domingo, 15 de enero de 2023

Leyendas peruanas: Lima, la ciudad más rica del mundo



Cuando algo es reconocido como de un enorme valor, como un tesoro, se dice: “¡Vale un Perú!”. El Perú en los siglos XVII y XVIII era la máxima expresión de la riqueza, y Lima, su capital, era la encarnación del lujo exorbitante, como lo atestiguan los relatos de viajeros que pasaron por esta ciudad en esas épocas. Si hemos de hacer una comparación moderna, podríamos decir que era, o tal vez superaba, lo que hoy es Dubai. Por todo internet, y en los noticieros se habla del lujo que se encuentra en Dubai, imaginemos entonces al Dubai de hace casi tres siglos. Así que, sorprendido viajero de la imaginación, vayamos a una ciudad maravillosa cuyas huellas perduran hasta el día de hoy, aprovechando que por estos días se cumple un nuevo aniversario de la fundación española de esta ciudad. 

Durante la época de la dominación española en América del Sur, El Virreinato del Perú ocupaba casi toda la extensión del continente, comprendiendo lo que hoy son los países de Perú, Argentina, Paraguay, Bolivia, Colombia, Ecuador y Panamá. Y la capital de este enorme territorio era Lima, que en ese entonces tenía el nombre oficial de “Ciudad de los Reyes”. Para un mejor control y administración de la riqueza que producía, la Corona Española dispuso que todo el oro y la plata tenían que partir hacia España a través de Lima, desde su puerto en la vecina ciudad del Callao. Toda la plata de Potosí y Argentina, el oro de las montañas peruanas, y las piedras preciosas colombianas llegaban a Lima para partir desde allí hacia Europa. En consecuencia, el comercio generaba enormes beneficios para los habitantes de Lima, además de la condición de sede administrativa, que mantenía a una casta noble llena de marqueses, condes y duques que acompañaba al Virrey. 

La riqueza de esta nobleza dedicada al comercio era exhibida hasta la exageración y el escándalo. Sabemos que, cada vez que llegaba un nuevo Virrey para ocupar el Palacio en la Plaza de Lima, los gremios de comerciantes y los nobles de Lima le hacían una donación en oro y plata. De acuerdo al viajero francés Amedée Frezier, hacia 1682, con motivo de la entrada a la ciudad del Marqués de la Palata como Virrey, estos hicieron pavimentar dos calles vecinas a la sede de gobierno (La Merced y Mercaderes) con lingotes de plata. Otros cronistas refieren que incluso la entrada al palacio virreinal se pavimentó con lingotes de oro. Haciendo nuevamente una comparación moderna, esto no se podría hacer hoy ni en Dubai. 

Otros ejemplos: En aquel tiempo, Lima era una ciudad muy religiosa y no había semana en que no hubiera una procesión de algún santo o imagen, y las andas utilizadas eran de plata, con adornos de oro. Hablando de la religiosidad, muchas de las iglesias de Lima también exhibían el lujo y la generosidad de sus feligreses. Altares enchapados en pan de oro, imágenes de santos llenos de joyas de oro, plata y piedras preciosas eran comunes, mientras los curas en el púlpito instaban a la generosidad de sus feligreses para aumentar la riqueza de sus respectivas iglesias. Esto beneficiaba incluso a los mendigos que pedían limosnas en la puerta, Ricardo Palma refiere que varios de estos acumulaban buenos capitales que incluso permitían dejar herencias considerables a sus familias. 

En las casas, era obligación tener platos y cubiertos de plata, y se despreciaba la loza como propia de gente pobre, hasta empezó a llegar la loza decorada inglesa a fines del siglo XVIII. En los bautizos, no se repartían capillos de cartulina, se repartían capillos de plata a todos los asistentes. 

A la riqueza de la gente de Lima debía acompañar una arquitectura digna. Los cronistas del siglo XVI describen casas más bien incómodas y poco estéticas, hasta que ocurrió el terremoto de 1740, que dejó la ciudad en ruinas, lo que el entonces Virrey José Manso de Velasco, Conde de Superunda aprovechó para construir una ciudad con todos los lujos que merecía. A esto hay que agregar la competencia entre la nobleza limeña para hacer el mejor y más lujoso palacio. Los que quedan hoy son los que han dado a Lima la condición de Patrimonio Histórico de la Humanidad, y causan la admiración de los turistas. 

Otro de los virreyes que se dedicó a hacer de Lima una ciudad fastuosa en todo sentido fue Manuel Amat y Junyent, quien para los peruanos personifica el cenit del lujo de la capital peruana. Construyó la plaza de toros de Acho que se mantiene hasta hoy, y se le recuerda por el paseo de Aguas y la Alameda de los Descalzos, obras que conformaban un ambicioso conjunto de parques que no se llegó a terminar, y que de acuerdo a los planos que dejó, hubieran rivalizado con los de Versalles. Amat también representa la decadencia de las costumbres que trajo toda esta riqueza. Exhibía escandalosamente a su amante, la actriz de teatro conocida como “La Perricholi”, y se dice que construyó la Alameda de los Descalzos cerca a su casa, para halagarla. Esta alameda se convirtió en el lugar favorito de los limeños, que iban allí para mostrar sus joyas y carruajes. Amat obsequió a la Perricholi el carruaje más fastuoso que se haya visto en Lima, adornado de terciopelo y lleno de piedras preciosas. Debe haber sido un espectáculo pasear por allí en aquel tiempo. Los paseantes caminaban por una alameda bordeada de estatuas de mármol, llegando en carruajes adornados de joyas (Llegar a pie era considerado un signo de pobreza), y exhibiendo sus joyas en la vestimenta, exageradamente grandes debido a que los adornos no se consideraban ganancias, y por lo tanto estaban exentos de impuestos. 

Los nobles pasaban largas horas presumiendo de la pureza de su nobleza, competían por tener el mejor apellido o título, y se enorgullecían de no trabajar y vivir solo de sus rentas. Era moda vestir de paño traído de España y las mujeres también paseaban llenas de encajes y joyas, cubriéndose el rostro, y dejando solo un ojo libre, para acceder a aventuras románticas sin temor a ser reconocidas. 

Los viajeros que pasaron por Lima en ese tiempo coinciden en que el lujo de la ciudad eclipsaba al de cualquier ciudad europea, incluso lo calificaban de excesivo y escandaloso, y que relajaba las costumbres. Como muestra mencionaban que la afición al juego llegaba a altísimos niveles, y que se jugaban a las cartas verdaderas fortunas. 

Todo este lujo llegó a su fin poco antes del fin del siglo XVIII. la creación de los Virreinatos del Río de la Plata y de Nueva Granada (Colombia) hicieron perder a Lima la condición de único puerto de salida de las riquezas virreinales, a lo que siguió pocos años después el inicio de los movimientos independentistas, que volvió mucho más inseguro el comercio. 
Quien pasee hoy por Lima podrá ver las casas adornadas de balcones barrocos, y podrá ver en sus museos las andas de plata y oro, y los ricos cálices usados en sus iglesias, recuerdos del tiempo en que Lima fue la ciudad más rica del mundo.

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