viernes, 30 de enero de 2015

Asociación



Paso por un restaurante que sirve chicharrones, que tiene un dibujo de un chancho feliz en la puerta. 

Paso por un restaurante marino que tiene el dibujo de un pez feliz en la puerta. 

Paso por un restaurante con el dibujo de un hombre feliz en la puerta y pienso inmediatamente que allí sirven carne humana.

martes, 27 de enero de 2015

Recuerdos: Sofocleto

Una de las influencias que tengo cada vez que escribo algo para este blog son los textos que leí hace muchos años, escritos por Sofocleto. Cuando era niño, mi padre, al igual que gran parte del Perú, disfrutaba de lo que publicaba Luis Felipe Angell con el seudónimo de Sofocleto. Recuerdo que entre mi familia circulaban de mano en mano libros como “Diccionario Chino”, “Los Cojudos”, “Sofocleto en dos columnas”, “El ángulo agudo”, y otros más. 



Verdaderamente era una delicia y risa pura repasar sus páginas. Poco importaba que en ese tiempo no entendiera muchos de sus chistes de doble sentido o que se refiriera a personajes que yo no conocía. Era, como decimos aquí, para matarse de risa. Además de esos libros, publicaba una columna semanal en un diario de Lima. Cuando se cambió de diario, recuerdo, mi papá simplemente cambió de diario, y supongo que muchos más hicieron lo mismo. Más tarde, llegó a publicar su propio diario de una sola hoja, lleno de humor político a pesar de la censura periodística del gobierno de entonces. Mi profesor de lenguaje del colegio secundario llegó a decir en clase que ese hombre era un genio para poder llenar de humor dos caras todos los días. En ese momento discrepé de la opinión, pues yo, como conocedor del tema, sabía que buena parte de esas dos hojas estaban extraídas de sus libros anteriores. Hoy, viendo la calidad de los que se llaman humoristas hoy en día, le doy la completa razón a mi profesor. Había allí principalmente sus “Sinlogismos” pequeñas frases hilarantes que hoy veo repetidas hasta la saciedad en twitter y en internet, sus definiciones del “Diccionario Loco” (que hoy se encuentran también circulando en internet, atribuidas falsamente a Les Luthiers), sus “Mentiras Universales”, y sobre todo, sus “Decimas Pésimas” y “Sofonetos”, versos festivos que eran los que más me gustaban, poesía humorística.

Hoy los libros que alguna vez pasaron por mi casa están perdidos, al igual que muchos recortes del periódico que llevaba a clase y que alguna vez coleccioné. Estos libros son hoy muy buscados, pues no llegaron a reimprimirse y a pesar de su éxito, no se hicieron nuevas ediciones. Sé que Luis Felipe Angell, al momento de su muerte hace diez años, se encontraba justamente recopilando sus escritos para publicar finalmente sus obras completas. Esta labor quedó trunca e ignoro si es continuada por sus herederos. De todas maneras, creo que hoy es un momento tan bueno como cualquier otro para recordarlo, reproduciendo aquí un par de sus versos, para que se vea lo que puede hacer un poeta juguetón, un humorista peruano de talla mundial:

Roncan tu papá y el gato
-según insomne, evalúo-
como un fantástico dúo
que incita al asesinato.
Y por causa del silbato
que producen estos dos
creo, con perdón de Dios,
que no pudiendo matarlos
bien podríamos caparlos
para afinarles la voz.

Otra de sus décimas que he podido rescatar es esta…

Recién ayer he sabido
que estás de luto cerrado
por causa de un estofado
que liquidó a tu marido.
Pero en fin...ha transcurrido
ya una  semana...y pensando
que el tiempo pasa volando
sobre los pobres difuntos,
¿Por qué no comemos juntos
en vez de estar lloriqueando...?

