miércoles, 21 de diciembre de 2022

Leyendas peruanas: Abraham Valdelomar



Hace poco escribí sobre Yma Sumac, como alguien que creó su propia leyenda. No fue la primera en el Perú que lo hizo. Ese honor pertenece a Abraham Valdelomar, escritor que supo convertirse en la estrella fulgurante de la intelectualidad peruana a principios del siglo XX, y de quien es difícil separar la historia del mito. 

Abraham Valdelomar nació en Ica, y pasó su infancia en Pisco, puerto a poca distancia. El tiempo que pasó allí marcaría su vida y su obra. Sus mejores cuentos son recuerdos de su infancia allí, cuando vivía en una casa no lejos del muelle fiscal, que servía para recibir barcos de carga de mineral. Esa casa se conservó por mucho tiempo, aunque con muchas modificaciones, convertida en una pequeña tienda en donde yo iba a comprar de vez en cuando, y en donde solo una placa de bronce en la entrada recordaba su ilustre pasado. Con el tiempo la placa desapareció y finalmente la casa se derrumbó con el terremoto del año 2007. 

Abraham terminó la escuela en Lima, y luego ingresó a la Universidad de San Marcos, en donde el nuevo siglo XX impulsaba un torrente de nuevas ideas que inspiró a la que fue tal vez la generación más brillante de pensadores peruanos. Aquí empezó un ascenso meteórico. Dejó los estudios para dedicarse de lleno al periodismo, en donde su talento y posición política le llevaron tempranamente a la dirección del diario oficial “El Peruano”, y de allí a un puesto en la embajada de Perú en Italia. Allí conoció las nuevas corrientes del pensamiento de Europa que definieron sus obras posteriores. 

Cuando regresó al Perú, su talento fue una explosión. Sus trabajos periodísticos y sus cuentos le valieron el reconocimiento general. Al mismo tiempo, forjó su leyenda. Sus trajes a la moda inglesa y su conversación brillante lo convirtieron en el rockstar de la escena limeña, al tiempo que sus colaboraciones y comentarios sobre la situación política en diarios y revistas eran celebrados por el público. ¿Cuánto de verdad o pose había en todo ello? Mi opinión es que todo esto era una pose, una estrategia de marketing usada antes de que se conociera este término. Y lo digo porque sus versos y cuentos estaban llenos de una nostalgia provinciana, una nostalgia que se refleja en “Tristitia”, uno de sus versos más conocidos: 

Mi infancia, que fue dulce, serena, triste y sola, 
se deslizó en la paz de una aldea lejana, 
entre el manso rumor con que muere una ola 
y el tañer doloroso de una vieja campana. 

Nada más lejanos estos versos de la actitud escandalosa que exhibía en las calles de Lima, vestido de dandy y dedicando versos improvisados a las señoritas que encontraba en los cafés de moda. Su retrato más conocido, muy elegante y con la mano sobre una calavera, coincide con la imagen que intentaba proyectar. Fiel a este ánimo escandaloso, frecuentaba sanatorios mentales para inspirarse y visitaba cementerios por las noches con sus amigos. En ese tiempo se hizo popular una frase suya que repetimos los peruanos desde entonces: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert, y el Palais Concert soy yo”.
Valdelomar era, a pesar de ser provinciano, el ejemplo perfecto del intelectual limeño, y otra anécdota lo refleja. Al Palais Concert, el café más conocido de la época, llegó un joven César Vallejo para presentarle sus primeros poemas. Se presentó tímidamente y recibió esta respuesta: “Cuando regrese a su tierra, podrá contar que estrechó la mano de Abraham Valdelomar”. La historia es muy probablemente falsa, ya que Valdelomar intercedió para la publicación en Lima de algunos de sus poemas, y Vallejo le pidió prologar su primer libro “Los Heraldos Negros”. 

