lunes, 16 de diciembre de 2019

El Niño Manuelito



En las alturas de los andes, cerca al Cuzco - y esto es sabido en mi tierra – nació el Niño Dios. Dicen que desde mucho antes ya le habían escogido como nombre Emmanuel, pero de cariño todos empezaron a llamarlo “Niño Manuelito” y así se quedó hasta hoy.

Es también sabido que fueron las llamas blancas las primeras que llegaron al pesebre y se arrodillaron ante él, y que le siguieron los pastores de las montañas llevando leche, queso
, pan chapla, y algo de charqui a la Sagrada Familia.
No llevaba el Niño ese pequeño pañal con el que lo visten en los belenes de los blancos, sino un jubón de cuerpo entero, como se usa para soportar las frías noches de la sierra. La Virgen también usa la manta multicolor que llevan las cuzqueñas, sujetado con un tupu o alfiler largo, mientras que San José usa un poncho marrón, chullo y ojotas.

Desde pequeño el Niño Manuelito es muy travieso y le gusta escaparse a jugar con otros niños. Su madre ve la cuna vacía y le espera hasta la noche, cuando llega con las ropas rasgadas por las duras hierbas de las punas. - ¿Dónde has estado? Le recrimina la Virgen. El Niño solo sonríe, hasta que la madre, vencida, le perdona y acaricia sus cabellos rizados.

Los niños de los valles que pastorean las llamas le conocen y esperan. Son ellos los que nos contaron que una vez, el Niño encontró a uno de los pequeños pastores llorando sentado sobre una roca. - ¿Qué te pasa? – le preguntó. – Me he clavado una espina en el pie. – No llores, yo también tengo una espina clavada, le dijo el Niño, mostrándole su propio pie, que acababa de pisar otra espina.
En otra ocasión, fue a visitar a uno de los niños que vivía en una casa apartada, cuando su madre le informó que su amigo no podría salir, pues estaba enfermo. Manuelito lo llamó entonces, y el niño salió como si nunca hubiera estado enfermo. Desde ese día, muchos lo conocieron como “El Doctorcito”.

A la Virgen María le llegaban las noticias de que su hijo salía a buscar a los otros niños y los distraía de sus deberes de pastoreo de llamas, haciéndolos jugar todo el día. El resultado fue una reprimenda y la prohibición de salir a los montes. El Niño Manuelito bajó entonces a la ciudad del Cuzco, donde jugaba con los niños que vendían caramelos, lustraban calzado y ayudaban en el mercado. Todos sabían cuando el Niño estaba en la ciudad, porque entonces crecía la felicidad, las ventas de los niños trabajadores aumentaban, el cielo se aclaraba de nubes, y el sol brillaba alegre.

 Desde entonces se cantan en el Cuzco los villancicos andinos, para recordarnos que el Niño Dios es peruano, que nació entre nosotros y que hasta ahora se acuerda, ya que nos trata tan bien.

Niño Manuelito, qué te puedo dar,
Rosas y claveles para deshojar,
Desde lejos vengo oyendo una voz,
En que el ángel dice que ha nacido Dios.
En lecho de paja desnudito está,
Quien a las estrellas da su fiel brillar,
Entre peña y peña he visto una luz,
Cunita y almohada del niño Jesús,
Vamos pastorcillos, vamos a Belén,
A ver a María y al niño también,
Suena la sonaja, suena el tamborcito,
Para divertirlo a nuestro niñito,

A la medianoche Jesús nacerá
y viene trayendo la felicidad.
La gente contenta y feliz bailará
porque ya ha nacido el Rey de la Paz.

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