Hay momentos en que uno, cansado del mundo,
decide alejarse, aunque no lo logra. Siempre queda alguito que te amarra y te
deja conectado a la gente, pues nadie está solo, aunque lo intente. Esta vez, y como historia para esta semana santa, voy a contar la historia de uno de los tontos famosos que hace mucho que no
cuento. Es la historia de Simeón.
Hace muchos años, cuando la Edad Media era todavía
muy joven, Simeón era un niñito que pastoreaba ovejas en los campos cerca de
Tarso, en lo que antes era Europa, pero que hoy es Siria. Un día escuchó un sermón
en el pueblo cercano que hablaba de Dios, para enterarse que Jesús de Nazaret
se consideraba también a sí mismo pastor de ovejas y consideraba a la pobreza
como una virtud. Esto fue una revelación para Simeoncito y decidió dedicar su
vida a la oración. Pronto daría abundantes muestras de que en cuanto tomaba una
decisión la llevaba hasta las últimas consecuencias.
Conocedor de que había un monasterio de
anacoretas enclavado en una montaña cercana, fue a pedir su admisión, deseoso
de iniciar una nueva vida. Los monjes no le aceptaron en ese momento,
considerándolo apenas un mocoso malcriado. No sabían que tenían que vérselas
con un mocoso verdaderamente testarudo. Simeón insistió e insistió hasta que lo
aceptaron, llegada la edad en que uno pasa de ser un mocoso y se convierte en
un mozalbete.
En el monasterio pronto se hizo conocido por
su afición de llevar las cosas al extremo. Era el primero en levantarse, hacer
sus deberes, hacer las oraciones y sobre todo las penitencias. Aprendió a leer
y se aprendió de memoria los 150 salmos, que repetía todos los días en voz
alta.
Durante la cuaresma, que era su época favorita
del año, se negaba a probar alimento y se dedicaba solamente a la oración, a
tal punto que hasta el abad del monasterio le reprochó la exageración y le
sugirió salir al mundo para servir mejor al Señor, y también para que su
ejemplo no contagie a los demás monjes, ya que Simeón se había hecho popular
debido a su piedad.
Por un tiempo Simeón se instaló en una cueva,
imitando a los monjes ermitaños. De allí salía de vez en cuando a predicar,
cosa que hacía tan bien que pronto no necesitó ya salir, pues venían a buscarlo
multitud de personas ansiosas de consejo y de bendición. Simeón gracias a su
vida piadosa y su prédica luminosa se convirtió en algo así como el rockstar de
la cristiandad. Los peregrinos y la gente de los pueblos le iban a buscar a
todas horas, a pesar del difícil acceso de su cuevita, sin dejarle tiempo para
la oración y la reflexión.
Buscando una manera de orar en paz pensaba en qué
era más inaccesible que una cueva en el desierto, hasta que se le ocurrió una
brillante idea. Mandó a construirse una columna de tres metros de alto con una
pequeña plataforma en el tope y se instaló allí. Pero los admiradores aún
trepaban para pedir autógrafos, bendíceme la estampita, aconséjame si debo
casar a mi hija y cosas por el estilo.
La idea de la columna es buena, pensaba
Simeón, pero falta afinarla un poco. La siguiente columna que habilitó (gracias
a la incondicional ayuda de su club de fans) era de siete metros. Esto todavía
era insuficiente, así que la próxima y final era de 17 metros de alto. La
subida fue muy difícil, pero solo necesitó hacerla una sola vez, ya que Simeón
no bajó jamás y pasó el resto de su vida encima de la columna. No sabemos si
esta altura le pareció suficiente o si no consiguió una columna más alta. Desde
allí predicaba a todos los que se congregaban alrededor. Sus seguidores
organizaron todo para que Simeón se sintiera cómodo: Había un servicio de
delivery para la poca comida con que se alimentaba, atendían con una escalera a
los fieles que eran permitidos de conversar con él y evitaban que los fans no
autorizados treparan a la columna sin permiso.
Con todo, la vida de Simeón no era fácil.
Después de todo, vivir en lo alto de una columna era una penitencia por los
pecados del mundo, que al igual que hoy, se porta muy mal, oiga usted. Había
que soportar el frío de las noches y el calor del mediodía. Un ventarrón podía
bajarlo de la columna por la vía rápida y la lluvia molestaba mucho cuando
caía. También estaban los detractores, que lo hostilizaban desde abajo,
tratando de hacerlo bajar.
- ¡Simeón!
- ¿Qué queréis?
- ¡Baja inmediatamente!
- Nones, aquí estoy tranquilo…
- ¿Por qué te gusta estar allá arriba como
pájaro aliquebrado?
- No es que me guste, es que allá abajo
fastidian mucho…
Además, Simeón no pudo dejar de enterarse que
le aparecieron varios imitadores, cada cual en su columna. Los monjes estilitas,
como se les llamaba, se pusieron de moda, aunque no todos con igual éxito.
Algunos pagaron caro una mala ubicación de la columna y fueron impactados por
un rayo, cayendo en el descrédito y también de la columna. De todos modos, la
mayoría de la gente todavía prefería al original.
La fama de Simeón se expandió a toda Europa.
Su columna se convirtió en punto de peregrinación, y los imitadores se
multiplicaron al punto de que cada ciudad quería tener a su propio estilita.
Sus prédicas sobre muchos temas eran escuchadas con interés, no estoy seguro
pero creo que de allí salió el término “columna de opinión”, pues incluso lo
solicitaban para interceder en pleitos entre personas.
Cuando Simeón murió, sin haber bajado jamás de
su columna, fue reconocido como hombre sabio, a quien acudían altos dignatarios
en busca de consejo. Quedó entonces como ejemplo de los sabios que en el mundo
han sido y que han buscado alejarse del mundo, no como los de ahora, que se
mueren si se les cae el Facebook. Algo exagerado para irse a vivir hasta
arribota de su columna, pero ejemplo al fin para la gente como yo que al menos
tiene su colinita desde dónde opinar.
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