Y una última para cerrar:


Lucha es sorda y solo escucha
gritándole en los oídos,
pues confunde los sonidos
con mucha frecuencia, Lucha.
Por eso ayer, que la trucha
le pedí en el restorán,
se puso como un pepián,
me amenazó con las botas
y dijo unas palabrotas

que ya se imaginarán.

jueves, 22 de enero de 2015

Soñé que era famoso


Anoche soñé que era famoso ¿Que cómo llegué a ser famoso? No importa, como no importa la manera en que se hace famosa la gente hoy en día. Ahora hay gente famosa por salir en una foto en Facebook, por haber salido una vez junto a alguien famoso o como las que ahora llaman “socialités”, que van a todas las fiestas  y que ya nadie recuerda por qué son famosas. Así que soñé que era famoso, pero esta no era una fama agradable para mí, no por ser una fama negativa, por ser “tristemente célebre”, como dicen los cursis. Lo que no me gustaba de la fama era la actitud de la gente.

Caminaba por la calle, pensando que cuando uno es famoso, la actitud de los extraños que se cruzan conmigo es extraña. Me miran con una sonrisita tímida, se hacen los que desvían la mirada para seguirme apenas salen de mi campo de visión. Si solo fuera esto, no sería tan malo, pero también hay los que se sienten valientes y tratan de que les haga caso. En los tiempos antiguos la gente se acercaba a los famosos y los miraba a la cara esperando una sonrisa y pidiendo un autógrafo, pero ahora la gente se acerca a alguien famoso y se voltea y le da la espalda para sacarse un selfie sin pedir permiso. Otros que pasan en los carros, al reconocerme gritan obscenidades y se alejan felices de hacer insultado a alguien famoso, hecho que contarán después a quien los quiera escuchar.

Sigo caminando por la calle con mi fama a cuestas y veo a una vecina a quien saludo con un beso en la mejilla. En ese preciso instante siento el flash de una cámara fotográfica. Un paparazzi ha obtenido por fin la prueba de que tengo una relación amorosa con una bella desconocida, y la foto adornará la portada de las revistas del corazón, se pedirá la opinión de otros famosos y famosas, y al final se dirá que todo fue un truco publicitario para mantener mi fama.

Antes de llegar a la esquina llegan los periodistas. Quieren saber mi opinión sobre temas que desconozco absolutamente, sobre el traje que uso, y sobre lo que dijo de mí gente de la cual no me interesa su opinión. Como no respondo, publicarán al día siguiente que guardé un elocuente silencio.
Ahora vienen los de las cámaras escondidas. No es difícil reconocerlos, porque siempre vienen disfrazados de oso, de viejita o de policía. Esquivo los baldazos de agua, pintura y los palazos de goma que me arrojan para ver si me descontrolo y le doy más rating al programa de donde vienen. “No se moleste, es una cámara escondida” es la disculpa después de un puñetazo bien dado de mi parte al productor.

Luego viene el turno del aprovechador. Esta es una persona a la que desconozco, pero que dice conocerme de la infancia, de una fiesta perdida en la multitud de eventos sociales, o que dice ser el presidente de un club de fans cuya existencia también desconozco. Me pide mi presencia en una fiesta, en un bautizo y un quinceañero, para pedirme mi colaboración generosa a alguna causa noble de la cual también es representante. De nada sirve explicar que no sé la razón de mi fama, y que esta no me representa beneficios económicos. El aprovechador se larga después de amenazar con publicar todos mis secretos en su cuenta de Facebook y decirme la famosa frase “Tú no sabes con quién te has metido”, que en esta ocasión es absolutamente cierta, pues al señor no lo conozco de ninguna parte.

Me quedo pensando que tal vez me venga bien un poco de anti-fama, para que me dejen de pedir matrimonio por twitter, para que me dejen de decir que me veo mejor en fotos, y para que dejen de pensar en mi como un “líder de opinión” para temas tan trascendentes como el reality show de moda.

