sábado, 9 de agosto de 2025

La mudanza, nueva colina

Revisando esta página, me doy cuenta de que llevo llenándola de tonterías desde el año 2006, lo que ahora me parece una barbaridad de tiempo. Aunque me he tomado tres pausas en todo este tiempo, la publicación ha sido mayormente constante, al final, he sacado a la luz 930 tonterías, lo cual también es bastante, haciéndome pensar que se pudo llegar al número mil. Pero ese número no va a llegar, al menos aquí. Desde hace ya un tiempo había disminuido la frecuencia de mis publicaciones, porque cada vez se me hacía más difícil no repetirme. La razón, a la que ya había llegado hace tiempo, es que estoy hablando solo, sin retroalimentación. Por eso estuve buscando otras colinas en donde establecerme, y en donde conversar con los vecinos e intercambiar chismes y chistes.

Cuando inicié esta aventura, los blogs estaban de moda, y había mucha gente escribiendo. Seguía varios blogs y de allí sacaba ideas para nuevos relatos propios. Pero esta moda poco a poco fue decayendo. Todos los que seguía dejaron de publicar y me dejaron hablando solo. El propio buscador de Google dejó de ofrecer la opción de buscar blogs. Yo seguí publicando porque no encontraba otra colina en donde establecerme, aunque ya sin tantas ganas como antes, en que llegué a publicar dos veces por semana, así andaba de inspirado. Fue entonces cuando empecé a buscar otra colina a donde mudarme.

Primero traté con Twitter, donde publiqué muchas tonterías cortas, de las cuales varias se convirtieron en posts largos que desarrollé aquí, además de tener su propia sección aquí, como frases twitteables. La cuenta de Twitter terminó siendo una sucursal o hermana menor de esta página, con tonterías en formato mínimo. Pero allí también el barrio cambió. Aún antes de convertirse en X, ya había dejado de ser un refugio para frases ingeniosas, para volverse una competencia de quién gritaba más y con más mala leche.

El segundo intento de abrir una nueva colina fue Facebook. No parecía el lugar más adecuado para obtener interacciones, pero de todas maneras lo hice, con la novedad de que incluía gráficos hechos por mí mismo, con la vaga esperanza de que alguno de ellos se convirtiera en viral. El resultado fueron poquísimas vistas y ninguna interacción.

Hice todavía otro intento, que resultó ser el más lamentable de todos, esta vez en Wattpad. La novedad en este sitio era intentar escribir un libro, ambicioso proyecto que retomaba la historia de Abu Navid, sobre el cual hice varios posts que salieron publicados aquí, y que eran una sátira a los libros de autoayuda. Como con todas las otras colinas que he creado, la empecé sin pensar, e improvisando sobre la marcha. Llegué a publicar cuatro capítulos y me di cuenta de que no valía la pena, no podía encontrar el ritmo narrativo adecuado, el tono no me satisfacía, y comprendí que para emprender tal empresa tenía que sentarme con lápiz y papel para desarrollar una arquitectura que soportara el relato. Simplemente no tenía ganas de hacerlo, y más cuando los capítulos no tuvieron más de tres o cuatro visitas. Wattpad ya era, por añadidura, un repositorio de fanfics de grupos coreanos e historias adolescentes auto insertados en sagas de vampiros o fantasías medievales.

Mientras buscaba (cuando tenía ganas), un lugar a donde llevar mi colina, seguía publicando aquí, por inercia, y por hacer algo con lo que escribía. Hasta que hace poco descubrí una red social con sitio para publicar mis tonterías en forma de relatos, y con una sección para las tonterías cortas, además de los gráficos, e incluso en formato de podcast o video, que es otra de las ideas que pensaba realizar en algún momento.

Por eso, anuncio oficialmente que me estoy mudando a Substack, en donde me podrán encontrar con este mismo nombre: El Tonto de la Colina. Allí se está consolidando todo el contenido que aparecía aquí y en mi cuenta de X. Solo hay que llegar a esta dirección:

https://eltontodelacolina.substack.com/


Ya llevo publicando allí dos meses, durante los cuales he estado colocando tonterías antiguas que ya habían aparecido en blogger, en versión corregida, revisada y actualizada. Mientras me acostumbraba a esa nueva colina, he estado publicando aquí y en Substack, pero desde ahora el material nuevo aparecerá solamente en esta nueva colina en Substack. Los espero allá.

