobres como
él, y decido que me van a ayudar a avanzar. Somos rechazados violentamente por
el comando gay, que empieza a gritar que somos unos homófobos que los quieren
sacar de la marcha. A los que quieren sacarnos del tumulto les digo que la
igualdad también es entre ricos y pobres. El vocero de los homosexuales me
grita que esa es otra igualdad, que me vaya a hacer mi propia marcha, que esta
es por la igualdad de géneros.
Apartado del grupo en
el que estaba, comento a uno que está casualmente a mi lado que la igualdad no
hace distingos de ricos y pobres, ni de géneros ni de posiciones políticas ni
de razas. Una carcajada es la respuesta de mi interlocutor. “Si, seguro que a
ti te gustan los negros”. Sólo entonces me doy cuenta de que estoy en un grupo
con pancartas a favor de legalizar la mariguana.
Perdido y a la vez
mezclado en la multitud, me junto con dos chicas a las que cuento lo que había pasado
hasta el momento. Nuevamente mi relato provoca las risas de quienes me
escuchan. “¿No sabes que estas cosas son así? No todas las igualdades son
iguales. Hay igualdades e igualdades” me dice una de las chicas antes de
perderse entre la muchedumbre.
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