Por último, y ya cerca la noche, aparecen los secuestradores de famosos. Me meten a la fuerza a un carro y me obligan a vaciar mis tarjetas de crédito. Como lo que obtienen no alcanza ni para la gasolina del carro en que me secuestran, deciden ponerme atado en una silla por youtube en directo, diciendo cómo me van a asesinar si que no obtienen un millón de likes en un día. Están ya apretando el gatillo cuando despierto, aliviado y anónimo, feliz de seguir siendo un desconocido para el resto del mundo.

Qué bueno es no ser famoso.

sábado, 17 de enero de 2015

Terminen de inventar las cosas


En estos días mi celular se ha rendido. Las continuas actualizaciones y las aplicaciones que vez en cuando le instalo – no soy especialmente fanático de instalar nuevos programas – están colapsando mi aparato cada vez con más frecuencia. Incluso las actualizaciones de los programas que ya tengo ocupan más memoria y algunos incluso me dejan sin memoria para hacer llamadas, que es aquello para lo que sirve precisamente un teléfono. Esto me hace pensar seriamente en para qué sirve un teléfono. Hoy en día se espera que alguien con un celular escuche música, tome fotos, envíe mensajes, y haga quien sabe más cosas. Incluso yo, que no soy muy adicto a estas cosas, tengo una brújula, un convertidor de divisas, lector de noticias, la programación de los cines y algunos juegos. ¿Cómo fue que llegamos a esto? No fue de un día para otro, fue de manera lenta en que estas aplicaciones invadieron a este aparato hasta convertirlo en algo totalmente diferente a lo que se supone que debe ser. En teoría, el progreso de una máquina cualquiera debe ser consistir en que sea cada vez más fácil de usar, pero ha ocurrido exactamente lo contrario.  Debería ser solamente cuestión de llamar a un número y recibir la contestación. Es lo simple ¿verdad? Pero a alguien se le ocurrió que esto era demasiado simple y empezó a complicarlo hasta convertirlo en los smartphones de hoy. Es que lo simple no vende, seguramente pensaron en la compañía. 

Solo imaginemos. Algo simple no se malogra seguido, no causa problemas al utilizarlo y sobre todo, no se cambia. Esto no le conviene a los fabricantes de artilugios electrónicos que quieren que cambiemos de celular cada año, sin dejarme más acto de rebelión que resistir lo más que puedo hasta darme por vencido y cambiar de modelo obligado por la obsolescencia programada en la telefonía, que nos promete el 2G, 3G, 4G y lo que venga después.

Esto me ha llevado a una conclusión que me propongo exponer en los grandes foros mundiales, congresos, marchas ecologistas y por supuesto, en este mi humilde blogcito: La realidad es que nos están vendiendo desde hace tiempo cosas que no se han terminado de inventar, cosas sin terminar.
Tomemos como ejemplo los televisores. Hace tiempo uno compraba un televisor y le duraba 20 o 30 años. No miento, mi abuela tuvo un televisor que le duró más de 30 años hasta que lo cambió, no porque no funcionara, sino porque apareció la televisión a color. Aun así, uno sabía para qué servía un televisor, lo prendía y miraba un programa escondido entre muchos avisos comerciales. Era simple, porque el televisor ya estaba inventado.

Pero luego aparecieron las computadoras. Este fue el primer caso de un invento incompleto. ¿Para qué sirve una computadora? Preguntaban los confundidos usuarios, y muchos solamente la veían como una forma de máquina de escribir sofisticada, o una forma de sacar cuentas con muchos números. Poco a poco se le inventaron otros usos, se empezó a usar para escuchar música, ver videos, conectarla al teléfono. Es que no estaba terminada de inventar y lo que nos vendían anteriormente no era más que una versión incompleta e inacabada de lo que vendría después. El proceso se está repitiendo con los smartphones. No se han terminado de inventar y por eso hay que cambiarlo cada pocos meses hasta que esté completo, y se dé inicio a un nuevo ciclo.
El éxito de estas estrategias de pretendido progreso ha hecho que las grandes compañías la apliquen a otros artefactos que nosotros creíamos que ya estaban inventadas, como las cocinas, refrigeradoras, y automóviles, a los que agregan cada vez más chucherías electrónicas que requieren de mantenimiento especializado y un recambio a los pocos años.

