Como todo ataque, esa canción ha esperado pacientemente a que baje mis defensas. De nada servirá entonces que cambie de canción en el streaming o en el reproductor, no tiene caso alejarse a toda prisa de la fuente del sonido, porque ya mi mente ha caído bajo sus efectos, ha soltado la andanada de recuerdos que la asociaron a esa época y mi cerebro no dejará de repetirla en mi cabeza en un bucle infinito.
El ataque de la música hace que olvide todas las lecciones que he aprendido desde entonces, todas las cicatrices que creí curadas vuelven a abrirse de repente, y en un instante vuelvo a ser aquel que fui entonces, ese tonto sin experiencia que tomó esas decisiones tan torpes. Cada nota de esa canción me hace vivir nuevamente ese tiempo, y yo lo experimento al igual que la primera vez, aun sabiendo el resultado, porque el ataque de la música también me da la lucidez suficiente para entender que si volviera a pasar esos momentos, haría lo mismo que hice entonces, no porque no haya aprendido nada desde ese tiempo, sino porque nunca he sabido ser de otra forma.
Una vez que la música te ha atacado, no queda nada por hacer, solo soportar el golpe y esperar a que el recuerdo se desvanezca nuevamente. Tal vez me detenga un momento y trate de saborear aquello que tuvo de dulce aquel tiempo, quizá un momento de pausa para asimilar el impacto, dejar escapar un suspiro, hasta que me diga a mí mismo “Ya pasó”, y tratar de seguir adelante con mi vida.
Después del ataque, volveré a repetirme todas esas cosas que ya me dije antes: La vida continúa, sigue adelante, no te rindas. Y aparecerá una nueva advertencia: Cuídate de esa canción, que no te agarre desprevenido otra vez, no bajes la guardia. Poco a poco la vida va recobrando su normalidad, hasta la próxima vez que la música decida atacar otra vez.
La música es parte de nuestra historia. Un beso
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