En estos tiempos tan difíciles, la gente está volviendo a pedir milagros a los santos. Esto no sería una mala noticia si no fuera porque la repentina demanda está creando una congestión en las oficinas de trámites celestiales, además de una competencia entre los santos que tratan de atraer a los pecadores a su lista de clientes. El caso es que el desorden administrativo está ocasionando más problemas de los que soluciona en el caso de los milagros. La cosa funciona más o menos así:
Hasta hace poco, los santos tenían cada uno su
sector más o menos determinado y teníamos un santo para cada necesidad. Eran los
tiempos en que por ejemplo, San Antonio tenía el monopolio del arrejunte de parejas. Claro,
no podía él solito atender a tanto roto en busca de descosido, así que San Judas
fue el que abrió el mercado agarrando ese tipo de casos, ya que es el encargado
de las causas imposibles y por ahí también le entraba a la jarana. Al ver
esto, los demás santos también entraron al negocio para no ser menos, de
modo que el cielo ha autorizado ahora la libre competencia y todos los santos
agarran de todo.
Las personas en necesidad también pusieron su
granito de arena en el desorden, ya que nadie se sabe para qué sirve cada
santo, las clases de catecismo están cada vez peor en este aspecto. También las
personas tienen la idea de que a mayor el milagro, más grande debe ser la vela
que prenden al santo. El siguiente feligrés piensa que con una vela más grande el
santo le hará el milagro. Esto ha provocado una inflación velística impulsada
por los vendedores de velas, que venden velas garantizadas “Si no se le cumple
el milagro, le devolvemos su fe”. Así terminamos viendo en los altares unas
velas más grandes que el santo, o cambiando calidad por cantidad, los fieles
ponen varias velas para pedir un solo milagro, a ver si una de las velas es la
que trae el premio. Al final, entre tanta vela, el pobre santo ya no puede ver ni
quien le reza.
En estos casos, el santo del costado también
tiene que cuidar su negocio y le empieza a hacer ojitos al rezante de los
santos más populares, como quien jala para su molino, y evita que lo desalojen
de la iglesia en favor de santos de mayor poder vendedor. Yo he visto cómo el
santo le susurra al oído del que está en el altar del costado algo así como “No
te confíes de este santo, te va a amarrar el servicio y te va a pedir una cuota
mensual de velas y avemarías, yo te puedo hacer el milagro sin tanto trámite,
ahora estamos en promoción y tenemos milagros pre-aprobados para ti”.
El creyente muerde el anzuelo y acepta un
milagro a precio de promoción, con la condición de que lo recomiende a sus
amigos, ya se sabe que la publicidad boca a boca es la más efectiva. Una vez
pasada esta primera etapa, se pasa a la promoción por los medios tradicionales:
estampitas, imágenes, velas personalizadas. Así tenemos a otro competidor en
este difícil mercado de los milagros.
La modernidad también ha entrado en este
antiguo negocio, y los santos han actualizado los lemas en latín, lengua que no
les entiende ni el sacristán, y los han cambiado por slogans comerciales de
probada efectividad, del tipo “San Andrés, dos mil años de garantía para usted”,
o “Santa Rita, donde otros no pueden, nosotros lo logramos”. También se
utilizan las modernas redes sociales en forma de cadenas de WhatsApp o
Facebook, el negocio ha evolucionado, sin duda.
Hasta el Vaticano se ha dado cuenta de las
posibilidades comerciales y está creando santos casi todas las semanas para
atender la demanda. Antes uno tenía que morir quemado, frito en aceite,
decapitado, o cualquier otro tipo de muerte espantosa para formar parte del
club santo. Ahora pareciera que solamente es requisito portarse un poco bien,
de preferencia abrir una orden religiosa, y tener un club de fans lo
suficientemente poderosos para que el papeleo salga rápido. En mi tierra hay un
par de expedientes de santas que siguen durmiendo el sueño de los justos desde
hace tiempo, mientras otros con más influencia están rompiendo récords de celeridad para entrar al
Dream Team celestial.
El problema es que la demanda de milagros es
tan grande que los santos todavía no se dan abasto para cumplir con todos, con
el riesgo de que los clientes insatisfechos se cambien de camiseta y se pasen a
la competencia. Como consecuencia se están dando milagros bastante tontos, en
verdad. El otro día en la iglesia veía a uno diciendo “San Vito, dame una señal”,
y la burocracia celestial le cumplió el milagro haciendo que la iglesia ahora
tenga señal wi-fi.
Otros deciden pedir el mismo milagro a varios
santos, congestionando las redes celestiales, sin saber al final cuál santo fue
el que le hizo caso y recibiendo a veces el mismo milagro repetido, como le
pasó a ese que pedía a varios santos por una pareja, y ahora lo están juzgando
por poligamia.
Y este problema ya me está afectando a mí, esta
semana yo estaba haciendo mis pedidos usuales (no trabajo, que de eso tengo,
sino más bien que me paguen por todo el trabajo que hago), cuando el servicio
de atención al cliente se equivocó de nuevo y me trajo una bicicleta. Al final
tuve que ser yo el que fue a buscar al niñito que había pedido ese milagro, y
el mío creo que quedó traspapelado por algún lado. A ver a quién le pido el
milagro de que los santos me atiendan rápido ahora.
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