En estos días mi celular se ha rendido. Las
continuas actualizaciones y las aplicaciones que vez en cuando le instalo – no soy
especialmente fanático de instalar nuevos programas – están colapsando mi
aparato cada vez con más frecuencia. Incluso las actualizaciones de los
programas que ya tengo ocupan más memoria y algunos incluso me dejan sin
memoria para hacer llamadas, que es aquello para lo que sirve precisamente un
teléfono. Esto me hace pensar seriamente en para qué sirve un teléfono. Hoy en día
se espera que alguien con un celular escuche música, tome fotos, envíe
mensajes, y haga quien sabe más cosas. Incluso yo, que no soy muy adicto a
estas cosas, tengo una brújula, un convertidor de divisas, lector de noticias, la
programación de los cines y algunos juegos. ¿Cómo fue que llegamos a esto? No
fue de un día para otro, fue de manera lenta en que estas aplicaciones invadieron
a este aparato hasta convertirlo en algo totalmente diferente a lo que se
supone que debe ser. En teoría, el progreso de una máquina cualquiera debe ser
consistir en que sea cada vez más fácil de usar, pero ha ocurrido exactamente
lo contrario. Debería ser solamente
cuestión de llamar a un número y recibir la contestación. Es lo simple ¿verdad?
Pero a alguien se le ocurrió que esto era demasiado simple y empezó a
complicarlo hasta convertirlo en los smartphones de hoy. Es que lo simple no
vende, seguramente pensaron en la compañía.
Solo imaginemos. Algo simple no se
malogra seguido, no causa problemas al utilizarlo y sobre todo, no se cambia.
Esto no le conviene a los fabricantes de artilugios electrónicos que quieren
que cambiemos de celular cada año, sin dejarme más acto de rebelión que
resistir lo más que puedo hasta darme por vencido y cambiar de modelo obligado
por la obsolescencia programada en la telefonía, que nos promete el 2G, 3G, 4G
y lo que venga después.
Esto me ha llevado a una conclusión que me
propongo exponer en los grandes foros mundiales, congresos, marchas ecologistas
y por supuesto, en este mi humilde blogcito: La realidad es que nos están
vendiendo desde hace tiempo cosas que no se han terminado de inventar, cosas
sin terminar.
Tomemos como ejemplo los televisores. Hace
tiempo uno compraba un televisor y le duraba 20 o 30 años. No miento, mi abuela
tuvo un televisor que le duró más de 30 años hasta que lo cambió, no porque no
funcionara, sino porque apareció la televisión a color. Aun así, uno sabía para
qué servía un televisor, lo prendía y miraba un programa escondido entre muchos
avisos comerciales. Era simple, porque el televisor ya estaba inventado.
Pero luego aparecieron las computadoras. Este
fue el primer caso de un invento incompleto. ¿Para qué sirve una computadora? Preguntaban
los confundidos usuarios, y muchos solamente la veían como una forma de máquina
de escribir sofisticada, o una forma de sacar cuentas con muchos números. Poco
a poco se le inventaron otros usos, se empezó a usar para escuchar música, ver
videos, conectarla al teléfono. Es que no estaba terminada de inventar y lo que
nos vendían anteriormente no era más que una versión incompleta e inacabada de
lo que vendría después. El proceso se está repitiendo con los smartphones. No
se han terminado de inventar y por eso hay que cambiarlo cada pocos meses hasta
que esté completo, y se dé inicio a un nuevo ciclo.
El éxito de estas estrategias de pretendido
progreso ha hecho que las grandes compañías la apliquen a otros artefactos que
nosotros creíamos que ya estaban inventadas, como las cocinas, refrigeradoras,
y automóviles, a los que agregan cada vez más chucherías electrónicas que
requieren de mantenimiento especializado y un recambio a los pocos años.
Lejanos están ya los tiempos en que un
escarabajo de Volkswagen servía fielmente a su dueño 40 años, y que se podía
arreglar en cualquier taller e incluso en el patio de la casa. Hoy cuando se
malogra un carro, el mecánico se encoge de hombros diciendo “es la electrónica”
y condena al usuario a llevarlo al taller especializado donde le conectan otro
chiche electrónico para repararlo. El pobre propietario del carro nunca supo
que tenía el auto, ni cómo lo repararon. Eso queda como un secreto comercial de
la marca, lo que me hace sospechar que en algún lado el coche tiene un
temporizador que le dice que deje de funcionar para así darle trabajo a su
representante autorizado.
Por eso levanto mi voz de protesta para que las
grandes transnacionales dejen de vendernos cosas que están sin terminar y que
nos vendan de una vez cosas que estén completamente inventadas. He dicho.
Lamentablemente la mercadotecnia nos mantiene cautivos y nos hace cambiar o actualizarnos hasta el momento en que tenemos que invertir considerables sumas de dinero para poder estar a la "moda" o incluso para desenvolvernos en nuestro mundo laboral.
ResponderBorrarMuy buena reflexión un abrazo enorme.
Nos leemos.
Es cierto, al igual que tu me resisto a cambiar de equipo; pero con tanta actualización el teléfono ya no sirve para nada. No entiendo, si supuestamente se mejora con la tecnología y se debieran optimizar los códigos de los programas, entonces porque cada vez son mas pesados? Yo también pido que las cosas se hagan bien o no se hagan.
ResponderBorrarA raíz de este post, un amigo me comentó que antes, los celulares mas modernos eran los más pequeños, hoy sucede exactamente lo contrario. Igual que los televisores, que cada vez los venden más grandes. Gracias por los comentarios.
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