Lejanos están ya los tiempos en que un escarabajo de Volkswagen servía fielmente a su dueño 40 años, y que se podía arreglar en cualquier taller e incluso en el patio de la casa. Hoy cuando se malogra un carro, el mecánico se encoge de hombros diciendo “es la electrónica” y condena al usuario a llevarlo al taller especializado donde le conectan otro chiche electrónico para repararlo. El pobre propietario del carro nunca supo que tenía el auto, ni cómo lo repararon. Eso queda como un secreto comercial de la marca, lo que me hace sospechar que en algún lado el coche tiene un temporizador que le dice que deje de funcionar para así darle trabajo a su representante autorizado.


Por eso levanto mi voz de protesta para que las grandes transnacionales dejen de vendernos cosas que están sin terminar y que nos vendan de una vez cosas que estén completamente inventadas.  He dicho.

lunes, 12 de enero de 2015

El suicida


La noche era oscura, de esas que convierten a la luz de los postes de la calle en apenas una sombra algo más clara que la oscuridad del asfalto. No me extrañó lo tarde que sonó el timbre, pues muchos saben que me quedo escribiendo líneas hasta altas horas de la noche, incluso pienso que esas son la mejores horas para escribir.
Al abrir la puerta vi a un sujeto embozado en una bufanda, y el rostro tapado con gafas y un enorme gorro. Supe que más que el frío invernal, eran las ganas de permanecer en el anonimato era la razón del exagerado atuendo, impresión confirmada más tarde cuando el desconocido buscó el rincón más oscuro de mi recibidor para empezar a explicar su visita.

-   Me han dicho que usted es escritor, y que no se niega a encargos…
-  Es cierto – respondí. No tenía nada que ocultar, y no era la primera vez que me veía en la situación de hacer un trabajo para un desconocido.  - Tal vez usted quiere una tesis, un trabajo universitario – Aventuré dando los encargos más comunes.
-  No, mi encargo es algo más… especial, algo fuera de lo común para usted…
-  Ah! - creí adivinar - un poema de amor, una carta romántica – y quiere que nadie sepa que no la escribió usted.
-   No trate de adivinar, por favor – me interrumpió con algo que parecía una sonrisa, pero que traslucía una mirada de odio a través de los gruesos anteojos. No daré más rodeos: quiero que escriba una nota de suicidio.

Mi sorpresa se vio sin duda reflejada en mi cara. No esperaba el encargo. Mirando atentamente lo poco que podía ver de su rostro, vi odio. Odio al mundo, odio a sí mismo, odio a la vida. Pero de todas maneras tenía que preguntar.
-   ¿Una carta de suicidio para usted? Pero eso es algo muy personal, y tendrá que darme más datos. - Entre mí pensaba que el trabajo representaba un reto interesante y la posibilidad de un cuento. El asunto me estaba gustando. No iba a perder mi tiempo tratando de disuadir a un desconocido, no tengo esas reservas morales. Si quiere matarse le alabaré el gusto, en realidad. Yo solo veía lo que podría sacar de la situación. Con unas palabras más que le sacará tendría suficiente para una buena historia.