Con la fama obtenida, fundó la revista “Colonida”. Solo cuatro números de esta revista bastaron para sacudir la literatura peruana e insertarla en la modernidad, con los que creó un movimiento cultural cuyas consecuencias perduran hasta hoy. Allí publicó algunos de sus cuentos y poemas, brillantes y modernistas. Incluye allí una de las mejores comparaciones que he leído, al referirse a los gallinazos que se pueden ver hasta hoy en Lima: 

“El gallinazo es negro, definitivamente negro, rotundamente negro. Es como una maldición de padre agustino dicha en una cámara oscura a las doce de la noche. Oscuro como la filosofía alemana, espíritu nietzchiano, sombrío como un juramento de mayor de guardias”

 Aprovechando esta fama, daba conferencias en todo el país y como muchos intelectuales de la época, fue seducido por la política. Aunque la wikipedia diga que al volver a Ica fue aclamado unánimemente, mis fuentes me afirman que no fue así. Para su familia al menos, siguió siendo el chiflado, el loco que se vestía de payaso y que trataba de llamar la atención como sea. Fue elegido diputado por Ica, y en una de sus gestiones como tal, en la ciudad de Ayacucho, murió repentinamente. Tenía sólo 31 años. 

Las circunstancias de la muerte de Abraham Valdelomar se convirtieron en parte de su leyenda. Curiosamente, los libros de historia no hacen referencia a lo que pasó, y en el mejor de los casos, aluden vagamente a “un accidente”. Sabemos que esa noche se alojó en una casona antigua, y lo que pasó después es objeto de polémica. Se dice que se levantó de madrugada para tomar una dosis de ajenjo o morfina, y presa de la euforia, cayó de la escalera y se fracturó el cuello. La historia más escandalosa cuenta que se levantó para ir a la letrina, cayendo en ella, para ser encontrado solo un día después. 

Como toda estrella que muere joven, después de su muerte alcanzó el status de mito, edsta vez justificado con una obra que lo ha dejado en el lugar de uno de los mejores cuentistas que haya dado mi país. César Vallejo le dedicó estas palabras al enterarse de su muerte: “Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios”, Abraham, tú no puedes haberte ido para siempre; es imposible. Sólo, como cuando viajabas, hermano estás ausente.” Su imagen puede verse hasta hoy en billetes peruanos, y su cuento más famoso, “El Caballero Carmelo” sigue siendo popular después de un siglo. 

En Pisco, queda aún el muelle, y crecen las higuerillas en la playa, tal como los describió en sus cuentos. Una de sus hermanas se quedó viviendo en Pisco, y tuvo una hija, que andando el tiempo fue mi abuela. Es por eso que hoy me senté a escribir lo que sé de esta leyenda.

domingo, 11 de diciembre de 2022

Leyendas peruanas: El Tuturutu



Quien haya ido a Arequipa, la reconocerá como una de las ciudades más hermosas del Perú, y se sorprenderá al ver en el centro de la Plaza de Armas una pileta coronada por una figura de un pequeño tocando una corneta. Sobre esta figura, conocida como el “Tuturutu”, hay varias historias y leyendas. Esta es la más maravillosa de todas. 

Allá por el año 1735, al Obispo Juan Cavero y Toledo le pareció que la floreciente ciudad merecía una pileta ornamental que la embellezca, para lo cual encargó a un artista de la ciudad el diseño y la fundición de tal pileta. La idea, la verdad, no despertó demasiado entusiasmo en la población, que pensaba que había problemas mucho más graves que resolver antes de estar pensando en obras de arte.

En efecto, la gente se quejaba con cada vez mayor frecuencia de una plaga de duendes que alteraba el normal desenvolvimiento de la ciudad. Los duendes, como se sabe, tienen afición por las cosas brillantes, y escondían joyas, tijeras y cuchillos ante la desesperación de los dueños, y había noticias de intentos de llevarse a los niños de sus cunas. Ante estas quejas, la respuesta del obispo había sido hasta el momento muy tibia. Había tratado de explicar en una de sus homilías que los duendes eran las almas de los niños que habían muerto sin recibir el sacramento del bautismo, y había instado a los pobladores a llevar a los recién nacidos a la iglesia para recibir el agua bautismal. Esto no era suficiente para los arequipeños, porque no resolvía el problema inmediato, que era el cómo deshacerse de los duendes. 

