martes, 1 de noviembre de 2022

Leyendas peruanas: Manco Capac



El gran lago Titicaca es el más grande de Sudamérica, y hoy está compartido entre Perú y Bolivia. El lago se ubica en un altiplano de la cordillera de los Andes, a una altura de 3,800 metros, en una zona que sería casi inhabitable de no ser por el lago, que regula la temperatura entre el día y la noche. La leyenda más importante sobre este lago es la del origen del reino de los Incas, que contaré hoy:

Hace mucho tiempo, en el Perú, los hombres vivían en la barbarie. La prosperidad que habían vivido alguna vez había sido ya olvidada y ya ni siquiera se conservaba como leyenda. En los alrededores del gran lago Titicaca, la gente vivía ausente del gran milagro que significaba el propio lago, que permitía la vida a una altura en donde no debería crecer sino musgo. Allí la gente vivía en cuevas, pasando frío en las noches, y se mantenía con los pocos frutos que podían encontrar en las alturas, o con los pescados que sacaban del lago y que devoraban crudos. Aquella gente que tan pobremente vivía, sin esperanza de redención, los que vivían a las orillas del gran lago Titicaca, fueron testigos de un espectáculo impresionante. Un gran rayo de sol atravesó las nubes y cayó sobre el gran mar interior que es el lago. En el lugar en donde el haz de luz tocó la superficie del apareció una pequeña isla, que quedó iluminada con un brillo tan resplandeciente que los ojos apenas podían soportarlo. En el punto más alto de la isla podían distinguirse dos figuras humanas.

Con miedo y curiosidad, los habitantes de la ribera se aglomeraron para ver aquel prodigio. Para mayor asombro de los espectadores, los dos personajes bajaron de la isla y empezaron a caminar sobre el agua para llegar a la orilla. Conforme se acercaban, se pudo distinguir que eran una pareja de hombre y mujer, con ropas de una riqueza nunca vista en esos lugares. Las prendas eran de lana de vicuña, y las joyas y adornos eran de oro y plata. Con solo verlos, los hombres se sintieron avergonzados de sus propios trajes hechos de cortezas vegetales o incluso quienes vivían en desnudez. El prodigio fue tal que muchos huyeron asustados, otros sin embargo tuvieron la entereza para acercarse a la orilla, conscientes de que los llegados eran merecedores de respeto.

Al llegar a la orilla del lago, el hombre habló con una voz que pudo ser escuchada por todos, no importa la distancia a la que estaban: "Mi padre me ha enviado, pues siente pena de la barbarie en que viven, y desea que ustedes dejen sus costumbres salvajes". Al oír esto, muchos gritaron, otros salieron huyendo, algunos simplemente quedaron paralizados al escuchar su voz. Pero también muchos se acercaron para escucharlos, aun sin saber si eran hombres o dioses quienes así hablaban. El hombre siguió hablando ante quienes se acercaron, con un acento dulce que suavizaba la dureza de su voz de mando. Al día siguiente era ya una muchedumbre la que se había acercado a ver a los recién llegados, y se había aglomerado alrededor de la pareja, aunque nadie se atrevía a acercarse a menos de tres pasos, por miedo a manchar las divinas ropas o a empañar el brillo de los adornos de oro. Uno de ellos se atrevió a preguntar cuál era su nombre y quién era ese padre que los había enviado. El hombre levantó el báculo de oro con el que había salido del lago Titicaca, y señaló al sol del mediodía. Mi nombre es Ayar, y mi padre es Inti, aquel que ven allí y que ilumina al mundo y lo calienta. Al escuchar esto, muchos se arrodillaron en señal de respeto y preguntaron qué podían hacer para lograr su favor. Por respuesta, Ayar les dijo que no necesitaban hacer nada, pues era él quien venía a salvarlos de su ignorancia, y que pronto partiría, porque para iniciar su reino necesitaba llegar al centro del mundo, y quería hacerlo con todos los que quisieran acompañarlo. La respuesta fue entusiasta entre quienes lo escucharon. ¡El centro del mundo! No debería haber mejor lugar para vivir y establecerse.

Ayar dio indicaciones a la gente durante varios días sobre cómo recolectar alimentos, y cómo secar pescados, llamas y alpacas para tener provisiones para el viaje. Mientras tanto, la noticia se esparció por los sitios vecinos y cada vez había más gente ansiosa de seguir a Ayar. La magnificencia del líder no podía menos que prometer un gran reino para aquellos que lo siguieran, y se hablaba de grandes ciudades llenas de oro con grandes almacenes de alimentos. Muchos, aun avergonzados, se mantenían a distancia de ellos y los seguían a lo lejos. 

