Ahora que se anuncia la llegada de Paul
McCartney a mi país, decido saldar una deuda que tengo desde la primera vez que
llegó por estos lares, y yo no pude ir al concierto que dio en Lima.
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¿Cómo, ingeniero? ¿No fue a ese concierto?
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Tranquilo, que ahora voy a contar la historia…
Allá por el año 2011, yo estaba en una etapa
algo rara en mi vida. El día en que se anunció su llegada yo estaba bastante
descontento en mi trabajo, que ya no me presentaba los retos que en un tiempo
me brindaba. Ese día, recuerdo, dio pie a un post bastante entusiasta que
escribí en el momento en que me enteré de la noticia, prueba de las pocas ganas
de trabajar que tenía por entonces. Si no compré mi entrada el primer día que
salieron a la venta fue por precaución, ya que no tenía un sentido claro de mi
permanencia en ese trabajo. Efectivamente, poco después busqué la primera
excusa para renunciar. Esta excusa fue la oferta de alguien a quien había
conocido en un proyecto, y que trabajaba en una importante empresa. El trabajo
que me ofreció era en un proyecto fuera de la ciudad, en un sitio bastante
remoto. Y había que partir a la obra justamente dos semanas antes del anunciado
concierto, lo que me dejaba sin oportunidad para asistir. Mientras tanto, ya
era bombardeado por la publicidad del concierto por televisión, por radio y por
internet, que me enviaba todas las semanas un recordatorio para comprar
entradas online y con tarjeta de crédito.
Me hice la pregunta, sí, me hice la pregunta,
de si sería mejor dejar la oportunidad de trabajo y asistir al concierto, o
portarme como persona decente y aceptar el trabajo. Ansioso por la cercanía de
la fecha, me atreví a preguntar en plena entrevista de trabajo si es que me
dejarían permiso para bajar a Lima antes de lo previsto para poder ir al
concierto. Dentro de todas las tonterías que he dicho en una entrevista de
trabajo, esta es sin duda la más arriesgada y la más tonta. Lo más sorprendente
es que obtuve una respuesta del afirmativa: “Si, podemos arreglarlo, es
cuestión de organizar tus horarios de descanso”. Después del tiempo, solo me
queda pensar en que me necesitaban con muchas ganas en ese trabajo como para
permitirme esa trasgresión. Quedamos en que se presentaría mi hoja de vida a la
empresa dueña del proyecto, para su aprobación. Pura formalidad, según me dijo
el responsable del proyecto al que sería asignado, y en dos días ya estaría
viajando a la obra. El hecho es que dicha aprobación tardaba en llegar. Yo
llamaba casi todos los días para preguntar si ya se había aprobado la hoja de
vida y tenía luz verde para viajar a obra.
Así
estuve hasta unos tres días antes del concierto. Yo pasaba el tiempo en mi
casa, esperando. En el interín me había contactado con algunos amigos, quienes
me decían que no podían ir al concierto por razones de trabajo o por el elevado
costo de la entrada, que para entonces ya había agotado las entradas de las
tribunas populares. Llegado este momento había que tomar una decisión: Dejar de
esperar la respuesta del trabajo e ir corriendo a comprar una entrada o aceptar
que el trabajo no se daría finalmente, aceptar que estaba en realidad
desempleado y dejar de pensar en esos gastos hasta que tuviera nuevamente un
ingreso fijo. Ninguna de las dos posibilidades me gustaba, estaba en el circulo
vicioso del trabajo, que nos quita el tiempo para divertirnos a cambio de
dinero que no tenemos tiempo para usar en divertirnos.
Reconozco que un fanático abandona todo para
ir a un concierto que probablemente ocurrirá una vez en la vida, pero mi
sentido común pudo más. Veía en televisión las escenas de Paul McCartney
llegando a su hotel y saludando al público que lo espera, paseando en bicicleta
por las calles aledañas al hotel en donde está alojado, la gente haciendo cola
desde tempranas horas el día del concierto, muchos de ellos disfrazados o
portando una pancarta para lucir en la noche. Y yo estaba en mi casa, sin
entrada, que ya se había agotado, sin trabajo, y con solamente una camiseta de
Ringo Starr, que es lo más que tenía en caso de haber podido ir al concierto.
Mis previsiones demostraron al final ser
inútiles. Dos días después del concierto me notificaron que al final mi hoja de
vida no había sido aceptada por el cliente, lo que me confirmaba en las filas
de los desempleados.
Tiempo después, varios amigos me comentaron
cómo había sido el concierto, y cómo se habían llenado las expectativas de
todos los asistentes al concierto. Incluso me llegaron a prestar las
grabaciones tomadas esa noche, para que pueda ver por mí mismo, aunque sea en un pálido reflejo lo que
fue esa noche. De todo eso me quedó la firme intención de no volver a dejar
pasar una oportunidad semejante, pensando incluso en el caso de que McCartney
volviera a Sudamérica sin pasar por mi país, conseguir un pasaje aéreo para
hacer turismo musical.
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