Hace un tiempo
viví una experiencia aterradora, de esas que cambian vidas y crean
revoluciones. Fui invitado a una exposición de productores de café, y cometí,
no sé si el error o el acierto, de asistir. En ese tiempo yo no tenía gran
experiencia como consumidor, limitado exclusivamente a una taza de café con
leche de vez en cuando, así que fui con gran entusiasmo y total inocencia. La
exposición se veía animada (no podía ser de otra manera, ahora lo sé) y quienes
atendían eran bastante amables, con una actitud de Doña Florinda repitiendo a
todo aquel que pasaba “¿No gusta pasar a tomar una tacita de café?”. Yo,
entusiasmado, acepté una atractiva taza de moka de uno de los más reconocidos
productores del país, con todo y su dibujito en la espuma. El efecto fue
inmediato y contundente, como entrar a un nuevo y fascinante mundo del que yo
nada conocía hasta ese momento. Y era sólo el primer stand de la exposición.
Con
la intrepidez que da la ignorancia, fui probando café tras café de muestra de
la mayoría de los stands: café expresso, capuchino, latté, orgánico, arábigo, de
altura, mezclas, productos de los más conocidos valles cafetaleros, incluso ese
café que es digerido y excretado por un bicho antes de ser molido, el cual era
el más caro y celebrado de toda la exposición. El dato que me dio uno de mis
acompañantes, de que en Italia una de las tacitas de muestra que me daban a
degustar no valía menos de 3 euros me daba ánimos adicionales. Sacando la cuenta,
debo haber probado unas dieciséis tazas antes de decirme a mí mismo que ya basta,
estás exagerando con esto de la degustación. Recuerdo que regresé a mi casa en
un estado de euforia que me tuvo dos días sin dormir, y lleno de ideas que
jamás hubiera tenido estando sobrio.
Desde entonces he
estado pensando en la influencia del café en la civilización occidental, para
llegar a aterradoras conclusiones, descubriendo la verdad sobre la conspiración
mundial del café, conspiración que por su efectividad deja en ridículo a todas
las otras teorías de los iluminatis, los reptilianos, y demás. Y esta es la
verdad que paso a describir a continuación:
Hoy en día es
difícil imaginar una oficina que no tenga una cafetera en algún lugar. Esto
empezó en los años 40, con el objeto de mantener a los empleados despiertos
durante las largas jornadas de trabajo que nos impone el sistema capitalista.
Anteriormente, el café se tomaba solo como una bebida caliente para soportar el
frío, al igual que el chocolate. Las propiedades estimulantes del café le han
asegurado hasta el día de hoy carta blanca para permitir su uso, a diferencia
de otras drogas. Porque el café es una droga, como he podido comprobar
personalmente el día que en mi oficina se malogró la cafetera. Ese día hubo
escándalos, carreras urgentes y un síndrome de abstinencia general que duró hasta que
un técnico llamado de urgencia pudo reparar la cafetera, recibiendo una ovación
de pie de todo el personal por tal hazaña. Nunca he visto reacción tal cuando
se malograba la impresora o cuando se cortó la electricidad en la empresa.
Por esta razón
los gobiernos ocultan la información sobre los peligros del consumo del café y
sus efectos a largo plazo sobre la salud, tal como se hizo por mucho tiempo con
el tabaco. Pero el café es mucho más peligroso, ya que lo han convertido en una
droga social sin límite de edad, todo para que los empleados puedan producir y
seguir siendo explotados por las inmisericordes compañías. La conspiración está
tan bien organizada que son los propios trabajadores los que defienden el statu
quo que permite el libre consumo de café.
Imaginemos ahora
qué pasaría si el café fuera prohibido como la coca (La comparación no es
gratuita, desde hace siglos la gente de mi país masca las hojas para conseguir
exactamente el mismo efecto). La producción caería en picada en todas las
actividades productivas y en las de servicios, las empresas quedarían inmovilizadas
todos los días durante las primeras horas de la mañana y las últimas de la
tarde, lo que obligaría a la desaparición de las horas extra en el trabajo. ¿Se
imaginan la revolución que causaría esto? Por eso las grandes potencias tratan
de tener de su lado a los centros mundiales de producción de café, tratando de
evitar que estos países se den cuenta del poder que tienen, de que la mayor
parte del progreso mundial del último siglo se debe a uso del café.
Esta es la verdad
que se trata de ocultar. Lamentablemente hay poco por hacer, ya que tenemos a
todo un planeta adicto, y aquellos que han logrado sacudirse de este yugo
invisible son ridiculizados y segregados por la sociedad. Esta es la verdad, el
resto son fantasías conspirativas.
saludos. es razonable. más aun cuando en 2021 te das cuenta de lo que tiene el café: metales pesados y grafeno para tratar (y lograr en muchos) manejar a la población por medio de
ResponderBorrarenormes antenas