sábado, 24 de septiembre de 2016

El ratón


Mi casa es cálida y acogedora, eso es lo que dice la gente que viene por aquí. Atraído por tal fama, un ratón decidió hacer su cambio de domicilio e instalarse en mi cocina. Como los visitantes indeseados, se siente como en casa, se come mi comida, fastidia y molesta por las noches y no deja dinero ni paga la renta porque no trabaja.
Afortunadamente, a diferencia de los humanos que hacen lo mismo, a este sí es lícito matarlo, solo hay que escoger la mejor forma de hacerlo. La ratonera tradicional es siempre la primera opción. Buscando en internet el principio de funcionamiento de estos dispositivos encuentro que se trata de un pedazo de queso sobre un muelle que al moverse suelta un fierro que, impulsado por un resorte, destroza la cabeza del roedor. Al explicar esto en la reunión de estrategia, las mujeres de la casa se horrorizan al imaginar la cabeza del ratón convertida en una masa sanguinolenta que les espanta más que la perspectiva de encontrarse con él en la cocina. Debe haber una manera más humana, me dicen. Tengo que aclarar entonces que la “manera humana” de matar es con armas automáticas, bombas atómicas o decapitaciones rituales, ya que ningún animal matará jamás de esta manera. Se hará a mi modo y todos tienen que estar de acuerdo.

El problema es que el ratón no participó en la reunión para mostrar su desacuerdo, y decidió por su cuenta no colaborar. La trampa se quedó tres días y el ratón no le hizo caso, prefiriendo los panes y verduras que quedaban en la cocina. Se impone un cambio de estrategia y solicito opiniones en la oficina. Una de las ingenieras, que acaba de pasar por una desilusión amorosa, está dispuesta a darme ideas sobre cómo acabar con una vida despreciable y traidora. - Debes dejarle comida hasta que se acostumbre, cocínale con cariño, que se sienta amado, preocúpate por él hasta que no pueda vivir sin ti, y entonces, sin decirle nada, abandónalo, olvida que existe, no lo llames, no contestes sus llamadas, hazlo sentirse una piltrafa… - Oye, con eso no lo voy a matar - le digo. - Yo no quiero matarlo ¡Quiero que sufra! ¡Rata repulsiva y maloliente! 

 El siguiente intento será con veneno, pero el resultado es el mismo. Descubro mi error al ver la fecha de vencimiento en la caja. Me quedo preguntándome qué pasa cuando un ratón come un veneno vencido ¿Ya no se muere? ¿Se convierte en alimento? ¿Le dará diarrea? Voy a comprar veneno en una ferretería cercana (por alguna razón, en estos lares, los venenos para ratas se venden en las ferreterías). El dueño, que era una persona de experiencia, se interesa en mi caso después de escuchar mi historia. - Ha hecho usted todo mal - me dice. - Seguro que compró trampa importada y veneno importado, y por eso no funcionó. ¿No sabe usted que los ratones peruanos están habituados a la buena comida? Recuerde que ellos comen los restos de lo que comemos nosotros mismos, y los peruanos comemos rico, como el mundo ha descubierto ahora. Por eso los venenos importados le parecen sosos y poco apetitosos. Lo que tiene que hacer es preparar una buena carnada con su salsa y su ajicito, que los ratones ya están acostumbrados a nuestra sazón. Eso lo mezcla con el veneno en polvo y verá como el ratón come con gusto y muere contento, igual que los humanos que no son capaces de dejar la comida que les gusta aunque se los prohíba el médico...

La idea no me pareció mala, así que le preparé un arroz verde con su limoncito y su buen ají. Me quedó tan bien que casi me lo como yo. Para mayor seguridad, usé el método de la bruja de Blancanieves, es decir, puse veneno solo en la mitad de la comida, para que el ratón se entusiasme y se coma todo de corrido, con veneno y todo. La mañana siguiente solo me sirvió para comprobar que el ratón era realmente un Gourmet, comiendo solo la parte que estaba sin veneno.

Ante el continuo fracaso, es momento de buscar ayuda profesional. Contacté a un exterminador de plagas. La historia cada vez más larga de mis fracasos le interesó. Ajá, un adversario digno, exclamó. Vino a mi casa a reconocer el campo de batalla, movió las cosas buscando un indicio de la ubicación de la trinchera enemiga, enchufó un aparato que, según me explicó, emitía un ultrasonido que sacaría al roedor de su guarida, colocó un sebo con lo que dijo ser una fórmula secreta irresistible para los ratones. Me explicó que colocaba la comida sin ningún veneno sobre un plástico pegajoso. Cuando el ratón se acercara a comer o a olfatear, quedaría pegado sin remedio. El plan era infalible y el técnico volvería al día siguiente a recoger a la víctima. Al día siguiente todo estaba tal como lo dejó, con excepción de la comida, que había vuelto a desaparecer. El técnico, que venía, según él, tan sólo para llevarse el cadáver, se mostró extrañado, cambió la fórmula del cebo, los ratones de este barrio son diferentes, tienen otros gustos, me explicó. Al día siguiente,se repitió la misma historia, y también al subsiguiente. El técnico declaró solemnemente que no era una deshonra ser derrotado ante un enemigo tan hábil que eludía todas sus trampas, y luego se retiró cabizbajo.