Mientras tanto, el obispo acudía cada pocos días al taller del fundidor para verificar el avance de la pileta encargada, para aprobar los adornos y el ángel que coronaría la pileta. Cada vez que visitaba el taller, el obispo salía contrariado por el poco avance de la obra, y pedía explicación para tal demora. El fundidor insistía en que la plaga de duendes no le dejaba trabajar, y que había un duende que le escondía continuamente las herramientas, impidiendo su trabajo. Esto retrasaba además el trabajo del ángel que coronaba la pileta, pues el fundidor pensaba usar como modelo a su pequeño hijo, y al llevarlo al taller, el duende se le había aparecido más de una vez, al grado que ni su hijo ni su esposa querían poner un pie en el taller otra vez. Al obispo le parecía esto una burda disculpa para justificar el retraso y las pocas ganas de trabajar. Le ordenó que, si no podía usar a su hijo como modelo, pues que busque otro en la ciudad. El resultado fue el mismo. Los niños que llegaban al taller salían espantados al poco tiempo por las apariciones del duende que los jalaba de los pies, y con los padres yendo a quejarse al obispo por permitir que tal cosa ocurriera. 

La ciudad fue cayendo poco a poco en estado de conmoción. Eran comunes los reportes de tropezones con obstáculos inexistentes, artefactos que aparecían en los lugares menos pensados, y canastas de bebés que aparecían lejos de donde los dejaban sus padres. Solo entonces el obispo empezó a tomar algunas medidas. Con algunos ayudantes, empezó a visitar algunas casas, armado de agua bendita y un libro de ensalmos traído de España, para, con la ayuda del poder de Dios, echar a los duendes y tranquilizar a sus habitantes. Esto era un paliativo que no solucionaba el problema principal, pues los duendes, al ser expulsados, buscaban una de las casas vecinas para seguir haciendo sus travesuras. 

En uno de esos recorridos, pasó por la casa del fundidor, al que encontró tratando de trepar al árbol que se encontraba en su entrada, y en donde podía verse en una de las ramas más altas, unas pinzas de fundidor. Al ser consultado por el avance de la obra, le respondió que los padres del último niño que había ido para modelar el ángel se negaban a traerlo de nuevo, diciendo que el niño había regresado hablando del “hombre chiquito” que lo llamaba a jugar afuera, y que lo jalaba del brazo para llevarlo. 

El obispo, a estas alturas, ya no sabía qué creer, así que decidió quedarse un rato en el taller para ver el trabajo. Al poco rato, el obispo quedó petrificado al ver al duende tratar de jalar su propia cadena de oro. El ayudante del obispo se levantó y tiró de las ropas del fundidor para advertirlo, señalando a la pequeña figura de un color verde terroso prendido de la cadena del obispo. El fundidor, ya harto de las molestias, saltó rápidamente con un formón en la mano, y logró coger al duende de la oreja. El duende empezó a lanzar unos gritos horrorosos, mientras el obispo y su ayudante se quedaban paralizados. Sin saber cómo, el duende cogió una corneta dejada por uno de los niños que había estado antes y empezó a soplar. Todos cayeron en la cuenta de que el duende estaba llamando a sus compañeros ante el ataque. 
No había tiempo que perder antes de verse con una verdadera invasión de duendes, así que el fundidor hizo lo único que se le ocurrió: arrojó al duende en el balde de yeso que tenía listo para hacer el modelo y lo sumergió completamente allí. Así lo tuvo mientras el obispo se recuperaba del susto, con la asistencia de su ayudante. 

Allí estuvieron todos un par de horas más mientras el obispo recorría la casa rezando nerviosamente los ensalmos que liberaban al taller y a toda la casa de la presencia de los duendes. Al verificar el balde de yeso, este ya se había endurecido y el cuerpo del duende se había convertido en polvo, dejando su forma en el yeso sólido. El obispo decidió que ya tenían la solución a los problemas de duendes y también al de la pileta. Acordó con el fundidor que la figura de yeso serviría de molde para la figura que colocarían en lo alto de la pileta. Así los duendes reconocerían la forma de uno de los suyos y sabrían lo que les pasaría si seguían molestando a los habitantes de la ciudad. 

Al narrar la historia y la conclusión en el púlpito del siguiente domingo, la multitud rompió en vítores y todos se mostraron dispuestos a hacer donaciones para completar el material con el que la pileta quedaría lista lo antes posible. Al poco tiempo, la pileta fue inaugurada en el centro de la plaza, y los incidentes con los duendes disminuyeron hasta desaparecer. 