jueves, 24 de julio de 2025

Frases Twitteables 71


En 1946, Uli Gartner regresó a su casa en Colonia después de ser liberado de un campo de prisioneros de guerra. Al llegar, encontró su casa destruida por los bombardeos, así que invadió una casa abandonada, lo cual era práctica usual en ese tiempo. En la casa encontró una gran cantidad de hojas escritas por el anterior propietario, hojas llenas de una sabiduría antigua y un gran conocimiento del alma humana, en forma de aforismos y frases cortas, que publicó más tarde con el nombre de "Semillas de Humanidad". Aunque la obra fue un éxito en los años 50, fue poco a poco olvidada, hasta que su nieto y heredero logró reimprimirla a principios de los 2000, en que logró una nueva popularidad. Algunos de los extractos de ese libro son las frases twitteables que publico aquí. Es una pequeña muestra de la gran sabiduría de su desconocido autor, y la razón del porqué se hizo tan popular. Disfrútenlas, y no hagan caso de los envidiosos que dicen que nadie en los días de la segunda guerra mundial pudo escribir sobre videojuegos, aliens o redes sociales, porque tales críticas son solo obra de envidiosos que niegan la verdadera sabiduría.
  • Debo dejar de llevar el alma al trabajo. Se me está desgastando mucho y la empresa no me la va a reponer.
  • Mi frase cursi del año: “Quiero cuidarte tanto que tu ángel de la guarda se muera de aburrimiento”. 
  • Idea de videojuego extremo: en cada nivel debes vencer a uno de tus propios demonios. 
  • La intuición es la voz del subconsciente diciendo “Confía en mí, yo sé lo que te digo”. 
  • Me pregunto por qué el café nunca ha cobrado derechos de autor de tantas obras, novelas y cuentos, artículos periodísticos y poemas. 
  • Amor, tengo una noticia mala y otra peor. - Dime la mala. - Se me apareció la Muerte y me dijo que tengo un pase VIP para el infierno. - ¡No! ¿Y cómo puede haber una noticia peor? - Es un pase doble.
  • Vendo tweets tontos para aquellos que estén cansados de su fama de inteligentes. 
  • Dejemos de lado la bizantina discusión de quién aquí es el roto y quién el descosido. 
  • Solo me queda imaginar las cosas imposibles que lograría si tuviera a alguien por quien hacerlas.
  • Dicen que Nietzsche empezó un día, sin aviso previo, a hablar con una voz un tanto gangosa, y con palabras que parecían hablar de varias cosas a la vez. Cuando sus conocidos le preguntaron la razón de este repentino cambio, respondió: “Es que así hablaba Zaratustra”. 
  • Por alguna razón, todos mis lunes empiezan con la falsa esperanza de que todos los problemas se hayan solucionado mágicamente mientras yo no estaba. 
  • Mirando a los que deshojan margaritas en el parque como un acto de fe, como una película de suspenso, o como un deja vu. 
  • Hablando sobre el efecto de las comidas ultra procesadas, de los químicos en los alimentos, de los vegetales transgénicos, se me ocurrió que algo tuvo eso que ver con que los norteamericanos eligieran a Trump. 
  • En el juego de la vida, siento que mientras unos juegan ajedrez, otros juegan poker, otros Monopoly, y al final vienen los chinos jugando al go. 
  • Estudios demuestran que el 90% de los errores se cometen para tapar otros errores anteriores. 
  • Dios creó al hombre para cuidar del Paraíso. Y llegó a ser bueno en ello, hasta que cometió un error y fue expulsado. Sin nuevos propósitos, solo con un castigo. Desde entonces estamos buscando un nuevo sentido a nuestra vida. 
  • Los tiempos modernos me hacen sentir como si viniera alguien diciendo que 2+2=5, yo demostrando que es 4, el primero sintiéndose ofendido por ello, y al final, llegando un tercero a mediar y proponiendo que ambos aceptemos, como compromiso, que dos más dos son 4.5. 
  • Espero no ser el único que tiene la impresión de que ya no hace falta una rebelión de las máquinas. Nosotros le estamos entregando el poder voluntariamente. 
  • Si Adán viviera hoy, no faltaría quien dijera que no lo estaban expulsando del Paraíso, sino que fue él quien se atrevió a salir de su zona de confort. 
  • Mi nueva teoría conspirativa: Con todos los mensajes que enviamos al espacio, creo que los aliens nos están dejando en visto. 
  • Las teorías de conspiraciones nacieron cuando un griego no se creyó que todo un ejército iba a Troya solamente para rescatar a Helena. 
  • De mi archivo de frases tontas: Quien no te quiso cuando eras oruga, no te merece cuando eres mariposa. 
  • Desperté y vi que ya era un poco tarde, así que di un gran salto y me dispuse a volar. Me pegué un tremendo golpe contra el piso. Qué curioso - pensé - Hace un rato, en mi sueño, funcionó tan bien. 
  • Mi imaginación me está jugando malas pasadas. Hoy puse una publicación en LinkedIn llamada “Los profesionales más solicitados en caso de un apocalipsis zombie”