Solo y sin nadie más a quien acudir, decidí tomar el asunto en mis manos, armado solamente con mi ingenio y mi paciencia. Dejé un pedazo de pan con mermelada en medio del piso de la cocina y me senté a una prudente distancia. Tuve que esperar más de una hora hasta que por fin apareció. Era la primera vez que lo veía y confieso que fue una decepción. Era un ratón más bien pequeño, tímido y nervioso, sin apariencia de una inteligencia superior a la media, en nada semejante al animal prodigioso, casi un superhéroe entre los roedores, que me habían hecho creer. En ese momento descubrí que mi plan estaba incompleto y que no tenía pensado qué hacer cuando encontrara al ratón. Tenía que improvisar la solución definitiva, pues esta oportunidad tal vez no volvería a presentarse. Así que cogí una escoba y arremetí con furia kamikaze contra mi enemigo, al grito de “¡Roedor de miércoles, ahora vas a ver!”, acompañado de las infaltables menciones a toda su familia hasta la séptima generación. El ratón huyó despavorido hacia todos los rincones disponibles, perseguido por mi iracunda escoba, que atropellaba todos los muebles a su paso, hasta que desapareció en el fragor de la batalla, no sin antes haber recibido un par de escobazos bien puestos. Al parecer en su huida encontró la puerta de salida, o trepó por la pared hacia la libertad, porque desde ese día no ha vuelto a dar muestras de su existencia.

Ahora la paz ha vuelto a mi hogar y pienso en qué habrá sido del ratón y por qué habrá decidido no volver. Tal vez le causé un trauma psicológico terrible y desde entonces entra en pánico cada vez que ve una escoba, quizá buscó otro sitio donde no viva con el stress de que alguien quiere matarlo, de repente es un animal digno que no quiere vivir donde no es bien recibido, o por último, se dio cuenta que esta casa está llena de locos que en cualquier momento se pueden volver agresivos. Por eso dejo ahora un pedazo de pan en la cocina, sólo para recordar viejos tiempos.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Completando las Frases célebres


Hay frases que son conocidas por todos, y son aceptadas como trozos de sabiduría incontestable. Pero no por todos. Rovira tenía la costumbre de dudar de todo y de todos, excepto de aquello que haya vivido él mismo. Después de lo que he pasado ya no creo ni en los muertos, dicen que dijo cuando lo asaltaron dentro del cementerio. Por eso cuando escuchaba una frase célebre la respondía inmediatamente. Algunas de esas respuestas he recopilado aquí para deleite de quienes no lo conocen y no han hecho el viaje hasta su pueblo para escucharlas en directo con esa sazón y esa musiquita que pone al hablar:
  • Nadie se baña dos veces en el mismo río. - No se haga el chistoso, Don Heráclito, ya sabe que aquí está prohibido y usted es reincidente. 
  • Lo que no nos mata, nos hace más fuertes. - Pero Don Nietsche, ¿Quiere volver a ese restaurante después de lo que le pasó la última vez? 
  • Puedo escribir los versos más tristes esta noche. - Buena, Don Pablo, el que puede, puede. 
  • Volverán las oscuras golondrinas… - Con razón ha salido usted con sombrero Don Gustavo Adolfo, no quiere que lo ensucien como la otra vez. 
  • Errar es humano. - Ah, claro, y cree que con eso va a arreglar sus burradas. 
  • Pienso, luego existo. - A ver si empezamos luego, que hace rato no lo veo existir, Don René.
  • Mens sana in corpore sano. - Tiene razón, a ver Claudita, dále una manzana aquí al caporal para que se ponga sano.

martes, 6 de septiembre de 2016

Había una vez un cuento


Una vez escribí un cuento. No sé si era un buen cuento o un mal cuento.  Sólo sé que era un cuento bastante musical, con ritmo y compás, que se podía leer en tres minutos y medio, como una canción. Entusiasmado, hice varias versiones, como corresponde a una canción de éxito: una versión extendida, una versión para la radio, no faltó la versión acústica ni la versión alternativa, además de varios remixes para las salas de baile. Al final, la gente se divertía con mi cuento, pero después de bailar, cuando preguntaba qué les había parecido, me respondían que no le habían prestado atención a la letra.
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