lunes, 12 de septiembre de 2022

Las palabras poderosas



El Gran Maestre me convocó, poco antes de la ceremonia de sucesión, en su despacho, para mostrarme un enorme libro. 

- Este es el más importante encargo que debo hacerte, una tarea a la que he dedicado gran parte de mi vida y que espero que tú culmines - empezó. - Desde el inicio de los tiempos, cuando los hombres apenas descubrieron la palabra, muchos empezaron a sospechar de su poder oculto. Una palabra cualquiera que puede invocar el pensamiento de un objeto tan claramente como si estuviera al frente de su receptor, algo tiene de mágico, se pensaba en esos primeros tiempos. Más impresionantes fueron palabras que podían invocar espíritus invisibles, como la verdad, la paciencia, la ira. No olvidemos que desde los tiempos antiguos cosas que hoy llamamos virtudes o nociones eran considerados espíritus que tenían representación física, que primero los griegos y después los romanos nos legaron como alegorías: el tiempo, la justicia, la muerte. Se sospechó desde entonces que debían existir palabras tan poderosas que pudieran invocar no sólo la idea, sino el propio objeto físico, o incluso hacer visibles los espíritus invocados. Oraciones, las llamaron algunos, conjuros, las llamaron otros. 
Desde entonces muchos han intentado hallar esas palabras que proporcionan el más grande poder. Así, nos ha llegado la noción de que Dios es el Verbo. Por lo tanto, se pensó entonces, debe haber una palabra que nos pueda igualar en poder al propio Dios. Todo esto podría descartarse como un sofisma o como una extrapolación sin asidero práctico, pero conocemos casos de personas que han accedido a tales palabras, o al menos a una fracción de ellas con el suficiente poder como para poder comunicarse con los dioses. Son ellos los profetas o líderes que hicieron prodigios en favor de sus pueblos con solo el poder de sus palabras. Posiblemente me digas, pues eres inteligente, que aquellos que escucharon esas palabras poderosas, o los discípulos de tales líderes bien pudieron repetirlas y usarlas a su vez, y no estuvieran hoy perdidas. Pero un gran poder es fuente de corrupción, como es sabido desde siempre, y por lo tanto su uso no se confía a cualquiera. Esto fue la primera causa de que hoy se hayan perdido. Su uso fue restringido a unos pocos escogidos, con el fin de ser utilizado solamente en casos muy especiales. En consecuencia, estas palabras fueron transcritas en tablillas de arcilla, en piedra o en pergamino. Ello ocasionó un problema: los caracteres escritos no representan exactamente el sonido de las palabras. Los jeroglíficos expresan la idea de la palabra, pero no la palabra en sí, y las letras pueden ser interpretadas de distinta manera por distintas personas. Como ejemplo tenemos el propio nombre de Dios. Solo nos ha quedado de él el Tetragramaton IHWH, del cual no conocemos la pronunciación exacta, pues los hebreos de la época no escribían las vocales, y cada letra tiene una pronunciación diferente según el idioma o dialecto que utilicemos. Hasta hoy hay quien interpreta su lectura como “Iehowah” o “Iahweh”, y debemos aceptar que no tenemos forma de conocer el verdadero nombre y que lo más probable es que este se haya perdido para siempre. Desde luego, quien haya usado las palabras pudo haberlas transmitido verbalmente a sus sucesores, pero llegaremos al mismo problema al paso de algunas generaciones, pues las palabras no solamente se componen de los sonidos que los componen. Hay que darles entonación y ritmo. Una palabra no ocasionará el mismo efecto dicha lentamente y en voz baja, que cuando se pronuncia de manera rápida y fuerte. Incluso cuando las palabras son incluidas en cánticos no pasan más de tres generaciones hasta que pierdan su entonación y ritmo original, pues la música es aún más difícil de conservar que las palabras. Con todo, se tiene noticia de gente que ha podido acceder al secreto de estas palabras. Debes haber sin duda escuchado las historias de algunos francmasones que se acercaron a las palabras, obteniendo gran poder como dictadores o como consejeros de grandes personajes; o tal vez sepas de aquel renegado de nuestra orden quien fue iniciado en la búsqueda, y terminó usando sus conocimientos como trucos de circo, rompiendo copas de cristal con su voz. 
Esta es la labor a la que he consagrado mi juventud y madurez, la recuperación de las palabras poderosas, y es la labor que he de encargarte. Lo que contiene este libro es el producto de todas mis investigaciones y las de mis predecesores. Muchos capítulos se encuentran aquí sobre los conceptos de Dios y del Poder desde las más antiguas civilizaciones y el camino que se ha recorrido para comprender este conocimiento y comprimirlo en unas pocas palabras. Además, en los siglos pasados la ciencia ha progresado mucho y hoy tenemos herramientas que nos pueden ayudar en la búsqueda. Mi antecesor introdujo al estudio el alfabeto fonético, que no solamente permite reproducir los sonidos presentes en todos los idiomas que han existido, sino que prevé todos los sonidos que pueden ser emitidos por el sistema del habla humana. Por mi parte, yo he incluido estudios sobre el uso de notaciones musicales para iterar sobre diferentes formas de entonación. ¿Te encargarás de esta tarea?