jueves, 10 de julio de 2025

Los románticos ilegales



Cuentan que en una ciudad, en un país, en un gobierno, se decidió que el amor era una invención del colonialismo europeo, aprovechado por la élite mundial dominante para mantener oprimido al pueblo, mediante la comercialización de objetos como flores, chocolates, vinos, y otros productos. Las historias de amor fueron vistas como una forma de adormecer al pueblo y distraerlo de sus responsabilidades de clase, alentando la insensata idea del progreso personal, que contradice las ideas de igualdad social impulsada por el gobierno. 
Desde ese momento se decretó que el gobierno debía aprobar la unión de las parejas, conforme a los principios revolucionarios, basados en comportamiento, etnicidad, y adhesión a los objetivos nacionales. El primer paso para llevar a cabo la abolición de la idea capitalista del amor fue la censura a todas las menciones románticas en los medios de comunicación. Se organizó un ejército de severos censores de la nueva decencia, que suprimían cualquier mención del amor en libros, periódicos, e incluso en folletos publicitarios y en las tareas escolares. Por supuesto, las redes sociales fueron su principal objetivo. Adquirieron sofisticados equipos de rastreo para identificar y encontrar a los autores de escritos y poemas de amor, así como a quien cometiera el error de poner un “me gusta“. 

Ante esta situación, apareció una red de tráfico ilegal de poemas y cartas de amor. Papeles escritos a mano o con impresoras caseras empezaron a circular clandestinamente. Se vendían en oscuros callejones décimas espinelas, versos, alejandrinos, prosas románticas y suspiros escritos, dirigidos a parejas de amantes que desafiaban las órdenes gubernamentales. Cuando estos traficantes eran atrapados por la policía, alegaban ser inofensivos, traficantes de drogas, aprovechando que el gobierno había relajado el control de este mercado, al considerarlo una opción aceptable al escape de la realidad que representaba el amor. Los escritores del mercado negro del amor empezaron a acumular riquezas, que se volvieron fáciles de detectar por el gobierno, ya que se sabe que toda revolución trae consigo años de escasez. 
Los censores, por su parte, buscaban mensajes o códigos secretos en las noticias deportivas y en los textos que hablaban del amor a la patria. Los chocolates y las flores se convirtieron en productos controlados, lo que no evitaba que fuera frecuente que estos fueran entregados con pequeños mensajes ocultos en el empaque, puestos por el empleado a cambio de algunas monedas. Poco después, los medios de comunicación, controlados por el gobierno, presentaban orgullosos las últimas noticias del desmantelamiento de una red criminal que distribuía cartas de amor ocultas dentro de pizzas entregadas por motocicletas de delivery. Los noticieros estatales mostraban también el éxito de las parejas aprobadas por el gobierno, en marchas que presentaban parejas que desfilaban serias y sin apenas mirarse. 

Cuando el gobierno creía tener la situación controlada, la policía secreta descubrió comportamientos inusuales en los actos oficiales. Jóvenes intercambiando miradas sospechosas, parejas tomándose las manos al entonar las marchas revolucionarias, abrazos grupales y vivas al presidente con un entusiasmo y una entonación que parecía significar otra cosa. Era difícil señalar una desviación específica a las políticas oficiales, y ni siquiera los agentes que se intentaron infiltrar pudieron dar pruebas de una conspiración. Los arrestos que se hicieron no tuvieron ningún efecto sobre las muchedumbres en los actos oficiales. 
Con el tiempo, el control se relajó, y ya no era raro ver a altos funcionarios acompañados de parejas que no eran las designadas por el gobierno. En los pueblos alejados había menor control, lo que provocó migraciones de jóvenes de las grandes ciudades. 
Hasta hoy, si se presta atención, se puede observar en el transporte público, a un hombre entregando una pequeña flor a una mujer, que le entrega a su vez un pequeño pedazo de papel. Los asientos dobles son dejados libres hasta que llega una persona, y poco después, otra del sexo opuesto, con quien intercambia miradas furtivas mientras los pasajeros que están de pie hacen pantalla para evitar a las cámaras y a los agentes del gobierno. Un turista extranjero, se alcanza a escuchar lo que dice en voz baja: Para recuperar el significado del amor, lo que se necesitaba era prohibirlo.

jueves, 26 de junio de 2025

Duendes en la oficina


Algo que ignora la mayoría de la gente que trabaja en esta ciudad, es la abundancia de entierros antiguos (llamados “huacas”) que había antes de que el progreso los derribara y construyera edificios sobre ellos. Por eso hoy son comunes las historias de fantasmas y duendes en las modernas oficinas del distrito financiero. Esta es una de ellas. 

