Yo lo sé, porque Él me lo dijo. Dios creó los cielos y la
tierra, y colocó al hombre para que la cuidase. Pero algo pasó. El hombre se
corrompió y destruyó la Tierra. Apenado, Dios destruyó su creación para empezar de
nuevo. Esta vez hizo al hombre menos poderoso para que no destruyera todo. Pero
se multiplicó rápidamente y su muchedumbre agotó la Tierra hasta destruirla.
Con gran pesar se vio obligado nuevamente a destruir otra vez cuanto había
creado. Esta vez hizo al hombre en un clima más frío para que no se reprodujera
con tanta rapidez, y las mujeres solo tenían un hijo a la vez. Pero ellos
crearon máquinas que mataban a todos los animales y a ellos mismos. Avergonzado,
destruyó todo por tercera vez, porque no es bueno que se sepa que Dios se ha
equivocado tan gravemente. Tal vez la siguiente vez pueda sentirme realmente
orgulloso de mi creación, pensaba. Así que hizo al hombre insignificante y
débil, con apenas la chispa de inteligencia necesaria para sobrevivir. Esta vez
parecía que resultaría, el hombre fue bueno por un tiempo, pero nuevamente se
fue pervirtiendo y a reclamarle por qué no lo hizo más poderoso, más
resistente, más duradero. Poco a poco se fue apoderando del planeta, destruyendo
todo lo que hallaba a su paso. Dios estuvo a punto de destruir toda la creación
una vez más, pero se detuvo. Ya no quería pasar por el trance de crear todo el
universo nuevamente. Sintió pena de sí mismo. Ahora se dice a sí mismo que lo
mejor es dejar que el hombre se dé cuenta de sus propios errores antes de
destruir el mundo, y que el castigo para los malvados es el seguir viviendo,
sin un fin del mundo que acabe con su miseria. Eso fue lo que me dijo, y sé que
es la verdad, porque nadie, ni siquiera Dios, puede mentir con una mirada de
tan profunda tristeza...
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