Que Alá el Poderoso, el Sabio, el Benéfico, me ilumine para narrar esta historia de uno de tus mayores siervos. Esta historia, ejemplo para todos los creyentes, le aconteció al gran Abu Navid, aquel maestro tan sin razón ignorado y aún confundido con otros menos sabios. Mas la voluntad de Alá es oscura y la ha dejado como ejemplo para que los humildes cronistas prueben su valer, desentrañando la verdad y mostrándola a quienes en verdad creen. La historia acontece durante uno de los viajes de Abu Navid, dicen que el primero, cuando su fama crecía como la enredadera en el más fértil de los jardines. Abu Navid el Apócrifo llegó a la ciudad de Karmabad, a la sazón regida por Abenjacán el Magnificente. Mas quiso Alá el Todovidente que acertara a suceder que en aquel momento el Sultán se encontrara fuera de la ciudad. De esta suerte, el maestro Navid fue recibido por el príncipe heredero. Este tal príncipe, sabedor de su fama y sabiduría, lo invitó cual se merecía a una espléndida cena y luego lo invitó a dar un paseo por el pueblo. Fue entonces que habló de esta guisa:
- Observa, maestro, como en este reino el
príncipe es respetado y adorado por el pueblo, contempla como todos se inclinan
a mi paso y me saludan con reverencia – le dijo – Esto muestra el gran poder
que tiene aquí la casa real, y la gran valía de mi persona.
Abu Navid, el Sutil, contemplaba la escena con
interés, pero sin decir palabra alguna que mostrase aprobación o rechazo a lo
que veía. Solo al final del paseo, mostró Abu Navid su sabiduría al decir:
¡Oh! Principe, he observado atentamente lo que
me dices, pero no creo que estas personas se inclinen ante ti, tal como
afirmas.
El príncipe, de quien ya se decía que tenía el
defecto del orgullo, se atrevió a decir:
Tal vez, maestro, tus ojos no han visto lo
mismo que los míos, o tu sabiduría está embotada por el almuerzo; si no es así,
la sutileza de tu sabiduría escapa a mi entendimiento ¿A quién estaba
reverenciando el pueblo entonces? ¿Es verdad acaso que tu conocimiento es
apócrifo e injusto de tu fama?
Eso lo vamos a discernir en este momento, dijo
Abu Navid. Tan solo necesito que me prestes un momento tu corona y tu cetro de
príncipe. Al tenerlos, y ante la mirada curiosa del príncipe, pidió a uno de
los sirvientes que le trajera a un burro. Ante el pasmo de los
presentes, el maestro Navid colocó la corona en la cabeza del burro
y el cetro real sobre su lomo. Dándole una palmada, hizo que el burro caminara
de este talante por la calle principal de la ciudad. Al ver al burro caminar
llevando la corona y el cetro, los habitantes se inclinaban y reverenciaban
como lo hicieran antes con el propio príncipe. Abu Navid y el príncipe
caminaban un poco atrás, sin ser reconocidos y sin ser saludados por nadie.
- Ves, mi joven príncipe, que la gente de esta
ciudad no saluda al príncipe, sino a quien lleva los adornos del poder, aunque
este no sea más que un burro. Todo este tiempo en que creías que la gente te
saludaba, en realidad estaba saludando a una corona y a un cetro.
El príncipe conoció la verdad de las palabras del maestro Abu Navid, y se sintió apenado del orgullo que había mostrado hasta entonces. Bajo el consejo de Navid el príncipe conservó al burro en su palacio, tratándolo con holganza y sin encargarle grandes trabajos. Cada vez que sentía caer nuevamente en el pecado de la soberbia, la presencia del burro le hacía recapacitar y volver a su nueva y humilde actitud. Y dice más la historia: que este príncipe no era sino Salafir, quien sucedió años después a su padre Abenjacán y alcanzara justa fama por su discreción y humildad durante su corto reinado. Alá el misericordioso ilumine a los que lean esta historia y les guíe en la búsqueda de las siete virtudes sagradas, les dé templanza y les aleje de pecados como el de la soberbia, que pertenece solo a Alá el Todopudiente.
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