Era este un edificio nuevo, con pisos dedicados al coworking, en donde me tocó trabajar durante un tiempo. Como suele suceder con los recién llegados, me asignaron el sitio que nadie quería. No había razón aparente para ello, no estaba mal iluminado, ni molestaba el viento que llegaba de la máquina de aire acondicionado, incluso tenía una buena vista de la oficina y del exterior, pero había algo en la actitud del resto del personal al verme trabajando allí, y sobre todo, al acercarse a mi sitio.

Mi primera semana allí transcurrió sin ningún incidente más allá de lo normal para alguien que recién se adapta a la manera de trabajar en una empresa. Un día, descubrí la falta de un engrapador que usaba para mis papeles. Mi primera reacción fue pensar que alguien que lo necesitaba lo había cogido y no lo volvió a poner en su lugar. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que no tenía vecinos de sitio. El primer día me explicaron que poco a poco se iba a integrar más gente al proyecto, pero nada había pasado, y mi sitio estaba un tanto aislado del resto de la gente. El engrapador apareció a los dos días en uno de los sitios libres, en un lugar donde ya había buscado. El hecho me molestó un poco, por lo que pensaba era una falta de educación de los compañeros de trabajo, pero no le di más vueltas al asunto. 

A la siguiente semana, el caso se volvió a repetir, esta vez con unas tijeras. Ya ofuscado, descubrí que no era lo único que faltaba. También faltaba la mitad de los clips que tenía en un pequeño contenedor de plástico transparente. En la siguiente reunión de trabajo, me atreví a mencionar el tema. No me molesta compartir los útiles de oficina, dije, pero por lo menos que avisen y no los saquen sin permiso. Recibí como respuesta un silencio que indicaba que los demás sabían algo que yo no. Solo el jefe principal dijo que todos en la oficina eran profesionales y que esas cosas no pasaban aquí. 
Mi siguiente sospecha fue la señora que hacía la limpieza de la oficina. Cuando hablé con ella, dispuesto a reclamarle, me miró con cara de extrañeza. - ¿Cómo? ¿Usted no sabía? - me dijo. - Hay duendes aquí, en la oficina. Por un momento, repasé todo lo que recordaba sobre los duendes que me han dicho alguna vez, con el fin de refutarla y decirle que todo eran excusas para eludir su responsabilidad. Los duendes son criaturas del campo, no se mezclan con computadoras y máquinas de café. Pero también toda esta zona era campo hace solo unas décadas, no sé exactamente sobre qué se ha construido este edificio. - ¿Alguien ha visto al duende acaso? Pregunté. - Yo no lo he visto, pero el guardián sí, y me ha dicho que en las cámaras le han captado su sombra, pero tienen orden de no decir nada. 
Por mucho que me considere un incrédulo, y que estemos en el siglo XXI, tuve que admitir que todo tenía sentido en ese momento. El que nadie quiera el sitio donde estaba, la política de no quedarse más allá de la hora por ningún motivo, y la actitud sospechosa de todo el personal. La versión del duende era la teoría más lógica. 

Con todo, preferí buscar una confirmación. Fui donde el trabajador más antiguo del proyecto, y le pregunté directamente. ¿Hay duendes aquí? Su respuesta no fue una negación, sino un pedido de confirmación: ¿Qué? ¿Lo has visto? A continuación me confió la verdad que me habían estado ocultando. La zona que me habían asignado para trabajar era el lugar donde se había visto al duende varias veces. Incluso la persona que había estado allí antes que yo, se había quejado de eso, y pedido el cambio de ubicación, pero como se lo negaron, prefirió renunciar. 

