Una de las experiencias que debe pasar todo
hombre en su afán de relacionarse con el sexo opuesto es el acompañar a su
pareja cuando va de compras. Normalmente las mujeres van de compras con amigas,
pero en ciertos casos, el hombre tiene la necesidad de hacer puntos que
después, con mucha suerte, podrá cobrar en especies, como quien dice. La mujer
aprovecha también esta oportunidad para probar la fidelidad de su hombre. Si
dicho hombre logra resistir la prueba, su paciencia será premiada con paseos de
compras cada vez más largos y una esperanza cada vez más lejana de cobrar esos
puntos que cree estar ganando.
Esta aventura, al menos para el tonto que
escribe, empieza de manera totalmente inocente. Un evento, alguna reunión, o
simplemente las ganas de pasar el rato y la incidental falta de la amiga de
confianza son el detonante para la pregunta “¿Me acompañas a ir de compras?” El
hombre (o sea, yo) sabe que la negativa es imposible, so pena de que se le
recuerde dicha negativa cada vez que yo, a mi vez pida la más mínima cosa.
Además, como dije antes, se trata de quedar bien y de ganar puntos, de dar la impresión de ser una persona amable, cariñosa y tolerante. De parecer, en fin, todo lo
que no soy.
Mientras salimos creo adivinar que recorreremos unas veinte tiendas de ropa, regresaremos a la primera, y allí mi chica se va a encaprichar con una de esas prendas que solamente se ven bien en una supermodelo de 1.90 de altura y 40 kilos de peso, y yo que como todo tonto, soy incapaz de mentir, abriré mi bocota y saldré perdiendo de esta batalla. Trato de disimular mi cara anticipada de derrota.
Nos encaminamos a un gran almacén en
el centro comercial de moda. La primera dificultad es superar el instinto de dirigirme
al área de electrónicos y entrar en esa zona desconocida para mí que es el área
de ropa femenina. Afortunadamente la mano firme de mi pareja me mantiene en el
rumbo correcto y evita mi huida.
Una vez dentro del área, es donde empieza la
verdadera prueba. A la confirmación de mis sospechas de que el área femenina
ocupa tal vez la mitad de la tienda, se suma el verme como el único hombre en
muchos pasillos a la redonda.
En este momento es cuando el hombre debe
probar su valía. La mujer, por supuesto, ha olvidado que tiene a su lado a un
hombre y no a una mujer, y empieza a hacer las preguntas que haría normalmente
a su amiga, pero que para el hombre significan nada menos que trampas mortales que hacen a la relación pender de un hilo.
- ¿Cómo me veo? ¿Qué te parece este color? ¿Crees que este vestido me hará ver gorda?
- ¿Cómo me veo? ¿Qué te parece este color? ¿Crees que este vestido me hará ver gorda?
Yo, por lo menos, no sé cómo contestar a este tipo de preguntas. Me sirve de poco saber que hombres más ingeniosos y sagaces que yo han caído en esta trampa. Intento hallar la respuesta políticamente correcta, o adivinar la solución a este acertijo de preguntas capciosas. Mientras mi mente trabaja a marchas forzadas, trato de ganar tiempo haciéndome el sordo y mirando a otro lado. Craso error. Ella cree que estoy mirando las curvas de la clienta del costado y me manda una interjección. Yo volteo la mirada en otra dirección, evitando el contacto visual con mi pareja. Ahora la que cree que la estoy mirando es la cajera, quien para empeorar las cosas, me devuelve la mirada sonriendo. Mi única salida es responder automáticamente.
- Pero si tú siempre te ves bien, linda.
Mi chica es inteligente, no se traga esa
respuesta y sabe que ni siquiera he mirado la prenda que me está mostrando.
Ante mi respuesta, ella decide ir al vestidor
a probarse la prenda. Esta es la escena en la que trato de poner cara de macho,
cosa verdaderamente difícil cuando estás en la sección femenina de la tienda,
rodeado de mujeres, faldas y cafarenas, y sosteniendo una cartera que me han
dado a cuidar. Después de unos 10 minutos regresa el ataque.
- ¿Qué opinas de este vestido?
Esta vez intento apelar a la lógica, aun sabiendo
que no servirá de nada.
- Está bien, pero… ¿Tienes algo que combine con
ese color?
La mirada de odio con que me responde me
atraviesa sin piedad, antes de ir a devolver el vestido al probador. Ella hace
todavía un último intento de obtener una respuesta de mi parte, y yo a mi vez
hago un último esfuerzo de mostrarme racional.
- ¿Y qué te parece este color?
- La luz de aquí hace cambiar el color de las
cosas, deberías verlo afuera…
Lo que sigue es una recriminación con pelos y
señales de lo poco atento que soy, de lo poco que me importan sus cosas y de mi
poco gusto en ropa. Lo único que no escucho es precisamente eso que deseo escuchar,
que nunca más volverá a traerme de compras. Mientras esto ocurre, seguimos
caminando y sin darme cuenta, hemos llegado a la sección de lencería femenina.
Inconscientemente, mi cabeza se vuelve hacia los enormes posters de mujeres en
ropa interior. Cuando volteo mi cabeza para mirarla a ella para que no piense
que soy un pervertido, ella, que no ha perdido detalle, cree que ahora la estoy
comparando con las modelos de los posters. Viene otra tanda de recriminaciones.
Afortunadamente el cansancio, o la
confirmación de que soy una causa perdida le hace decir lo único que me puede librar
de mi tortura.
- ¿Por qué no te vas y me esperas en la sección
de electrónicos?
Lanzo un suspiro de alivio al ver restaurada mi
fe en la humanidad. Aunque sé que he perdido esta batalla, me siento más
tranquilo en la sección de electrónicos al darme cuenta de la cantidad de
esposos, novios y amigos de mujeres que también están esperando que sus
respectivas parejas terminen de hacer compras en la sección de ropa femenina.
Pero la historia de terror no acabará aquí. Sé
que en algún momento, ella me pedirá otra vez que la acompañe, e igualmente no
sabré que hacer, ni qué decir. Esta es una de esas batallas en que hagas lo que
hagas no podrás vencer.
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