Durante un tiempo, los arequipeños insistían en escuchar de vez en cuando al duende que trataba de hacer sonar la corneta para llamar a sus amigos, y por eso llamaron a la figura el “Tuturutu”, pero incluso aquello pasó con el tiempo, y solo quedó el nombre con el que los habitantes de Arequipa lo conocen hasta hoy.

jueves, 1 de diciembre de 2022

Frases twitteables 65


Ahora que a Twitter le han puesto un cartelito que dice "Bajo nueva administración", he visto a muchos amenazar con irse a cualquier producto de la competencia. Yo, como tonto que siempre llega tarde a todas las modas en redes sociales, me he quedado y he pensado que me quedaría solo. Pero no, Todo sigue igual que antes, lleno de gente que viene a quejarse, y yo sigo como uno de los pocos que trata de inyectar un poco de optimismo y humor a esta red. La vida continua, y aunque estoy en esa fase en que me salen más relatos largos que frases cortas, aquí dejo mi última descarga de frases tan tontas como sinceras.
  • Me gustan esas canciones que cuentan historias, pero que a cada uno cuenta una historia diferente. 
  • La inflación se ha desbocado. Ayer, en el tiempo en que resolvía una ecuación, la X ya había subido de valor. 
  • Esa voz interior que me dice “Cálmate, piensa bien las cosas” es acallada por esa otra voz interior que me dice “Me muero de hambre”. 
  • Hoy es uno de esos días en que me pongo los audífonos, porque si alguien me va a estar gritando, prefiero que sea Freddie Mercury. 
  • Amaneciendo con la sensación de que el narrador de mi vida se está distrayendo con las tramas secundarias y no está avanzando en mi historia. 
  • Hay gente que aunque enciendas una vela, seguirá mirando hacia la oscuridad. 
  • Cada vez que alguien me insiste en aprender de las malas experiencias, ese alguien es el que quiere aprender de mis malas experiencias. 
  • Las personas que habitan mis sueños creen que no soy real. 
  • Benditos aquellos tiempos en que salíamos a la calle con la esperanza de cruzar la mirada con alguien y hallar un amor a primera vista, en vez de caminar sin despegar la vista del celular. 
  • No es que yo vea el vaso medio vacío. Lo que pasa es que lo he verificado y solo tiene el 49.999% de agua. 
  • ¿Cómo explicar que el dinero no compra la felicidad a quien me está asaltando en una calle de noche?
  • Prometí esperarte mil vidas. Ya voy en la 995 y me estoy empezando a impacientar. 
  • Nuestra polémica de hoy: ¿Se escribe mejor, se es mejor poeta cuando uno está enamorado o cuando tiene el corazón roto? 
  • No es que sea callado, es que yo practico la telepatía. 
  • A la voz de la razón no le haría mal dejar ese tonito de superioridad, tener un poco más de carisma y no ponerse insoportable. 
  • Algún día harán una película sobre la triste historia de las ratas del Titanic, y cómo trataron de escapar antes de que se hunda el barco. 
  • Aprovecha el momento, me dicen. El problema es que mientras me quedo pensando en cómo aprovechar el momento, el momento ya pasó. 
  • Otra pregunta de esas que inician corrientes filosóficas: ¿La nada ocupa espacio? 
  • Si queremos que las máquinas no se hagan más inteligentes que los humanos, dejemos de ponérsela tan fácil. 
  • Se terminó, dijo el viejo cazador de dragones. Ya no quedan más dragones en el mundo. ¿Y ahora qué haré? - Peor aún ¿Qué haré yo? dijo su aprendiz. 
  • Cuando despertó, el dinosaurio seguía allí, pensando. No vuelvo a jugar ajedrez con un dinosaurio, dijo.
  • Que dice la estrella fugaz que en realidad es un meteorito que está muy ocupado tratando de no desintegrarse en la atmósfera como para estar escuchando las tonterías que pides como deseo. 
  • Una parte de mi libro está inspirada en ti. Más exactamente, esa coma que está en la cuarta línea del tercer párrafo de la página 43.
  • Es cierto que el tiempo cura la herida, pero también es cierto que se curará más rápido si dejas de tocarla. 
  • Mi zona de confort tiene paredes insonorizadas para no escuchar tus críticas.
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