Desde ese día, aún tratando de negarme a mí mismo la existencia de tales cosas, me descubrí en un estado de alerta constante. Guardaba todo bajo llave al irme para evitar que mis cosas continúen desapareciendo, volteaba instintivamente ante cualquier ruido, y me parecía captar sombras furtivas con el rabillo del ojo, sobre todo cuando se acercaba el crepúsculo. Me di cuenta de que no podía trabajar así indefinidamente. Tenía que encontrar una solución o enfrentar a la posibilidad de renunciar en aras de mi salud mental. Recordé entonces una costumbre que me enseñaron en una mina en donde enfrentaban el mismo problema: dejé en la mesa vecina, aún desocupada, un caramelo. Por unos días la situación no atravesó ningún cambio, hasta que una tarde descubrí que el caramelo había desaparecido. Por las dudas consulté con la señora de la limpieza, que me aseguró que nadie, y menos ella, había cogido la golosina. 

Tomada esa precaución, las cosas se han calmado un poco. Los útiles de oficina ya no desaparecen, y las sombras furtivas ya no causan inquietud, en tanto haya siempre un caramelo en una esquina de la mesa. Hasta que llegó el día en que la presión del trabajo y una fecha límite hizo que un grupo nos tuviéramos que quedar en la oficina hasta terminar un documento. Todo el grupo trabajó ese día a marchas forzadas, en la esperanza de terminar antes de que se hiciera de noche. Al retirarse el resto del personal, todos insistieron en que yo tomara un sitio que había dejado libre uno de los que pudo salir a la hora, para evitar que nadie fuera a mi sitio. Con todo, me vi en la necesidad de recoger unos papeles de mi sitio. Nadie me quiso acompañar. Cuando llegué, volteé instintivamente hacia donde había dejado el caramelo. Vi una pequeña figura de color oscuro, con lo que parecían ropas sucias, cogiendo el caramelo. Ambos nos quedamos paralizados, mirándonos el uno al otro por una fracción de segundo, y luego la figura desapareció con rapidez. 
Desde el otro lado de la oficina alguien me vio detenerme con los papeles en la mano, y cuando llegué con el resto del grupo, me preguntaron qué había pasado, y dije que no era nada. Claramente nadie me creyó, pero tampoco nadie volvió a mencionar el suceso. El resto de la jornada me vi repitiéndome a mi mismo que había sido un ratón, y apurando el trabajo, para no quedarnos allí más de lo necesario. 

Desde ese día, nadie me pregunta por los caramelos que llevo al trabajo, nadie me pide tampoco que se los invite ni pregunta por qué los tengo si no los como nunca. Nadie se acerca a mi sitio a menos que sea realmente necesario y por el mínimo de tiempo, y he notado que todos me tienen miedo ahora. Tal vez tenga que renunciar, tal vez los demás piensen que deben despedirme, ya que no quieren trabajar conmigo. Solo un trabajador nuevo, que duró pocos días, me preguntó si de casualidad tenía en mi mesa un feo duende de cerámica.

jueves, 12 de junio de 2025

Minimalismo


En los últimos tiempos, el trabajo se ha vuelto tan escaso que tengo que economizar en todo y comprar lo mínimo. Así, tengo pocos adornos, mi cantidad de ropa está calculada para un uso normal sin que ninguna prenda quede sin usarse en toda la temporada, y la compra se limita a una adecuada reposición. Alguien a quien comentaba esto me dijo que me había vuelto minimalista. En ese momento yo no conocía el término, pero mi curiosidad hizo que esa misma noche buscara en internet información, para saber si me hablaba para expresar elogio, sorpresa, o por el contrario, me estaba ridiculizando o insultando. 
Así descubrí que los gringos (cuándo no) han armado toda una base filosófica que tiene como premisa el tener la mínima cantidad posible de cosas. Valiente filosofía, pensaba yo al leer eso. En mi tierra a eso se le llama hacer economía y ser pobre. 

Rebuscando en los anaqueles de la historia encuentro la biografía de Diógenes el Cínico, que ya era un minimalista hace más de dos mil años, y que cada vez que encontraba algo de lo que podía prescindir, lo tiraba sin más. Tenemos un poco más tarde en la historia a la orden de los franciscanos, que vivían en voto de pobreza, y no tenían más que lo que llevaban puesto. 
Mucho más adelante en el tiempo tenemos los cuartos de estudiante de algunos compañeros míos de la universidad, que eran tan pequeños que para bostezar tenían que abrir la ventana. Tales compañeros no solo practicaban el minimalismo, sino también el versatilismo, que es hacer que todas las cosas tengan muchos usos. Por ejemplo, uno de mis amigos tenía un jarro de fierro aporcelanado que le servía para lavarse los dientes, tomar el café matutino, servía de pisapapeles, vaso de refresco, plato de sopa y hasta ducha, porque hasta su habitación no subía el agua. 

