Todo comenzó cuando aún estaba en la escuela,
y el profesor nos enseñaba el concepto de los números imaginarios. Yo, siempre
soñador y tonto, lo vislumbré como un mundo nuevo que se abría ante mí.
¡Números imaginarios! Amigos imaginarios yendo a comprar en una tienda
imaginaria donde todos los precios están hechos de números imaginarios, niños
fantasmas contando en la calle inexistente los autos que pasan: treno, ples,
parrio, vinio, y así hasta llegar al número meistenta. Los números llegaban a
nuestro universo y se convertían en una parte real y otra imaginaria, más o
menos como el trecentaiseis o el catorcetecientos. Desarrollando este
razonamiento, los seres imaginarios no solamente contaban utilizando números
imaginarios, sino que también deberían hablar con palabras imaginarias para
expresarse, como arrombol, metasio o peniasto. Imaginaba conversaciones de este
tipo:
-
Pros tremblé en la apuria una mercaza bástica,
ferdia clusa. ¿Plubas sangia la démila?
-
Ble, nu femias el vitaro, gro necies si
fobundas la hercia, jun.
De aquel tiempo me quedó también la afición a asignar a las palabras significados diferentes por su afinidad con otras. Por ejemplo, definía "sintomático" como aquel plato con total ausencia de tomates en sus ingredientes, o decía "escuálido" para referirme a un tiburón muy flaco.
Pasando el tiempo, llegó la modernidad con una
multitud de palabras nuevas que me llevó a recordar esos tiempos de clases
de matemáticas y números imaginarios. Palabras desconocidas como webear,
chatear o selfi se hicieron de uso común, haciéndome sentir como que la
dimensión de los seres imaginarios empezaban a invadir nuestro mundo con sus
palabras imaginarias.
Pensándolo bien, esto no es tan malo, hay
muchas cosas para las cuales no existe una palabra adecuada, y nuevas cosas que
necesitan un nombre que los identifique. Las 300,000 palabras que tiene el
idioma español no nos alcanzan para cosas que necesitamos definir y que al
final terminamos describiendo en vez de nombrar. Una vez leí que en el
sánscrito hay una palabra para amor filial, otra para amor carnal, otra para
apego a un objeto. Tener varias palabras para el amor en español nos libraría
de incómodas confusiones y malentendidos. Solo imaginen cómo se usaría la
palabra que corresponde al “Te quiero como amigo”.
Por eso, pienso crear una nueva disciplina del
pensamiento humano, que es la neología, la ciencia de crear nuevas palabras
para las cuales no existe aún un término en nuestro idioma. Y no podía ser de
otra forma, que la primera palabra creada con esta ciencia es “Neología” con el
que estoy creando los nuevos neologismos.
No se crea, sin embargo, que crear nuevas
palabras consiste simplemente en mezclar otras ya existentes, Esto es demasiado
fácil y da lugar a equívocos como el conocido “Juernes”, que es la mezcla de un jueves y un viernes. La
neología busca palabras nuevas con nuevos significados, como lo que hizo César
Vallejo al crear la palabra “Trilce”. Para mayor claridad, quiero ahora mostrar
algunos ejemplos:
¿Cómo llamarían a la condición que impide a
algunas personas bailar siquiera los bailes más simples? No, no le voy a poner
un derivado de mi nombre, aunque muchos ya quisieran hacerlo. El término
apropiado es “Bailexia”, definido como la incapacidad de aprender un baile.
Como ven, no es tan difícil encontrar usos para las nuevas palabras.
¿Y cómo definir a aquello que nos causa mucho
asco? Definitivamente “asqueabundo” es la palabra que estaba buscando.
Imaginen la palabra “Coproscopio”. Su raíz
griega nos indicará inmediatamente un televisor o una pantalla en general para
ver exclusivamente reality shows, programas de chismes o videos de reggaetón,
cualquier cosa que te deje más idiota de lo que eras antes de verlo.
Y sería muy bonito, pienso yo, que si llegas
de repente y sin avisarme, te reciba con un cálido “Te estuve inesperando”.
También se puede ser poeta con la neología.
En cuanto a las palabras derivadas de nombres,
todavía hay espacio para nuevos hallazgos. El “Menardismo” es la pretensión de
haber inventado algo que ya existía hace mucho. Y la nombramos por Pierre
Menard, quien escribió El Quijote en los primeros años del siglo XX. Y vaya que
hay muchos menardistas por aquí hoy en día.
Bueno, dejo solo hasta aquí mis hallazgos, no
vaya a cansar a los lectores con tanta tontudez. Vaya, me salió otra palabra, y
esta vez sin pensarlo.
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