Pero el cliente no estaba dispuesto a alargar el asunto. - No adelante conclusiones, por favor – respondió cortante – Una carta de suicidio no es más personal que una carta de amor, que usted sin duda ha hecho por encargo, y no necesita saber nada sobre el suicida. Baste decir que es una persona insignificante, sin ambiciones ni logros, alguien a quien el mundo no extrañará cuando no esté…

-          ¿Tal vez una decepción amorosa? ¿Problemas económicos? Debe darme al menos un pie para una justificación. – Estaba listo para escuchar una historia que convertiría en un cuento que podría vender a buen precio. Al fin y al cabo, en poco tiempo no quedaría nadie para reclamarme la paternidad de la historia.
El tono de las respuestas del desconocido mostraba a las claras la molestia que le causaba que yo tratara de deducir su historia, presa de mi vena de escritor.

-   Ya le dije, las razones se las dejo a usted, no necesita saber nada de la persona. Solamente necesito una carta de suicidio que sea convincente y que esté bien escrita, una carilla será suficiente. No necesita saber más.
-  Solo un detalle, por favor: ¿Cómo será el suicidio? Eso es importante para la carta. No es lo mismo una muerte por veneno que tirarse de un puente…
-   ¡No necesita nada! Si tanto pregunta, le diré que esta será la forma de la muerte… – Sacó levemente la mano del bolsillo para dejarme ver el mango de un revólver.
-  Está bien – le dije en tono tranquilizador, le puedo hacer la carta, pero el encargo representa un problema: El pago, usted comprenderá, deberá ser por adelantado, y en efectivo.
-  No hay problema en ello. Usted solo diga su precio y volveré en un par de horas con el dinero, usted me dará la carta, y concluiremos nuestro negocio.
-   ¿Solo un par de horas? Esto necesita un poco más…
-   Ya le dije, dos horas, usted ponga su precio y no hablaremos más. -  El desconocido se levantó con dirección a la puerta.
-  Está bien, acepto. Vuelva en dos horas y tendrá su carta.

Una vez solo otra vez, me puse a escribir febrilmente. La historia me había inspirado, basado en la expresión y en la actitud de mi cliente escribí una historia de mala suerte, de odio contra el mundo, de ganas de acabar con todo de una vez por todas. Estaba a punto de imprimir la hoja cuando me asaltó la duda: La carta no podía ser impresa, tenía que ser a mano, pues nadie se suicida dejando una carta impresa por computadora. Una carta de suicidio debe ser escrita a mano para ser creíble. Y además debe ser firmada. Entonces podría entregar la carta impresa para que mi cliente la copie a mano. Pero no creía que tuviera la paciencia para copiarla, y mientras más se dilata un suicidio mayor es el riesgo de que no se concrete. Tenía aún unos minutos antes de que llegue, así que decidí escribir la carta a mano. 

Cuando terminé, unos minutos después del plazo, todavía no sonaba el timbre. Las luces del alba ya empezaban a colarse por las ventanas y mis sospechas de que el desconocido se habría arrepentido crecían. No me importaba. Ya tenía una historia que contar. Lo que había propuesto por la carta, que no era poco, y lo que obtendría por el cuento, un negocio redondo. Apenas empezó a sonar la puerta ya estaba abriendo. Era el desconocido.
-  Le esperaba, ya tengo lista su carta. ¿Tiene el dinero?
-  Aquí está – Me dijo mostrando un fajo de billetes. Pero debo revisar la carta primero.
No tuve problema en mostrársela. El desconocido la leyó atentamente. Parecía estar conforme. 
–   Me parece perfecta. Incluso está manuscrita, eso es un magnífico detalle.
-  Si, se la doy manuscrita, pero usted tendrá que escribirla en otro papel y firmarla. Los investigadores de la policía deben identificar su letra y su firma.
-   No hará falta, está perfecta así…
-   Pero si no la escribe usted, se sospechará de un asesinato…
-  Ha estado usted equivocado todo el tiempo, amigo. Esto no es una novela policial, ni un cuento sobre un escritor buscando tema para su próxima obra – Sacó el revólver completamente de su bolsillo – Esto es una novela negra, y este fajo de billetes es lo que me pagaron por su muerte, indicando que tenía que parecer un suicidio – dijo apuntando el arma a mi cabeza.

miércoles, 7 de enero de 2015

El profeta en el acantilado


El profeta levantó su pesado culo de la piedra y poniendo grave su voz, dijo:

- Todo aquel que crea en lo que he narrado, que se arroje por el acantilado. Pues de esa forma evitará perecer en el infierno, donde el propio Satanás los torturará día y noche hasta el fin de los tiempos.