Con todo, después de leer un poco sobre el minimalismo traté de practicarlo de una manera más consistente, y no como medida improvisada o impulsada por la necesidad. Lo primero es deshacerse de todo lo que sea innecesario. Esto no es tan fácil como parece, porque para alguien como yo, que trata de estar preparado para todas las situaciones, la mayoría de las cosas merecen salvarse en el sagrado nombre del “por si acaso”. Así, se salvaron muchos cables de diferentes tipos, libros de conocimientos apenas obsoletos, y una cantidad de CDs que ya no recuerdo qué contienen, pero “un día de estos voy a revisarlos y botar lo que ya no sirve”. 
Lo segundo es deshacerse de lo duplicado. En este punto llego a la conclusión de que el que difunde eso del minimalismo no es un ingeniero, a quien le entregan una casaca impermeable con el logotipo de la empresa en cada obra, a quien todos los vendedores que visitan le regalan un llavero o un lapicero, y que trae como recuerdo de cada curso o congreso al que asiste, un lapicero, una libreta de apuntes y un toma todo. Ya una vez me deshice de la mayoría de útiles de oficina que terminaron en mi casa, para volverme a llenar de cosas al poco tiempo. Hay que cambiar de estrategia, pensé. Tomé una hoja de borrador (una de esas hojas que salieron mal impresas de algún trabajo, y de las que tengo también una cantidad respetable) y me pongo a apuntar lo mínimo de cada cosa que se me ocurriera. Como siempre, empecé a divagar y la lista que obtuve fue la siguiente: 
  • Mínimo triunfo: 1 a 0 
  • Mínima siesta: un pestañeo.
  • Mínimo viaje: asomarse a ver el camino.
  • Mínimo trabajo: levantar la cabeza de la cama.
  • Mínimo almuerzo: oler el plato de otro.
  • Mínimo enamoramiento: Que tú me mires.
  • Mínima ayuda: Citar una frase de autoayuda.
  • Mínimo odio: fruncir el ceño.
  • Mínima escritura: un punto.
  • Mínimo silencio: el que viene después de una coma.
  • Mínimo amor: una sonrisa.
  • Mínima conversación: Hola.
  • Mínimo mensaje: un emojil.
  • Mínima pregunta: “¿Qué?”
  • Lo mínimo que ella se merece: yo.
Ante el fracaso de ser más minimalista de lo que me obliga la falta de dinero, abandono el esfuerzo y no habrá más intento que los que hago cada cambio de estación o el día en que me arrebato y me deshago de todo lo que hace bulto en mi casa, y la dejo lista para recibir otra carga de cosas que no voy a usar, y se repita el ciclo.

jueves, 29 de mayo de 2025

Leyendas peruanas: El torito de Pucará



En los primeros años de la dominación española en el Perú, los nativos se sorprendían al ver los animales que traían los extranjeros. Caballos, gallinas, carneros y bueyes eran mirados con asombro y se les atribuían cualidades mágicas, como es el caso de la historia que voy a contar hoy. 

En el pueblo de Pupuja, en lo que es hoy el sur del Perú, había una sequía que secó los cultivos de toda la zona. Esta sequía duró tanto que secó los pozos más grandes y profundos. La población se reunió para deliberar lo que había que hacer ante esta catástrofe. 
- Los dioses nos han abandonado - dijo uno de los campesinos - el cura ha dicho que su dios nos castiga por ofrendar al Inti y a los Apus. 
- El sol aún nos alumbra desde lo alto, y las montañas siguen en su sitio - dijo otro - Los dioses no abandonan a su gente, es este dios extraño el que les molesta. 
- El dios Cristo es poderoso, y ha tomado posesión del rayo y de las nubes. Dicen que al Curaca Quispe Tupac del valle de Sicuani, le envió un rayo por negarse a ir a la iglesia de los Viracochas (gente blanca). 
El más anciano de la reunión, Aquije, tomó la palabra, y todos callaron para escucharlo. - Pachacámac no nos ha abandonado, él es el dios de todo, y el dios Cristo es su igual. Es a él a quien debemos ofrendar. 
- Pero ¿Qué habremos de llevar como ofrenda? Las llamas, habas y coca que hemos llevado antes no han servido de nada para atraer las lluvias - dijo el hijo del curaca. 
- Ofrendaremos el toro que ha nacido este año en el pueblo, es animal noble y fuerte, sin duda será del agrado de Pachacámac - fue la respuesta. 

