Cuando me toca escoger la música en el
trabajo, me gusta preguntar al recién llegado o al visitante – que nunca falta
– qué tipo de música le agrada. La respuesta es usualmente una variación del
“Yo escucho todo tipo de música, no se preocupe”. Y nunca falla, el concepto de
“todo tipo de música” en la mayoría de los casos se reduce a salsas, cumbias,
reggaetones, algo de pop antiguo en castellano y tal vez algunos boleros
cantineros. Lo que nunca esperan es precisamente lo que pongo para impresionar
a la gente: Música New Age, Jazz actual, Rock psicodélico de los años 60,
siempre algo para lo que mi interlocutor no está preparado, para demostrar que
el “todo tipo de música” es un concepto mucho más amplio.
Para la gente asidua, reservo mis elecciones
de los Beatles, algunas versiones electrónicas de música popular o mi selección
personal de música brasilera. Tal vez debido a eso la gente empieza a evitar
que sea yo quien escoge la música, y a la vez me sirve a mí para zanjar las
discusiones sobre la música que ha de ponerse con un “o se ponen de acuerdo o
escojo yo la música”.
Claro que hay músicas para todos los gustos y
disgustos, además del reggaetón, que es para la gente que no tiene gusto. Pero
hay un género musical para el cual la gente no tiene defensa alguna. Cuando la
cosa se pone difícil, empieza a sonar en toda la oficina la mejor selección que
tengo de música clásica. Esta tiene la ventaja de que el oyente se siente en un
compromiso y no puede admitir que no le gusta ni pedir que cambie la música, so
pena de verse ante los demás como una persona inculta y de mal gusto. ¡Al que
se porta mal tendrá que escuchar opera! Es la consigna.
Como todo lo bueno no puede durar, desde hace
poco me encuentro yo en un caso similar. A algunos de mis compañeros de trabajo
se les ha dado por escuchar “música cristiana” A mi entender, la música
cristiana simplemente no existe, existe pop, baladas o hasta metal, dado el
caso, en que la letra habla de Dios o de Cristo. En el mejor de los casos solo
podemos hablar de música con letras religiosas. Pero no todos lo entienden así.
Creen que el que el que no gusta de esta música es porque no le gusta Dios,
porque quiere ir al infierno o porque es directamente un enviado de Satanás.
¿Y cómo explicar estas cosas a la gente que cree
que está un pasito más cerca del cielo escuchando esta música? Ya intenté demostrando las innegables
semejanzas que muchos de los cantantes cristianos tienen con Ricardo Arjona, de
cómo Alberto Plaza cambió el modo religioso por el más lucrativo mercado de la
balada romántica. Por último, he hecho notar la poquísima variedad de letras
que tiene este tipo de música. No sé cómo un cristiano podría por ejemplo
llevarle serenata a su enamorada, si no tiene canciones de amor y todas son de
alabanza a Jesús. Ni siquiera puedo forzar la situación con un “¡Por Dios, que
buena estás!”. Si yo hiciera este tipo de música (y me tendrían que pagar muy
bien para hacerlo, ya que no compongo ni siquiera música laica) tomaría el
riesgo y pondría estrofas de alabanza del tipo:
Oye Dios, tú sí que eres lo máximo,
Rey del universo, faltaba más,
Mira nomás que bien te salió el mundo
La verdad eres de la puta madre.
Hiciste los cielos y la tierra
Y todavía para lucirte
Hiciste a la mujer ¡Que bestia!
No hay nada que hacer ¡Eres un trome!
Pero como ya sé que no me van a llamar, me
quedo con esas y todas las demás melodías que se me ocurren para mí mismo.
Ellos se lo pierden, pues.
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