Me quedé pensando unos minutos, sobre la enorme tarea que se me estaba heredando, y sobre toda la información que me acababa de dar el Gran Maestre. A pesar de todo, había algo que no me parecía encajar. El Maestre comprendió mis dudas y me dejó meditar el tiempo necesario, hasta que pude ver la luz y le expresé mi opinión. - Es un gran honor y una dura tarea la que me encomienda, sin duda - le dije - pero me parece que toda su investigación adolece de un error de origen. Si las palabras son tan antiguas, su origen debemos buscarlo entonces en los idiomas más antiguos, tal vez en el sánscrito o en los idiomas de la rama indoeuropea que le precedieron. Estoy seguro de que esta consideración ha sido tomada en cuenta en ese libro, a pesar de las historias usted mencionó y que parecieran sugerir una semejanza con el francés moderno. Por otro lado, su antigüedad me sugiere una forma de pensamiento más simple que la que hoy tenemos. Para hallar estas palabras perdidas y su poder, debemos liberarnos de la erudición moderna, olvidarnos de toda la concepción filosófica legada por 2500 años de civilización grecorromana y volver a la ingenuidad previa. ¿Y cómo lograr esto? pues buscando al alma más simple que podamos encontrar. A un tonto, libre de prejuicios, que no conozca otra cosa que la sabiduría natural no contaminada por el conocimiento académico. Su simplicidad nos proporcionará también el ritmo y la entonación necesaria para pronunciar las palabras. No creo estar descaminado en mi pensamiento, pues la descripción de la persona que debemos buscar coincide con aquella de los que en las Escrituras se identifica como Bienaventurado, aquel quien verá a Dios. En resumen, para hallar las palabras poderosas nos bastará con encontrar a la persona más tonta y darle las instrucciones mínimas, y así podríamos terminar esa búsqueda en poco tiempo. 

El Gran Maestre me miró extrañado, dudando sobre si yo habría resuelto por fin el acertijo milenario o si solo me estaba burlando de él. Le ofrecí hacer un intento en los tres días que quedaban antes de dejar el cargo. Así fuimos a uno de los barrios más pobres de la ciudad, donde nos dieron razón de un hombre harapiento que vivía de lo que la gente del barrio le daba, y a quien todos consideraban un tonto. No era un loco, nos dijeron, sino una mente simple, pues discurría con sabiduría inesperada a las preguntas que se le hacían. Al final encontramos al tonto, y fue muy difícil darle las instrucciones necesarias para hacer los intentos de pronunciar las palabras. Creo que hicimos cerca de veinte intentos, hasta que, al pronunciar las palabras, estas adquirieron una resonancia que no habíamos escuchado antes, y el propio cielo, que se había mantenido lluvioso hasta ese momento, se aclaró, dejándonos ver un sol brillante. En ese momento, el Gran Maestre tomó un pedazo de ladrillo y golpeó al tonto en la cabeza con gran fuerza y lo dejó inconsciente. Ante mi sorpresa, me ordenó que nos fuéramos a toda prisa, abandonando el cuerpo inerte, sin preocuparse de si estaba vivo o muerto. - Nadie debe saber de esto - me dijo - el mundo no está preparado para saber que las palabras que permiten a un hombre igualarse a Dios solo pueden salir de la boca de un tonto. Te ordeno que no continúes con la investigación. Mejor aún, te ordeno fingir que sigues con ella, pero que obtengas conclusiones que nos alejen de lo que acabamos de descubrir. Hace ya muchos años de ese episodio, y me toca a mi vez ceder el puesto a mi sucesor. He de entregar el libro al próximo Gran Maestre con las investigaciones falsas que he agregado a lo largo de los años, pero al cual he agregado pistas que lo llevarán, si se lo propone, al descubrimiento de que el Poder, la comunión con Dios, está en realidad en la boca de los tontos.

1 comentario:

  1. Una gran verdad. La gente sencilla está más cerca de Dios. Un beso

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