Algo que tengo yo, y que muchos ingenieros tenemos, es que tratamos de cuantificar las cosas. No me gustan las opiniones subjetivas, el “yo opino”, o el “a mí me parece”. Todo tiene que ser medible para poder mejorarlo. Medimos longitudes, duraciones, bit por segundo, frecuencias, de manera de poder definir quién es más alto, más resistente, o tiene mejor conexión a internet. Esta necesidad de medir las cosas no es siempre comprendida por las personas normales, que insisten en que hay cosas que no se pueden medir. Tal vez sea cierto, pero también es cierto que muchas cosas que la gente cree que no se pueden medir, en realidad ya tienen unidad de medida y aparatos para medirlas. Y las que no, pues con un poco de ingenio podemos hallar una manera de cuantificarla y compararla con otras.
Esa es una de mis últimas manías, establecer
formas de comparar y medir cosas que hasta ahora no tienen manera de ser
medidas. Empecé con un incidente en el cual un turista de visita en mi país
decía que podía comer comida picante. El problema es que en Europa creen que la
pimienta es picante, y no tienen idea de lo que hace el ají en paladares no
entrenados. ¿Cómo explicar a un extranjero lo que es el ají y el rocoto sin que
crea que estamos exagerando? La inspiración la encontré al ver la cara de mi
amigo al tomar un vaso de leche de tigre. Crearía una escala de picante basada
en el color de la cara del turista al probar distintos grados de picante, yendo
desde la tez blanca del europeo hasta el rojo fuego, que es precisamente el
valor que tomó la cara de mi amigo al tomar la leche de tigre creyendo que era
leche de vaca. Ya pensaba hacer cartillas de colores con el nivel de picante,
cuando caí en la cuenta de que esta valoración también es subjetiva y hay
gringos que aguantan más que otros. Pensé entonces en una escala de picante
basada en el pH. El valor cero, por supuesto, corresponde al agua, siguiendo
con la pimienta, que sería el valor uno, y así seguir subiendo hasta llegar al
“pipí de mono”, que es un ajicito pequeño que cuando se los damos a un turista
le hacemos firmar primero una declaración liberando de responsabilidad al
cocinero y dando fe de que la está probando libremente sin ser obligado por
nadie. Lamentablemente, no puedo avanzar demasiado en probar esta escala porque
no encuentro otro turista que me sirva de conejillo de indias para que pruebe
todas las escalas de picante.
Otro de mis intentos es el de crear un índice
que me indique la calidad de las canciones basado en la cantidad de taconeos
por minuto que da la gente al escucharla. El problema es que hay gente que le
gusta el reggaetón, lo cual echa por tierra todas mis teorías sobre la calidad
de la música.
El mayor éxito que me he anotado hasta el
momento me vino en un momento de inspiración al escuchar a una amiga lamentarse
de que está gorda. Yo le hice notar que en realidad no la veía gorda sino mal
distribuida. Para ponerlo de manera simple, ella usaba una camisa talla S pero
con pantalón corto talla L, creo que con eso se entiende. Eso del 90-60-90 solo
sirve para las modelos europeas de un metro ochenta de estatura, no para
nuestras bellezas latinas, que son más despachaditas. Nos urge entonces una
nueva escala de medición. Después de un cuidadoso análisis de las formas
femeninas (trabajo duro, pero que alguien tenía que hacer, y al no confiar en
la cinta métrica, preferí hacer las mediciones por palmos) llegué a lo que
llamé el “índice de quiebre” que es la relación entre la medida de cintura y la
medida de la cadera. Un índice de quiebre de 1, por ejemplo, significa que la
silueta en cuestión toma una forma plana; un valor mayor de 1 se ve gordo,
siendo el valor ideal obtenido empíricamente el de 0.66. A mi amiga le salió un
índice correspondiente a la figura en forma de huevo, lo cual tampoco estaba
tan mal en comparación con su grupo de amigas, a las que transmitió entusiastamente
mi descubrimiento. El índice de quiebre ha sido acogido entonces por un grupo
de personas cada vez mayor, ya empieza a difundirse en gimnasios y a tomarse
como requisito para entrar a las discotecas de moda, aunque pocas personas me
dan hoy el crédito.
Todavía no me canso de buscar relaciones
numéricas para explicar y medir esas cosas que el resto de la gente califica
todavía de acuerdo a su mejor parecer, sin la ayuda de la ciencia. Estoy
tratando ahora de crear una escala para medir el nivel de aburrimiento, para
los momentos en que estoy aburrido, poder decir “Este trabajo me causa un aburrimiento
de nivel 4” o algo así. También busco la forma de medir la nada, es decir, desde
esa nada que hay en el ropero cuando una mujer dice “no tengo nada que
ponerme”, cuando alguien dice que no está haciendo nada pero en realidad está
haciendo algo, hasta cuando no se está haciendo realmente nada. Les mantendré
informado de mis progresos.
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