Se hizo silencio. Ninguno de los que habían escuchado atentamente las palabras del profeta movió músculo alguno. Al cabo de unos minutos se sintieron tan solo unos pocos carraspeos. Alguien estornudó pero pasó desapercibido. El hombre gordo y de papada grande los seguía mirando desafiante. Finalmente fue él quien quebró el sibilante sonido del viento.

- Es lo que siempre sucede. El miedo, la cobardía. Prefieren el sufrimiento futuro a la salvación inmediata.

Una nube envolvió al profeta y de la misma escapó luego un ave blanca, que lo pueblerinos no pudieron describir. Atónitos, varios optaron por correr al acantilado. Pero tan solo murieron al estamparse contra las rocas. La oferta ya había caducado.

Este es otro post ajeno, que me gusta como si lo hubiera escrito yo, porque no desentona con las tonterías corrientemente publicadas aquí. El original está en este link: http://netomancia.blogspot.com/2014/09/el-acantilado.html

sábado, 3 de enero de 2015

Frases twitteables 33


Esto de escribir mis frases twitteables hasta ahora no sé si puedo ponerlo en la categoría de "Cosas que escribo cuando me falta inspiración para una historia completa" o en la categoría de "Cuentos que quisieron ser mas largos que una sola frase, pero no pudieron". En fin, que el lector escoja. Aquí están mis frases twitteables más recientes, recopiladas desde mi cuenta de twitter:
  • Quisiera tener la paciencia del dinosaurio, que cuando despierto sigue ahí.
  • Les llevo mucha ventaja a aquellos que aun piensan en hacer una tontería. Es que a mí las tonterías me salen naturalmente, sin pensar.
  • Brecha generacional: ¿Sabes cómo era la vida sin Facebook? – ¡Claro que sí! ¡Fue el peor día de mi vida!
  • Tonto consuelo del domingo por la mañana el que todos se ven tan torpes como yo.
  • Ese sentimiento de desolación al retwittear un retweet de un retweet de un retweet.
  • Los que causan los problemas no son los que no saben, sino los que no aprenden.
  • Tengo la rara cualidad de contar estando sobrio, historias que otros cuentan con varias copas de más.
  • Perseverancia es levantarse cada vez que se cae. Aunque se caiga de borracho.
  • Supe que era una feminista cuando exclamó “¡Por Diosa!”.
  • Estamos tan apretados que no hay lugar a dudas.
  • ¿Tanto dinero por un iWatch? ¿Qué se creen, que el tiempo es oro?
  • Soy como el banquero desconfiado, que no da crédito a sus ojos. 
  • Como cuando quise dictar un curso sobre cómo vencer la timidez, pero nadie se atrevió a inscribirse.
  • La de cantidad de baños que se conocen viendo los selfies de otras personas. 
  • Me pregunto si en las tiendas de construcción y estudios de arquitectos algún cliente pide "Quiero un baño como el de este selfie". 
  • Aquel microcuento soñaba con ser una novela cuando sea grande.
  • Es que en una escala del 1 al 10, yo soy bien tonto. 
  • Si la gente se burla de mis tweets por tontos, debieran ver los que he borrado. 
  • En aquella fiesta de disfraces, el gigante llegó disfrazado de molino de viento. 
  • Quisiera retroceder el tiempo, para no publicar todos esos tweets con faltas de ortografía. 
  • Mi respuesta a las grandes cuestiones de la vida es siempre un: "¿Me repite la pregunta?"
  • Seré breve.                                     Ya terminé.
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