El animal en cuestión era un vivaz becerro, el primero que había en Pupuja, nacido de una pareja de vacunos traídos por frailes franciscanos, y que ayudaba a labrar las tierras vecinas a la pequeña iglesia que no tenía mucho de construida en el pueblo. El sacerdote, que afirmaba que Dios era Pachacamac, con el fin de captar las ofrendas del pueblo, no pudo discurrir a tiempo una razón para negarse, y tuvo que acceder al pedido de todo el pueblo que fue a agolparse a la puerta de la capilla. 

Una vez en posesión del torito, el siguiente problema fue decidir cómo llevar el pequeño toro a la montaña que cuidaba el pueblo, pues los sacrificios al dios Pachacámac deben hacerse en el lugar más cerca al cielo, y esta era la montaña tutelar, la que había que escalar, pues no había camino, y menos para un torito que solo conocía los pastos del valle. Alguien mencionó el nombre de Urco, el joven más fuerte y hábil del pueblo, como el único capaz de llevar a cabo esta tarea, y todos estuvieron de acuerdo. Urco tomó la elección con esa tranquilidad que la gentes blancas confunden con mansedumbre, y se dio a la tarea de atrapar al torito, maniatarlo con cuerdas y envolverlo en mantas para ponerlo en su espalda como hacen las madres andinas con sus hijos. 

Así preparado, Urco empezó la escalada llevando al toro en su espalda. El recorrido no fue nada fácil, pero sabía que era esta la última oportunidad antes de que la sequía los deje sin alimentos ni agua. Cada vez que miraba hacia abajo, aún podía ver al pueblo reunido en la falda de la montaña, observando atento su progreso. Con mucho esfuerzo, pues el toro no dejaba de moverse tratando de escapar, logró llegar a la cumbre, en donde un pequeño escalón permitía tener espacio para preparar la ofrenda. 
Al descargar al torito, este trató de escapar, a pesar de que el espacio apenas permitía dar unos pasos antes de caer al vacío. Urco se vio en problemas, pues el sacrificio debía prepararse extendiendo su manta y colocando allí las hojas de coca, y los productos de la tierra, además de tener que encender el fuego, y esto no sería posible con el torito corriendo de un lado a otro. Urco trató de atrapar al toro antes de que este cayera al abismo, pero el toro lo esquivó, aunque en el intento chocó sus cuernos contra una roca. La roca hizo un sonido extraño ante el impacto, como si estuviera hueca. El toro, mientras tanto, seguía corriendo, hasta que golpeó nuevamente con sus cuernos la roca. Esta vez la roca se partió y dejó escapar un fuerte chorro de agua. El toro, cansado, empezó a beber la fresca agua que brotaba y que se convirtió en un puquio, o arroyo, que bajó por la pendiente hasta el pueblo. Los habitantes que aún miraban desde abajo observaron maravillados cómo bajaba el agua salvadora y estallaron en gritos de júbilo, al ver la salvación del pueblo y sus cosechas. 

Urco pudo calmar al pequeño torito y pudo bajarlo nuevamente al pueblo, perdonando su vida en gratitud por el servicio prestado. Pachacamac, sin duda, intermedió para que el torito encuentre el agua, por lo que hizo el sacrificio solamente con los otros vegetales que había llevado. Desde entonces, Urco fue considerado por esta hazaña como el salvador del pueblo, y el torito fue considerado un heraldo de la prosperidad. En su honor, la comunidad empezó a hacer figuras de arcilla del toro para atraer la buena fortuna. Estas figuras representan al toro adornado para el sacrificio, con sus cuernos cortos y con la lengua afuera que tenía al beber el agua del puquio. De Pupuja, estas esculturas pasaron al vecino pueblo de Pucará, que era el centro de comercio de la zona, y de allí se esparcieron a todo el sur del Perú, con el nombre de Toritos de Pucará. 

Hasta hoy se colocan figuras del torito en la parte más alta de las casas para atraer la prosperidad, junto a la cruz de los cristianos para recordar tanto a Cristo como a Pachacámac. Es una ocasión especial cuando se levanta una casa, colocar este toro. Tiene un agujero en su lomo que simboliza la fertilidad, un asa que representa la unión entre hombres y mujeres en matrimonio, y los ojos muy abiertos que nos recuerdan la importancia de estar atento a nuestro alrededor. El toro está también adornado en su lomo, con adornos en espiral que representan las vueltas de la vida, en espera de que todo lo que se da, regresará en algún momento. Así lo he encontrado en lo alto de muchas casas en el Cuzco y Puno. 

