Dentro de las reuniones que tenemos de vez
en cuando para aliviar la lejanía del hogar, siempre en algún momento la
conversación se vuelve hacia las historias de fantasmas. En uno de mis primeros
trabajos, uno de nosotros contó la historia del tesoro enterrado, otro la de
los duendes que roban niños, yo contaba aquella del antimonio, al pedirle a una
de nuestras compañeras, ingeniera ya de edad madura, que cuente su historia,
accedió a relatarla, con la siguiente aclaración: “Esta no sé si es una historia
de miedo o de fantasmas, pero lo que sí es cierto es que la gente se asusta
mucho al escucharla. Es raro que cuando se cuentan historias de fantasmas, la
gente la cree, pero cuento ésta nadie es capaz de creerla. La contaré, y
ustedes decidirán si la toman como verdadera o no”. Así empezó su relato, el que
trato de reproducir aquí:
Hace ya varios años, yo era la representante
de ventas de una importadora de repuestos, la que me obligaba a viajar por todo
el país. Visitaba asientos mineros, cooperativas en el interior, plantas de
producción en la selva. Cada vez que creía conocer todos los caminos y pueblitos,
llegaba el pedido de una visita a algún sitio desconocido, un viaje en
camioneta por un camino lleno de recovecos en el cual era muy fácil perdernos.
Y eso fue lo que pasó una vez en que iba a unos molinos de mineral con un
técnico que a la vez me hacía de chofer, y eso era una suerte, porque yo le
tengo miedo a los caminos de la sierra, como todos saben. En el camino ya se
nos había tarde cuando una piedra cayó del cerro y rebotó en el capó. El golpe
hizo perder el control al técnico, que chocó con una peña al borde del camino,
doblando la rótula de la camioneta, además de darnos un golpazo y un susto de
muerte.
Sin saber exactamente dónde estábamos,
tratamos de mover el carro fuera del camino, pues no teníamos triángulo de
señalizar, se hacía de noche, estábamos cerca de una curva y un chofer
desprevenido nos podría chocar, agravando nuestra situación. A duras penas
pudimos mover la camioneta lo suficiente, pues el eje estaba casi en el piso. El
técnico salió a ver si había algún poblado cerca o alguien que nos pudiera
ayudar. Yo me quedé a descansar, porque en el choque me había golpeado la
cabeza y me había hecho un chichón que empezaba a verse feo. Después de una
hora estaba sola e inquieta, ya se había hecho de noche. En ese tiempo
solamente había pasado un carro por el camino, pero no pude reaccionar a tiempo
para pedir ayuda y se fue antes de que pudiera salir del carro. Ahí fue que me
di cuenta también que la camioneta había quedado oculta por unos arbustos y que
nadie que pase nos vería. Me pareció que lo mejor sería esperar afuera por si
pasaba alguien más. Después de un rato vi las luces de un auto y salí al
camino. El carro casi frena en seco al verme. Eran dos técnicos del molino, que
me hicieron pasar al asiento trasero, lleno de paquetes y bolsas.
Ahora sé que
tenía un aspecto terrible en ese momento, golpeada, pálida y asustada. Sé
también que la forma en que les conté nuestra peripecia no fue la mejor.
Recuerdo haberles dicho literalmente que nos habíamos sacado la mierda contra
una roca, recuerdo también que ya que faltaba todavía un poco para el molino,
descansaría un poco, porque estaba muerta. Así fue, cogí un costalillo que
había como cobija y me recosté un rato. No debo haberme quedado dormida más de
unos minutos, pero cuando desperté, estaba sola en el carro, las puertas
delanteras abiertas. Me asusté inmediatamente y bajé del carro, dándome cuenta
recién en ese momento de lo tonta que había sido al subir al carro, y lo fácil
que hubiera sido para ellos abusar de una mujer sola en un descampado. Así que
traté de ocultarme hasta que vi a los del carro regresar subir de nuevo y
emprender la marcha. Afortunadamente ya se veían las luces de un pueblito y
llegué después de unos pocos minutos de caminata. Allí encontré a mi técnico,
peleando en un almacén por el precio de unos alimentos que pensaba llevarme. Ya
se había comunicado con nuestra oficina, había hablado con un mecánico con
camioneta (no encontró grúa) para recogerme y remolcar nuestra camioneta. Cuando me vio y supo cómo
había llegado, no podía creerme y me habló de historias de mujeres que habían
sido violadas y asesinadas por abordar el carro de un desconocido.
Pasé la noche en un albergue del pueblo,
en un cuarto con doble llave y poniendo un armario en la puerta como tranca,
así de asustada estaba. Al día siguiente regresé a la capital por indicación de
la oficina, por el susto y para que me vieran la contusión que tenía en la
cabeza.
Una vez en la oficina, después de unos
días de descanso, no salí de viaje por un tiempo, mitad por recomendación de mi
jefe, mitad por mi propio susto. Pasados más de tres meses, uno de los
compañeros que acababa de llegar de viaje al molino al que yo nunca llegué, me vino
con la noticia. En el molino le habían contado la historia de dos técnicos que hacía
poco habían recogido a una mujer blanca en el camino, que se sentó en el
asiento de atrás, les dijo que había muerto en un accidente en una curva, que
ellos no le habían creído y que se habían reído de eso hasta que cuando voltearon
la chica ya no estaba. Bajaron del carro pensando que la chica había saltado
del carro o se habría caído, pero no encontraron nada, y cuando llegaron pueblo
y al molino preguntaron si alguien había visto a una mujer blanca con sangre en
la frente. Les respondieron que no había nadie, solo un chofer que se le había
malogrado la camioneta en el camino, pero que ya se la habían llevado a la
ciudad.
Al terminar el relato, todos los presentes
nos quedamos callados, sin saber qué decir ni qué pensar ¿Era verdad todo
aquello? Nuestra compañera insistió en que todo era verdad, que le había
ocurrido hace años. Uno de los ingenieros dijo que la historia de la chica de
la curva había ocurrido en otro país, hace bastante más tiempo, pero nadie podía
decir a ciencia cierta el origen de la historia. Nuestra compañera terminó
diciendo lo mismo que dijo al empezar: que sabía que no le íbamos a creer, y
que era una historia de fantasmas más increíble que todas, porque era la pura
verdad.
Yo no quiero afirmar ni negar nada, tal
vez sea cierto o no que una vez conocí a la chica, o al fantasma de la curva.
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