Después de una noche completa de
conversación y diversión, soñé que llegaba a la tierra donde uno se convierte
en metáfora. Esto, que parece un lugar de ensueño y deseos realizados, es en
realidad un lugar terrible, creo que depende con quién vayas. Voy a tratar de
explicarlo.
Apenas puse pie en la tierra de las
metáforas me convertí en vaso. Yo no tengo problemas en ello, pero tú empezaste
de lamentarte “¡Estoy medio llena!” no parabas de decir. Yo trataba de
responder que yo te veía medio vacía, pero no servía de nada. No dejabas de
compararte con las finas copas de cristal, altas y delgadas, hasta que llegó la
multitud de vasos medios vacíos huyendo despavorida. “¡Allá viene!, ¡Allá viene!”
repetían. ¿Quién viene? preguntaba en medio del barullo. “¡Es la gota que
derramó el vaso!”. Ante tal peligro, me uní a la estampida corriendo, no vaya a
ser que me derramen a mí también.
Corriendo, corriendo, llegamos al distrito
de los clavos. De pronto me vi hundido hasta la mitad en una tabla, incapaz de
moverme, cuando empezaste de nuevo. “¿Por qué nunca me sacas?” Quise explicarte
que no creo en eso de que un clavo saca a otro clavo, pero tú insistía en que en
todas partes otros clavos sacan a otros clavos a bailar, a cenar y que yo nunca
te saco a ninguna parte. Me quedé pensando en que pareces un clavo, pero tal
vez lo que pasa es que te falta un tornillo. Tal vez lo que pasa es que no
tengo madera para ser clavo.
Salimos del distrito para entrar en el
valle de las liebres. Nuevamente empezaste a arruinarlo todo con tus preguntas “¿Por
dónde crees que voy a saltar?” Fue inútil tratar de explicarte que por donde
menos se piensa salta la liebre. Tú seguías lamentándote “Pero tú me conoces,
tienes que saber”. Pero nunca funcionaba. Siempre que creía conocer el lugar ¡Pum!
salta la liebre en otro lugar que no se me había ocurrido.
A estas alturas ya me estaba aburriendo, cuando llegamos a una playa llena de peces. Es que hay muchos peces en el mar, me decían. No gracias, estoy bien así, les respondía. Pero los peces no se rendían. Si quieres, te podemos mostrar el camino hacia el prado de las telas raídas, allí nunca falta un roto para un descosido. Pero yo ya no tenía ganas de quedarme.
Ofuscado, decidí irme de la tierra de las
metáforas y regresar a mi mundo antes de que se me pase el tren. No es que esté tan mal, pero uno siempre ve
más verde el pasto del otro lado.
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