También es muy popular tenerlo en el interior en donde son atractivos sus vivos colores, rojo, azul, negro o blanco, que representan el tipo de protección que se quiere para el hogar.

jueves, 15 de mayo de 2025

El reloj



En casa hay un reloj, de esos tan antiguos que ya nadie recuerda cómo llegó a la pared, tal vez una enrevesada cadena de herencias lo dejó allí, a falta de un mejor lugar, tal vez a la espera de que se defina su real propietario. Sé que en algún tiempo estuvo en un vestíbulo de un hotel de provincia que algún pariente tenía, o administraba. Tampoco se ha conservado el dato de si estaba allí en préstamo, propiedad, o en simple espera de un lugar mejor en donde colocarlo. El caso es que ahora está en una de nuestras paredes, enorme, y desentonando un poco con el moderno mobiliario que hoy habita la sala. 

Es que el reloj es una enorme caja de madera tallada, con una puerta que deja ver el péndulo a través de un vidrio. La cara del reloj está en números romanos y pequeñas inscripciones en letras góticas acreditan a su fabricante. El caso es que el reloj no deja de ocasionar cierta incomodidad. Ya la humanidad ha perdido la costumbre de darle cuerda cada cierto tiempo, desechando este rito por repetitivo y anticuado, sin caer en la cuenta de que es el mismo rito que les hace conectar a la corriente el smartphone. Por eso, es frecuente verlo detenido por falta de atención y de cuerda. Además, ya no se estila escuchar los sonidos del reloj, y el efecto que este causa en las personas. 

Durante el día, los sonidos cotidianos ahogan o distraen de su sonido, pero en las noches, o incluso en la tranquilidad de un fin de semana, puede escucharse al tiempo que pasa a través de él. Los segundos tienen un sonido grave y casi ominoso, y la regularidad de su campana que marca los cuartos, las medias horas y las horas pueden sorprender al visitante casual. Afortunadamente, las campanadas no suenan muy fuerte, o al menos así nos parece a quienes vivimos en este mundo que se ha vuelto tan estruendoso. Cuando llegan visitas, los niños quedan fascinados ante la extraña máquina y esperan a escuchar las campanas que suenan a pasado. Alguna vez un visitante comparó su sonido con campanas tibetanas usadas para la meditación. 

Ahora, tener un reloj en la sala nos parece un anacronismo, pues la vida nos ha rodeado de relojes: los celulares, los microondas, el televisor y hasta la refrigeradora tienen relojes luminosos, y ya ni siquiera se estila llevar un reloj en la pulsera. Sin embargo, este antiguo reloj parece marcar un tiempo diferente al de todos estos sustitutos modernos. Cuando uno lo observa, el tiempo parece correr más despacio, y el sonido de su maquinaria parece tomarse su tiempo para marcar cada segundo. El mueble en el que está montado también le da un carácter de importancia antigua, que recuerda todos los segundos, minutos y horas que ha sobrevivido, viendo a la gente detenerse, apurarse, esperar o simplemente pasar el rato. Tal vez por eso es que cuando se le agota la cuerda emite un sonido raro, como si quisiera decir “Ya no puedo más”. 

Tiempo ha pasado desde sus días de gloria. La vida se ha vuelto desde entonces más rápida, y los relojes que nos rodean nos gobiernan: hay que ir al trabajo, tienes una cita, despierta de tu sueño, tu taxi llegará en 3 minutos. Pero este antiguo reloj no buscaba gobernar al hombre, era simplemente un testigo del tiempo que pasaba. No te ordenaba levantarte, simplemente decía la hora, sin insistir, ni recordarte las citas con treinta, diez, y cinco minutos de anticipación. Pero algo ha quedado de los tiempos pasados en el reloj. En una noche tranquila, uno puede apagar la música, y prestar atención al sonido del segundero. Con un poco de concentración, el reloj se convierte en una máquina del tiempo y se podrá ver una sala de enormes cortinas y muebles tallados, alumbrado por candelabros. Hasta se puede oler la cera sobre los pisos cubiertos con largas tablas de madera y sentir el aroma de un pequeño fogón de carbón que cocina una leche fresca que se servirá en una vajilla de porcelana decorada con dibujos azules. 

 Hoy toca darle cuerda al viejo reloj. Y no puedo hacerlo sin dejar de pensar que, aunque el tiempo es fugaz, a veces hay que darle tiempo al tiempo.
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