domingo, 5 de enero de 2020

Donde menos se piensa


Son muchos, se confunden en la multitud y es imposible reconocerlos a simple vista. Son los tontos. A la gente desprevenida los toma por sorpresa. Creen estar ante una persona normal y lo tratan como tal hasta que de pronto, sin previo aviso, sueltan una tontería que los deja en evidencia, pero para entonces ya es demasiado tarde.

Algunos, teóricos de la tontería, han aventurado algunas formas de identificarlos, son aquellos que van con una sonrisa entre la multitud de trabajadores que van al trabajo cada mañana, como si la vida fuera bella a esas horas, dicen, pero nunca encuentran la prueba definitiva. Otros, de aquella raza que le puso etiquetas a a todo lo que existe, tratan de clasificarlos para identificarlos, fracasando al verlos cometer tonterías de nuevos tipos que obligar a replantear cualquier clasificación.

Algunos quisieron marcarlos, colocarles un distintivo que proteja a las personas normales de su contacto, para sufrir la decepción que significa constatar que la tontería es contagiosa y hace a personas comunes cometan acciones tontas, o peor aun, pensamientos tontos. Se dice incluso, aunque no ha podido nunca probarse, que los tontos saben infiltrarse en los equipos de investigación que pretenden estudiarlos.

No hay lugar en donde tarde o temprano no aparezca un tonto, ni proyecto en donde no surja una tontería que introduzca una peligrosa variable de incertidumbre que ponga en riesgo todo el resultado.

Es inútil castigarlos u ofrecer incentivos para evitar que los tontos actúen, porque los tontos son inocentes de su propia tontería y no actúan con mala intención. Los tontos, además son inmunes a la experiencia. pueden repetir las mismas tonterías una y otra vez. Cuando se les impide o se les educa para no cometer una tontería específica, cometen otra que nadie pudo prever, demostrando una inventiva fascinante.

Es imposible censarlos, porque los tontos ni siquiera saben que lo son, y viven desconociendo el efecto que su tontería causa en los demás. Las opiniones de los demás tampoco son confiables, pues muchas veces son interesadas, muchas veces se califica a alguien como tonto sin serlo, e ignorando a los verdaderos tontos. De esta manera nadie conoce su cantidad, no se sabe si son mayoría, como más de uno teme.

Cualquier intento de control tendrá poco o ningún efecto. Las tonterías no pueden ser direccionadas, ni desviadas, ni evitadas. Fluyen de manera natural y como el flujo de un río caudaloso, si encuentran un escollo, lo rodean y vienen desde otro lado.

Son una fuerza impredecible y poderosa que algunos han tratado de aprovechar desde el gobierno, desde los partidos políticos y hasta desde las mafias, con resultados que no han ido más allá de algunos éxitos esporádicos y de corta duración, porque los tontos son la más democrática de las condiciones, sin tener distinción de sexo, edad, condición económica, religión o filiación política. 

¿Qué podemos hacer entonces contra los tontos? Nada. Ni siquiera se puede criticarlos, porque en aras de la corrección política no sería bien visto herir sus sentimientos y en cualquier audiencia, al menos probabilísticamente, hay al menos un tonto. Ya sabemos que donde menos se piensa, hay un tonto.

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