Al fin llegó el día de la partida y Ayar empezó su camino seguido de una muchedumbre que lo reconocía como hijo del Sol, con rumbo al norte. Todos los seguían con alegría, incluso muchos de los que huyeron de su presencia en el primer momento. Conforme avanzaban, se unía más gente de los lugares por donde pasaban, convencidos por su aspecto noble y por la sabiduría que emanaba de él cada vez que hablaba. Durante el día caminaban, en un viaje que nadie sabía cuánto duraría y que era sostenido solo por la admiración al nuevo líder. Por las noches, al calor de las fogatas, Ayar hablaba a los hombres sobre cómo organizarse en familias y comunidades. Su pareja, Uqllu, se reunía con las mujeres y les enseñaba a cortar la lana de las llamas e hilarla, a hacer vasijas de barro y a cocinar los alimentos. Ayar contaba también a la gente sobre su padre Inti, el sol; sobre su madre Killa, la luna, y su heraldo Illapa, el rayo; sobre los hermanos Achkay, el lucero de la mañana y el lucero de la tarde, y sobre la gran serpiente luminosa del cielo nocturno que es la Vía Láctea. Hablaba también sobre cómo quería hacer un mundo a semejanza del que habitaban los dioses. 

El camino hacia el centro del mundo duró muchos días, y algunos empezaron a preguntar si faltaba mucho para llegar. En respuesta, Ayar subió a la parte alta de la montaña en la que estaban, y golpeó la roca con la base de su báculo de oro. El báculo generó un sonido al golpear la roca, y Ayar bajó con los demás. Explicó: Este báculo me fue dado por mi padre para buscar el centro del mundo. Cuando lleguemos, el báculo se hará uno con la montaña, esa será la señal de que hemos llegado a nuestro nuevo hogar.
 
Tres meses duró el peregrinaje. Cada vez que llegaban a un sitio nuevo, Ayar golpeaba la roca con la base del báculo dorado, ante la mirada esperanzada de la multitud, pero la varilla no se hundía para unirse a la montaña. A pesar del tiempo transcurrido, nadie desesperaba, y todos seguían dispuestos, alimentados por la esperanza de un grandioso futuro. Así, llegaron a un hermoso valle, y Ayar subió al Apu (cerro) Wanacauri, y golpeó la roca. Todos vieron el báculo hundirse en la roca y desaparecer. Un grito resonó en la multitud, y Ayar se inclinó con las manos hacia el sol en agradecimiento. Habían llegado al centro del mundo. 

Cuando bajaron al valle, Ayar empezó a dirigir a la gente para tomar posesión del sitio sobre el que construirían la ciudad. Cuando trazaron las líneas para formar la ciudad, todas las familias fueron reunidas, y ante ellas habló: Desde hoy cumplo con la voluntad de mi padre, les enseñaré a construir casas y templos, y mi nombre desde ahora será Manko Qapaq, que significa señor de vasallos, mi esposa será conocida como Mama Ocllo, y esta ciudad tomará el nombre de Qosqo, que significa ombligo o centro.
 
Durante el resto de su vida, Manko Qapaq se dedicó a enseñar a los hombres a construir en piedra, a organizar las comunidades. Recomendaba a los jefes de familia ser amables y justos con los suyos, así como él lo era con ellos, y como lo era el sol con todos, a quienes brindaba luz y calor por igual. Mama Ocllo enseñó a las mujeres a cocinar, a hilar y tejer, y a administrar la casa. Cuando después de muchos años, sintió acercarse la muerte, encargó a su hijo y sucesor Sinchi Roca seguir con su ejemplo, y además encargó construir el primer camino inca, siguiendo la ruta que él había seguido desde el lago Titicaca. 

Con el tiempo, los incas hicieron del Cusco la ciudad más grande de América, llena de palacios y templos de piedra que impresionaron a los españoles tanto como el orgullo que sentían sus habitantes por su ciudad, y por la moral que guardaban, que hacía que la mentira y el latrocinio fueran desconocidos, gracias a las enseñanzas de Manko Qapaq.

Así fue la vida del primer Inca, gobernante y fundador del imperio más grande de la América.

4 comentarios:

  1. Todas las historias tienen un amplío aprendizaje, en esta me parece los Incas fueron los primeros Arquitectos de una gran civilización que sería recordada y tal vez puesta en práctica, por los Ingenieros de la modernidad.

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  2. Preciosa historia, he pasado un rato de lectura muy agradable, seguramente los Inca le dieron una lección de vida a sus primeros visitantes, a esa bella ciudad centro del mundo.
    Gracias por compartir tan lindo y construtiva leyenda.
    Un saludo muy cordial

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  3. Me encanta como escribes pero recuerda en los blogs los textos tienen que ser mas cortos
    beso

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    Respuestas
    1. Gracias por el comentario. Nunca me había parado a pensar en la longitud de los textos que publico, simplemente escribo hasta que he dicho todo lo que tenía que decir. Algunas veces son unas cuantas líneas, otras veces son más largos, como ahora. Este, en particular creo que sería injusto acortarlo o dividirlo en dos partes. ¡Saludos!

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